¿Cuántas veces hemos querido perdonar sin éxito? Muchas, seguro. Nos lo hemos propuesto como el más genuino de nuestros deseos, hemos hecho «dietas del perdón», «mapas del perdón» y hasta hemos llenado cuadernos con «planas» en donde tal vez hayamos mejorado nuestra caligrafía, pero no hemos conseguido el más mínimo progreso en materia de indulgencia. Ni siquiera nos han funcionado los «decretos» o las buenas intenciones. ¿Por qué, si legítimamente queremos ser misericordiosos? ¿Cómo es posible que no nos salga bien ese asunto de absolver a quien nos ha lastimado cuando estamos convencidos de que «ya está bueno de tanto enfado, y se supone que el más perjudicado soy yo, al recordar y alimentar el resentimiento de viejos agravios?»
Perdonar (del prefijo per- [acción completa y total] y donare [regalar]) implica en primer lugar estar dispuesto, pase lo que pase y de manera continuada, a «dar». Es un regalo para siempre, es un acto definitivo que no admite reintegros. Y cuando hemos recibido algún tipo de perjuicio que supone una herida, la capacidad de «dar» a nuestro agresor, implica una labor muy cuesta arriba. Es que «perdonar» se dice fácil, pero dis-culpar supone un acto de descarga en el que tendríamos que rescatar a quien creemos tener atrapado a través de la culpa.
El acto de culpar espera un castigo perpetuo, uno que muchas veces no admite arrepentimientos. La culpa condena, y como cobra una deuda eterna, es una fuente inagotable de reencuentro con quien nos dañó. Entonces el perdón y la culpa, son opuestos que se complementan. Culpar nos mantiene vinculados, el perdón nos libera… y ambos son para siempre.
Todo lo dicho hasta ahora es seguramente lo que muchas veces te ha llevado a querer aprender a perdonar. Pero el problema es que perdonar no es un verbo que se conjugue en plural, porque es un proceso subjetivo. Quien pretenda enseñarte, te estará dando sus propias claves, sus personales descubrimientos y ellos no necesariamente son los que te sirvan o tú necesites encontrar. Perdonar no es un proceso que se pueda aprender de otros siguiendo lecciones, es un viaje que necesita ser vivido muchas vidas hasta aprender, y el rencor es el maestro.
Solemos entonces esclavizarnos a la idea de «tener que» perdonar, o estaríamos condenados a padecer una posible enfermedad. No necesariamente. Hay daños que no resisten alegatos y en donde no cabe la más pequeña absolución. Usted tiene derecho a no querer perdonar. Pero es importante que en el ejercicio de este derecho pueda discriminar, sepa diferenciar entre un dolor y un horror. Las penas pueden sanar, las atrocidades quedan tatuadas. Hay una gran diferencia entre usar el recuerdo como un acto de dignidad, que hacerlo por orgullo. Hay una gran diferencia entre exigir justicia y desear venganza.
Lo que no se cierra duele, sí. Va al fondo y eventualmente, emerge propiciando situaciones que nos permitan concluir lo que ha quedado abierto. ¿Pero cuántos pesares no nos acompañan a lo largo de nuestras vidas como sabios maestros que nos enseñarán a cuidarnos mejor en próximas oportunidades? El resentimiento es humano y es parte de la vida, muchas veces es una distorsión del dolor, una alarma tardía… y también un recordatorio.
Podremos asumir nuestra cuota de responsabilidad por haber permitido (quizá ingenuamente) que nos hayan vulnerado, tal vez hasta podamos reconocer que, en situaciones extremas, tengamos el potencial de perpetrar vilezas como las que nos han infringido, incluso podría ser posible que mientras expresamos la ira y dejamos salir el dolor que supura de nuestra herida, podamos agradecer haber tenido la oportunidad de aprender de nuestra aflicción, para finalmente ser capaces de decir adiós al resentimiento que nos ata a nuestro agresor por habernos lastimado. Pero no estamos obligados a liberarlo de su deuda. Cuando asumimos el perdón como un deber, puede ser tan lesivo como el resentimiento. Perdonar es una decisión, no una obligación.
Pero si la culpa de todas las desgracias recae sobre ti, si andas pidiendo perdón a diestra y siniestra, puede que seas tú el que es incapaz de perdonarse por algo que hiciste y esperas que otro te libere de tu carga. Si es así, entonces habrá llegado el momento del más difícil de los perdones, perdonarte a ti mismo. Pregúntate entonces si fuiste el causante de un dolor o de un horror…Y cualquiera sea tu respuesta, recuerda que perdonar no es un don con el que se nace, es una cualidad humana que se labra con el tiempo y se cultiva con humildad.
Victoria Robert