¿NO PUEDES?

Dependemos cuando somos pequeños y no tenemos los recursos para subsistir. Dependemos de nuestros mayores para dar nuestros primeros pasos, alimentarnos, estar seguros, e incluso, dependemos de ellos para fijar nuestras fronteras de acción. Dependemos para aprender a vivir con cierta solvencia, para sentirnos amados y hasta para recuperarnos de dolencias de amor. Dependemos cuando somos niños porque somos chiquitos y no hemos aprendido a valernos por nosotros mismos.

Pero pasan los años y nos vamos estirando. Cambiamos de ropa, de  calzado, vamos adquiriendo el derecho a elegir nuestros amigos y a vestirnos con lo que nos gusta. Casi no podemos esperar a hacernos grandes para gozar de las mieles de la autonomía. Ansiamos vivir sin tener que pedir permisos, marcar tarjetas o demostrar que no hemos mentido. Es tan excitante la idea de conducir nuestro coche o abrir la puerta de nuestro propio piso (al que estará invitado “quien me dé la gana”), que muchos tomamos decisiones inconvenientes con tal de apurar el tiempo a nuestro favor.

Queremos ser libres, grandes, independientes. Y es lógico, porque llevamos años pegados a una teta, a una mesada, a órdenes, restricciones y prohibiciones. Es absolutamente comprensible el hambre por crecer y decidir por la propia vida. Sin embargo, una vez logrado el ansiado objetivo, cuando algunos se nos enamoran, vuelven a ser niños, y “dicen” depender. Dicen no poder vivir sin “Fulano”, afirman que la vida se les va detrás “Mengano” o que no saben respirar, pensar, dormir, latir… existir, sin que “Periquita de los Palotes” esté a su lado. Pareciera que olvidaron que alguna vez quisieron atarse los cordones por sí mismos y celebraron el día en el que les dieron permiso para ir al colegio sin cuidador. Casi sin darse cuenta, entraron en una dimensión en donde nuevamente son supervisados, controlados, celados. Entregan al consorte de turno sus derechos, su tan bregada autonomía… y vuelven a depender.

Si ese es tu caso, te invito a pararte frente un espejo de tamaño natural, uno que pueda devolverte tu reflejo completo. Quiero que te recorras, que te mires de pies a cabeza. Presta atención al número de tu calzado, a tu estatura, a tu talla, a tu peso, al tamaño de tus manos, de tu pecho… de tu cabeza y toma consciencia de que tienes suficiente tamaño como para ser grande.

Mientras te observas, revisa si eres capaz de comer solo, de vestirte por ti mismo, de caminar tus propios pasos sin seguir a nadie. ¿Eres capaz de ir solo al supermercado o necesitas de fulana? ¿Sabes manejar tus cuentas, tus gastos, puedes hacerte cargo de tus responsabilidades de adulto, o necesitas que mengano lo haga por ti? Si la respuesta es que puedes respirar, comer, vestirte, trabajar sin ese otro, entonces también puedes vivir sin él (o ella).  Al principio, quizá creas no saber cómo empezar a vivir como un adulto. No te preocupes, ya creciste una vez. Crecer por segunda vez siempre es más rápido.

Querer o necesitar es muy diferente a depender, porque en los dos primeros, somos capaces de lidiar con la frustración que implica recibir un “no” como respuesta, pero cuando dependemos, nos sujetamos y nos sometemos a voluntad.

Tienes dos piernas, dos brazos y cinco sentidos. Has superado la talla “M” y cuando vas al cine puedes ver las películas clase “C”. Así que deja de mentirte.  

Tú puedes. Y puedes solo.

Victoria Robert

 

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