LA VÍCTIMA (El último en enterarse)

Hay personas que desde pequeñas y, por alguna inexplicable razón, han estado involucradas en conflictos, han sido presa fácil para el maltrato, el grito o la humillación gratuita. Y después de haber aprendido a bajar la cabeza ante sus padres, abuelos o figuras de autoridad, han tolerado golpizas de sus compañeros de escuela, intromisiones inaceptables de sus vecinos,  jaladas de orejas de sus maestros. Pero eso no es todo. Después vinieron los jefes, amigos, parejas y mucho más. Más extraño resulta aún, enterarse de que estos sujetos, víctimas por excelencia, terminan siendo señalados de conflictivos, culpables, manipuladores o provocadores. Algunos se preguntarán: ¿qué estará ocurriendo con ellos?, ¿qué injusta fatalidad, la de andar cazando disputas? Estos seres parecen pararrayos, tienen un absurdo imán para la contienda, esa que se hace personal y tienta a los «adversarios», a convertir simples altercados  en «punto de honor».

Puede ocurrir que esta persona, acostumbrada a tragarse las ganas de responder,  amansada en su derecho de hacerse notar y defenderse, exprese con su cuerpo, postura, mirada o el tono de su voz, que está allí para ser vejada. No olvidemos que el cuerpo dice más, mucho más que las palabras. También puede ser que, sin darse cuenta, esta persona, que sólo sabe recibir atención desde el maltrato, haga cosas que, en vez de agradar, provoquen la intolerancia de otros. Y aunque sea obvio para algunos, los procesos internos que nos hacen vivir «en» y «de» la controversia, resultan complejos y pueden ser sumamente dolorosos. Es posible que esta víctima, en vez de defenderse de quienes han sido sus agresores a lo largo de su vida, anda tentando a la pelea para remediar aquí y con otros, lo que no pudo, o no supo resolver en el pasado. Las razones pueden ser infinitas y en realidad no importan, porque no ayudan a quien está entrampado en su propia ira, no reconocida. Podría ser que otros estén viendo algo que ellos no, y si le dieran espacio a la duda, quizá pudieran descubrir que sus creencias, no son hechos. Y entonces, aprendan a ver las cosas desde otras perspectivas. Puede que no les guste, pero no por ello, no es una posibilidad.

A veces estos seres, tildados de difíciles, quizá sólo saben bajar la mirada para lidiar con su rabia, pero con un simple suspiro, o resoplido, o sonrisa forzada, logran descontrolar al otro. Callan, y desencajan a su oponente. Asienten, y se ganan un enemigo. Ocurre también, que una inocente respuesta defensiva, pero que contiene resentimiento y un veneno no concientizado, consiga los inesperados e injustos gritos que creen no haber ganado. También puede que, como les gusta ayudar, andan invadiendo y, por no pedir permiso, terminan sorprendidos con límites violentos o descalificaciones inmerecidas. Pueden ser obstinados, oposicionistas,  procrastinan todo aquello que no les gusta, en vez de decir que no. Son expertos en dar excusas, en culpar y hacer sarcasmo de lo que les duele. Andan por la vida llenos de miedo, hostilizando y sin darse cuenta del daño que se hacen.

Si eres uno de ellos, comprenderás que muchos ataques que recibes, son respuestas a ambigüedades que no has advertido. Es importante que veas que, si más de tres individuos te dicen, por ejemplo: «el cielo es verde», lo menos que puedes hacer, es salir a chequear su color. Así que obsérvate, presta atención a tu relación con los otros, y si te la pasas metido en un conflicto con todos, algo está ocurriendo. Puedes aprender mucho de lo que obtienes, aunque creas que es injusto.

Victoria Robert

NO TE DEJES

Sólo hay un medio para matar los monstruos, aceptarlos.

Julio Cortázar

Te vigila, te somete, te cuestiona y cierra la puerta contigo adentro. Te quita la alegría, te obliga, te  encierra en tu casa, en las cuatro paredes de tu casa, segura y aburrida. Objeta todo cuanto se te ocurre y te pueda divertir. Es una bestia que, acusándote de bestia a ti, te corta las alas, las palabras y el entendimiento. Te convence de lo que debes hacer y te hunde.

Y tú allí, en esa oscuridad desnutrida… marchitas, le crees y te dejas.

Alguien, que ahora es tu dueño y aprendió a regañar como tus padres, mirar como tus abuelos o enseñar como tus maestros, cuida tu puerta de salida, la misma en donde alguna vez  entraste, inocente y confiado. Y te quita los permisos. No te deja pensar por ti, ni hablar con tus palabras, ni aprender nada nuevo. Es un amasijo, un revoltillo de mandatos, negativas, tabúes y restricciones anuladoras, que tiene años macerándose en tu psique y haciendo de tu existencia, un plato muy, muy desabrido.

Te pone trampas, te confunde, te hace dudar de lo que quieres, privilegiando «lo que debes». Dibuja laberintos para que, cuando intentes  sublevarte, te pierdas en bifurcaciones engañosas. A veces no te deja dormir porque te llena de miedos, mientras te convence de que te está protegiendo. Te impide experimentar porque no cree que tus errores, sean buenos mentores.

Es básico que conozcas a este, tu monstruo. Y es indispensable que él te conozca a ti. Porque la etiqueta que te ha colocado, te hace matar tu pasión, tu vigor y tu esperanza. Te incita a ignorar la riqueza de tu sexualidad, te tienta a devorar tu creatividad y, todos los días, te viste con el mismo traje, común al de todos los presos como tú. Eleva tu voz, levanta tu cara y muéstrale tus dientes. Hazlo antes de que te consuma.

Rebélate, desobedece, atrévete a salir del laberinto, hermoso Minotauro enjaulado y sal a la vida. Recuerda, la bestia que eres, es porque otra, socialmente aceptable y rigurosa, aunque no por ello menos cruel, te teme.

No te dejes.

 

Victoria Robert