LA VÍCTIMA (El último en enterarse)

Hay personas que desde pequeñas y, por alguna inexplicable razón, han estado involucradas en conflictos, han sido presa fácil para el maltrato, el grito o la humillación gratuita. Y después de haber aprendido a bajar la cabeza ante sus padres, abuelos o figuras de autoridad, han tolerado golpizas de sus compañeros de escuela, intromisiones inaceptables de sus vecinos,  jaladas de orejas de sus maestros. Pero eso no es todo. Después vinieron los jefes, amigos, parejas y mucho más. Más extraño resulta aún, enterarse de que estos sujetos, víctimas por excelencia, terminan siendo señalados de conflictivos, culpables, manipuladores o provocadores. Algunos se preguntarán: ¿qué estará ocurriendo con ellos?, ¿qué injusta fatalidad, la de andar cazando disputas? Estos seres parecen pararrayos, tienen un absurdo imán para la contienda, esa que se hace personal y tienta a los «adversarios», a convertir simples altercados  en «punto de honor».

Puede ocurrir que esta persona, acostumbrada a tragarse las ganas de responder,  amansada en su derecho de hacerse notar y defenderse, exprese con su cuerpo, postura, mirada o el tono de su voz, que está allí para ser vejada. No olvidemos que el cuerpo dice más, mucho más que las palabras. También puede ser que, sin darse cuenta, esta persona, que sólo sabe recibir atención desde el maltrato, haga cosas que, en vez de agradar, provoquen la intolerancia de otros. Y aunque sea obvio para algunos, los procesos internos que nos hacen vivir «en» y «de» la controversia, resultan complejos y pueden ser sumamente dolorosos. Es posible que esta víctima, en vez de defenderse de quienes han sido sus agresores a lo largo de su vida, anda tentando a la pelea para remediar aquí y con otros, lo que no pudo, o no supo resolver en el pasado. Las razones pueden ser infinitas y en realidad no importan, porque no ayudan a quien está entrampado en su propia ira, no reconocida. Podría ser que otros estén viendo algo que ellos no, y si le dieran espacio a la duda, quizá pudieran descubrir que sus creencias, no son hechos. Y entonces, aprendan a ver las cosas desde otras perspectivas. Puede que no les guste, pero no por ello, no es una posibilidad.

A veces estos seres, tildados de difíciles, quizá sólo saben bajar la mirada para lidiar con su rabia, pero con un simple suspiro, o resoplido, o sonrisa forzada, logran descontrolar al otro. Callan, y desencajan a su oponente. Asienten, y se ganan un enemigo. Ocurre también, que una inocente respuesta defensiva, pero que contiene resentimiento y un veneno no concientizado, consiga los inesperados e injustos gritos que creen no haber ganado. También puede que, como les gusta ayudar, andan invadiendo y, por no pedir permiso, terminan sorprendidos con límites violentos o descalificaciones inmerecidas. Pueden ser obstinados, oposicionistas,  procrastinan todo aquello que no les gusta, en vez de decir que no. Son expertos en dar excusas, en culpar y hacer sarcasmo de lo que les duele. Andan por la vida llenos de miedo, hostilizando y sin darse cuenta del daño que se hacen.

Si eres uno de ellos, comprenderás que muchos ataques que recibes, son respuestas a ambigüedades que no has advertido. Es importante que veas que, si más de tres individuos te dicen, por ejemplo: «el cielo es verde», lo menos que puedes hacer, es salir a chequear su color. Así que obsérvate, presta atención a tu relación con los otros, y si te la pasas metido en un conflicto con todos, algo está ocurriendo. Puedes aprender mucho de lo que obtienes, aunque creas que es injusto.

Victoria Robert

EL SEÑOR «YO SÍ SÉ»

Y aquí viene el señor «Yo sí sé», apropiándose de la audiencia, queriendo demostrar su infinita sabiduría, restregándole al vulgo su cultura, sermoneando a los incautos. Aquí viene el «señor enciclopedia», con afán de domador, a ponernos el pie encima con sus pocos, cuántos, libros leídos. Aquí viene el «señor infalible», con su experiencia de vida adquirida en internet. Aquí viene el «señor sabelotodo» con su pompa y pedantería y un sinfín de palabras enredadas para ser dichas con voz engolada. Aquí viene ese «pequeño profesor» a darnos una clase, a decirnos lo que deberíamos hacer, a mostrarnos su gran estatura, disminuyendo la nuestra con evacuaciones de verborrea. Este tipo cabezón, incapaz de sorprenderse, de aprender y sonreír, cuando se siente inadecuado, usa el sarcasmo.

Tiene complejo de amaestrador, interrumpe sin pedir permiso, como si lo que él tiene para aportar, es más interesante. Todo lo explica, es dueño de la última palabra, jamás duda y gusta de corregir o contradecir, solo por el interés de descontrolarnos, para mantener su autoridad sobre sus oyentes. Suele tener el pecho inflado y mirar de arriba abajo, le gusta ver fijamente a los ojos para intimidar a quien pudiera ignorarlo. De andar pausado y vigilante, eleva su cabeza como un periscopio para que nadie resalte sobre él. Un «súper razonador» empedernido, que con argumentos intelectuales, exuda seguridad, para garantizase elogios y aprobación.

Pobre señor «Yo sí sé», maestro de gratis, de respuestas ingeniosas, carente de espíritu y escucha. ¡Pobre!,  porque detrás de sus palabras y arrogancia, no hay un hombre, sino un niño asustado, incompetente para admitir objeciones a su ego inflado por compensación. Un pequeño disfrazado de grande, que no sabe hacer contacto, y que ha envanecido a su cabeza, por encima de su sensibilidad. Un chiquillo creído que, en vez de llorar, avasalla y se queda solo en su mundo de razonamientos fríos y desalmados. ¡Pobre señor «Yo sí sé», tan leído, tan experto, tan sabido y tan vacío! Conoce de conceptos y definiciones, pero se pierde en la acción. Necesita tanto de nuestra atención, que cuando obtiene una legítima, plagada de intimidad, recurre a su repertorio de frases hechas, de frases vanas. ¡Pobre señor cuadriculado, escondido en las faldas de su mente, mientras se pierde la vida!

¿Lo conoce, lo ha visto alguna vez?…  ¿Quiere saber qué hacer cuando lo tenga frente a usted? Primero que nada, ¡cuidado!, estos individuos suelen ser contagiosos. Segundo, ¡cuidado!, estos personajes, son altamente patógenos. Pero si usted es de esas personas inmunes a la soberbia y tiene una autoestima lo suficientemente solvente, sabrá que lo mejor, es no engancharse.

Déjelo sentirse importante, es vital para él.  Luego márchese discretamente, lo más lejos que pueda, porque sujetos como estos, atropellan (con estilo, sí)… pero maltratan.

 

 Victoria Robert

 

NO TE DEJES

Sólo hay un medio para matar los monstruos, aceptarlos.

Julio Cortázar

Te vigila, te somete, te cuestiona y cierra la puerta contigo adentro. Te quita la alegría, te obliga, te  encierra en tu casa, en las cuatro paredes de tu casa, segura y aburrida. Objeta todo cuanto se te ocurre y te pueda divertir. Es una bestia que, acusándote de bestia a ti, te corta las alas, las palabras y el entendimiento. Te convence de lo que debes hacer y te hunde.

Y tú allí, en esa oscuridad desnutrida… marchitas, le crees y te dejas.

Alguien, que ahora es tu dueño y aprendió a regañar como tus padres, mirar como tus abuelos o enseñar como tus maestros, cuida tu puerta de salida, la misma en donde alguna vez  entraste, inocente y confiado. Y te quita los permisos. No te deja pensar por ti, ni hablar con tus palabras, ni aprender nada nuevo. Es un amasijo, un revoltillo de mandatos, negativas, tabúes y restricciones anuladoras, que tiene años macerándose en tu psique y haciendo de tu existencia, un plato muy, muy desabrido.

Te pone trampas, te confunde, te hace dudar de lo que quieres, privilegiando «lo que debes». Dibuja laberintos para que, cuando intentes  sublevarte, te pierdas en bifurcaciones engañosas. A veces no te deja dormir porque te llena de miedos, mientras te convence de que te está protegiendo. Te impide experimentar porque no cree que tus errores, sean buenos mentores.

Es básico que conozcas a este, tu monstruo. Y es indispensable que él te conozca a ti. Porque la etiqueta que te ha colocado, te hace matar tu pasión, tu vigor y tu esperanza. Te incita a ignorar la riqueza de tu sexualidad, te tienta a devorar tu creatividad y, todos los días, te viste con el mismo traje, común al de todos los presos como tú. Eleva tu voz, levanta tu cara y muéstrale tus dientes. Hazlo antes de que te consuma.

Rebélate, desobedece, atrévete a salir del laberinto, hermoso Minotauro enjaulado y sal a la vida. Recuerda, la bestia que eres, es porque otra, socialmente aceptable y rigurosa, aunque no por ello menos cruel, te teme.

No te dejes.

 

Victoria Robert

EL VECINO INDESEABLE

Alguna vez en la vida hemos tenido a un vecino indeseable. Estos sujetos no respetan las normas de la comunidad y trasgreden toda posibilidad de convivencia en armonía con sus semejantes. Ponen música a un volumen insultante y en altas horas de la noche, dejan abiertas las rejas del edificio o la urbanización, reciben en sus casas a personas con aspecto tenebroso e inquietante, echan a la basura objetos que pueden lastimar al encargado de recogerla y cocinan cosas que expiden olores fuertes y desagradables.

¿Y qué suelen hacer los vecinos en casos como estos? Se alarman, se molestan y se quejan entre ellos, mientras esperan que los de la Junta de Condominio o de Vecinos, hagan algo que logre regular el comportamiento inadecuado de este individuo. Lo que no saben, es que los de la Junta también se sienten intimidados tanto o más que ellos, así que por eso han preferido (igual que todos los demás) observarlos desde adentro de sus casas, por el ojo mágico de la puerta o a través de binoculares muy discretos. Nadie le quiere poner el cascabel al gato. Entonces el vecino indeseable, un día, porque si, porque le dio la gana, raya uno de los automóviles. Y como te hiciste el loco porque no fue tu auto al que le saltaron la pintura, unos días después, te mata al perro. Y es él quien le termina poniendo el cascabel a tu gato.

Lamentablemente todos (tú incluido por supuesto), esperaron a que este sujeto vil, llegara a esta ruin demostración de poder. Nadie le puso límites a tiempo y ahora todos están llorando. ¿Qué se supone que debería hacer ahora la comunidad? Como mínimo, obtener pruebas, llamar a la policía, a un juez de paz y organizarse para sacarlo del vecindario ¿no?

Ahora quiero que imagines que ese vecino indeseable, es en realidad… tu inquilino. Muchas veces, en vez de uno, somos dos. Y “Dos”, ese inquilino personal, si no te das cuenta a tiempo de lo dañino que puede ser, tiende a ocupar espacios fundamentales de ti: tus creencias, tus emociones, tu autoconfianza, tu voluntad. Y como no lo puedes echar a la calle porque habita en tu psique, estás atado de manos. Es él quien hace tu comida, maneja tu agenda, tus claves, te suplanta en el trabajo, lleva a tus niños al colegio y se acuesta con tu pareja. ¿No lo crees posible?… pues lamento decirte que sí lo es. ¿O acaso no sabías que esa voz interna que día a día habla en tu cabeza para descalificarte o culparte o juzgarte, es tu inquilino, tu “Dos”? Ese es el que te dice que no hagas “tal o cual cosa”, pero si lo obedeces te califica de cobarde. O al revés, te insta a que tomes riesgos pero si te equivocas, te destroza el alma y la autoestima.

¿Y cómo es que ese inquilino, ese aspecto interno logra dominar tu vida?, lo hace porque te conoce.

¿Qué hacer entonces? Necesitas estar alerta para conocerlo. Saber qué come, a qué hora se levanta y duerme, quiénes son sus amigos, cuáles son sus gustos y debilidades. Necesitas revisar sus llamadas, sus mensajes, su basura. Perseguirlo, acosarlo como él lo hace contigo. Así, cuando estén a mano, cuando lo conozcas tanto como él a ti, sabrás cómo ponerlo en su lugar, cuándo atenderlo, cuándo ignorar sus comentarios, cómo neutralizarlo y, tal vez, también puedas descubrir la manera de convertirlo en tu aliado.

Recuerda que ese inquilino también eres tú. Así que o aprendes a ponerle el cascabel, o un día de estos cuando despiertes, él te habrá dañado a ti y a tus seres más queridos.

 Victoria Robert

 

 

 

 

 

 

LO QUE NO NOS CUENTA EL ESPEJO

¿Cuánto tiempo le dedicas diariamente al espejo, a ese que en vez de aprovechar para verte, usas para disfrazarte?

Hay personas que siendo esclavas de su imagen, invierten tiempo, energía y dinero en ocultar su propio potencial. Pareciera que en vez de apreciar quienes son, dedican sus juicios más brutales contra sí mismos y trabajan para la opinión de los demás, temiendo ser criticados, o anhelando ser aprobados.

Algunos viven para la marca, para el atuendo, para el tamaño de su teléfono o de su carro. Para el club y para el gimnasio, para el tinte o el maquillaje. Otros, viven para los mandatos de los mayores, de las iglesias e instituciones, de la moral más reconocida en su pequeña aldea. Los que se creen más ambiciosos, viven para lo que consideran “éxito”, la palmadita en el hombro, los premios, los ascensos, la notoriedad.

Ninguno de estos “ejemplares” (porque así se promocionan), ha notado que con el costoso perfume que usan, tapan su propio y único olor. Ninguno, ha advertido que mientras más tiempo destina a adivinar lo que al otro le podría gustar, menor tiempo le queda para descubrirse y respetarse. Entonces, buscando admiraciones prestadas, pisotean su propia naturaleza, dejando de ser individuos para convertirse en un producto en serie, igual a todos, sin nada que los distinga y hecho a la medida de sus más feroces inseguridades.

Muchas veces protestamos cuando los adolescentes piden, quieren, exigen que se les compre lo que el amigo, el vecino o el famoso tiene para “no ser menos”, pero ¿de quiénes aprenden? ¿Cuánto no nos muestran ellos de nosotros y nuestra manera de ocultarnos tras la imagen?

Y no se trata de pretender romper el molde haciéndonos de un nuevo patrón de rebeldía que repudia lo que está de moda y rechaza el marketing. Se trata de contar cuántas veces al día nos miramos al espejo para la mentira y cuántas, nos miramos para ver la verdad. Cuántas veces nos miramos para juzgarnos y ocultarnos, y cuántas para conocernos.

Espejos hay muchos, no sólo el de la polvera o el del gabinete del baño. Cada uno de nosotros podemos ser un espejo del otro. Cada objeto preciado puede ser otro reflejo de una necesidad desatendida. Los sueños pueden darnos pistas de lo que no miramos de nosotros cuando estamos despiertos y distraídos en agradar a los demás. Un escrito, un dibujo, un gustoso plato de comida preparado con esmero, son muestras de la riqueza de nuestro mundo interior. La música que escuchamos, los colores que elegimos, las personas a quienes amamos y aquellas a las que elegimos reprobar. Esos espejos son más útiles que esa superficie de cristal cubierta en su lado anterior con una capa de plata, que solemos venerar y que si se rompe, nos sentencia a 7 años de mala suerte.

Entonces, la próxima vez que te mires al espejo pregúntate: ¿a quién estoy mirando?

 

Victoria Robert

RUMIANTES HUMANOS

En ocasiones necesitas dar la cara a situaciones que te  perturban para encontrar la mejor salida pero, como te sientes incapaz o temeroso de entrar en conflictos, empiezas a darle vueltas, una y otra vez, y te conviertes en un rumiante. Pero a diferencia de las vacas, que pasean sus alimentos semi-digeridos por las 4 cavidades de su estómago, regurgitándolo para re-masticarlos y deshacerlos, puede que tú te dediques a perpetuar este proceso por horas, días, y hasta por años.

Entonces te transformas en una vaca psicológica y lejos de conseguir calma, re-visitando tus problemas para encontrar nuevas y audaces soluciones, lo que logras es aumentar tu ansiedad y distorsionar la dimensión de tus dificultades. Y para salvarte de “pelear”, nutres un proceso de gastritis crónica y te produces una dolorosa úlcera psicológica.

La diferencia entre las vacas y quienes cavilan sus pensamientos, es simple: ellas logran destrozar el alimento y digerirlo. En cambio el rumiante psicológico, no sólo no hace un adecuado metabolismo, sino que en vez de procesar sus alimentos, regurgita toxinas. Son vacas enfermas.

Sucede que cuando evitamos confrontar, nos hacemos especialistas en soñar, entonces ideamos mejores escenarios, momentos más oportunos, fantaseamos las respuestas inteligentes que no nos atrevimos a dar, soñamos con la cachetada decisiva o los cuatro gritos ajustados, o la sonrisa más elegante o la estocada triunfadora. Somos unos genios de la fantasía y el invento mientras esperamos que alguien, tal vez un héroe salvador, venga a dar la cara por nosotros para darle fin a lo que nos atormenta y, en definitiva, poder salir airosos.

¿Y por qué invertimos tiempo y energía en rumiar, y acumulamos frustraciones?, porque quien rumia no mastica, traga entero.

Los alimentos físicos, psicológicos, emocionales o espirituales, se ingieren de la misma manera. Así que si usted quiere saber si es un tragador rumiante, obsérvese en el simple acto de comer. ¿No se toma el tiempo necesario, lo hace mientras estudia o trabaja o atiende a los niños? ¿Come de pie, come cualquier cosa o come en exceso? Si es así, no se está nutriendo, se está enfermando, y en vez de dedicarse a la sanidad de sus procesos metabólicos, ocupa su mente y sus emociones en regurgitar “la paja” no digerida.

¿Cómo hacer? Mastique, mastique mastique. Evítese un problema y  atienda sus problemas a tiempo, aunque ello implique cazarse un problema. Tome el riesgo.

Si no lo hace, terminará siendo una vaca angustiada, deprimida y presa de sus fantasías. Y las vacas son seres sanos. En algunos lugares del mundo, hasta son sagrados.

 

Victoria Robert

 

 

LA UTILIDAD DE LA RABIA

La rabia, tu rabia es un excelente activo, único diría yo. ¿Por qué te empeñas en desdeñarla? Quizás alguien te enseñó que expresarla es de mal gusto o cosa de locos. O tal vez cuando estabas a punto de estrenar tu primera pataleta infantil, unos ojos severos, anticipándose a tu explosión, supieron detener tus chillidos alojando en algún rincón de tu alma la prohibición a mostrarla. Entonces aprendiste a decir cuando querías decir no, o a sonreír cuando querías sacar la lengua, o a quedarte con las piernas bien juntitas y apretadas cuando lo que querías era lanzar una patada voladora y marcharte dando un portazo. Y después de haber aprendido a inhibirla, terminaste cambiando gritos, ceños y golpes por unas lágrimas desabridas. Unas lágrimas mentirosas que supones que te protegen, pero en realidad te desarman, te victimizan y te niegan.

Las lágrimas tienen sus momentos, ellas están para asistirte durante el dolor o para ilustrar tu conmoción. Las lágrimas pueden ser hermosas cuando, estando alegre, una sonrisa es poco cosa a la hora de hacerle justicia a tu experiencia. Pero si tienes rabia y lloras, estarás tomando el atajo de la impotencia. Y eso, sólo ayuda al que te daña, no a ti. Eso, sólo ayuda a tu creencia tragada con miedo. Eso, lejos de ayudarte, te enferma.

La rabia no se esconde, no se disuade, no se elimina. La rabia es energía y por lo tanto, ni se crea ni se destruye, ya sabemos que se transforma.

La rabia es un estado afectivo que responde a la vivencia de daño, es una defensa. Nos conecta con nuestra animalidad, nos hace gruñir, mostrar los dientes y poner límites. Si no la expresamos, la transformamos en resentimiento, en amargura (que son oscurecimientos de un alma forzada a callar) o en alteraciones, incluso enfermedades que gritan desde un cuerpo abatido por la indiferencia o la contención.

Es decir, si no le hago al otro lo que le quiero hacer cuando me ha lastimado, si no le muestro que no le voy a permitir avanzar más en su burla o maltrato, si no digo “¡Basta!” y, en cambio,  lo salvo de mi rabia, terminaré atacándome a mí y haciéndome lo que otros merecen.

No se trata de andar lanzando golpes a ciegas al primer descuidado que ande por ahí, dejando que la violencia se apodere de mi voluntad; mucho menos, se trata de desviar el conflicto hacia quien puedo en vez de hacia quien quiero; se trata de agredir, que no es más que avanzar. Cuando la rabia me usa, me violento, y termino destruyendo sin discriminación y sin control. Cuando uso mi rabia, agredo y, entonces, desmenuzo, aprendo, desecho y reconstruyo. Cuando me violento no hago contacto, en cambio, cuando agredo, miro directamente a los ojos del otro (para aceptarlo o para rechazarlo), uso mi voz firme y me hago sentir.

La violencia es rabia irresponsable y si te responsabilizas de ella, agredes. Así que la próxima vez que desdeñes tu rabia derrochándola o inhibiéndola, con alaridos o con lágrimas, por orgullo, o por miedo, pregúntate, ¿en qué lugar de ti dolerás mañana?

Llámalos cuerpo, alma, amor propio, cualquiera de estos espacios, eres tú.

 Victoria Robert

EMOCIONANTE

emocionante-1¿Qué son las emociones? ¿Cómo nos relacionamos con ellas? ¿Para qué sirven?

Vivimos en un mundo emocional, un mundo habitado por ellas cual nubes entre nosotros  y constantemente tiñen nuestras percepciones. Son parte esencial de nuestra vida y están íntimamente relacionadas con nuestros pensamientos y no tener conciencia de esto, no atenderlas es la principal fuente de malestares, enfermedades y neurosis.

El lenguaje tiene cientos de palabras para designarlas y existe multitud de clasificaciones habiendo incluso mucha disparidad y confusión entre las designaciones. En Gestalt, por lo general nos referimos a las siguientes: Alegría, Placer, Amor, Rabia, Miedo, Tristeza y Dolor.

La palabra emoción viene del latín emotio, que significa «movimiento o impulso», «aquello que te mueve hacia». Las emociones  alteran la atención y nos preparan para una respuesta más efectiva al entorno.

Las emociones tienen dos aspectos, el primero es el propioceptivo, es la sensación, que solo yo puedo sentir. Cada emoción produce un conjunto de sensaciones características que nos indican como nos estamos relacionando con el entorno y en este sentido funcionan como una brújula. Así por ejemplo, si de repente te encuentras con una persona que aprecias y tienes tiempo sin ver, de inmediato surge en ti una sensación «corporal» que luego puedes traducir en alegría y el resultado final puede ser  que quieras «acercarte» a esa persona.

¿Ves?, el entorno, la persona que apareció, detonó en ti una sensación y tu conducta cambió inesperadamente. Pero, si en este momento imaginas que te encuentras de repente con alguien querido y que tienes tiempo que no ves, seguramente también sentirás algo con solo imaginarlo, es decir, tú tienes el poder de producirte las mismas emociones que el entorno y es ahí donde se complica la historia.

Cuando hablo de imaginar me estoy refiriendo a un conjunto de funciones llamadas cogniciones entre las que se encuentran los pensamientos, las fantasías, los sueños, los recuerdos y los aprendizajes, entre otros. Lo que sucede, es que en realidad, somos dos todo el tiempo, así por ejemplo, si en este momento TE IMAGINAS algo sabroso, es un «tú» que le proyecta «eso sabroso» en forma de imagen a otro «tú» que al verlo…se le hace la boca agua. Cuando piensas, con palabras como en un diálogo, es un «tú» que le habla a otro «tú» y en este sentido ese «tú» que te habla hace las veces de entorno y como ya vimos, el entorno tiene la potencia de generar emociones en ti, así como tú a ti.

Dime como te hablas y te diré cómo te sientes. Si no tengo conciencia de esto, de cómo me trato, de cómo me hablo, de cómo me juzgo o me acepto o me justifico, si no tengo conciencia de ese otro «yo» o de ese otro «tú» puedo entonces proyectarlo en el mundo fuera de mí y atribuirle a ese mundo lo que en realidad es mío. Proyectar lo mío y de lo que no tengo conciencia, es fuente entre otras cosas, de la mayoría de las guerras por las que ha pasado la humanidad y de otorgarle a Dios, asuntos que para nada le incumben y son mi responsabilidad.

El segundo aspecto de las emociones es la expresión. Toda emoción tiene su expresión. Pudiéramos considerar la sensación como una expresión de la emoción pero aquí, al hablar de expresión me refiero a lo perceptible por el entorno, lo externo a mí, lo que no soy yo, el otro. En este sentido a través de la expresión, ellas le comunican al entorno lo que nos está pasando. ¿Y para qué? Pues porque somos seres sociables. ¿Qué pasa en ti si ves llorar a alguien que no conoces? ¿Y si lo conoces, qué pasa en ti? Expresar las emociones es importantísimo, tenemos un tanque adónde van las expresiones emocionales y a este tanque, le gusta estar vacío. Hay infinidad de expresiones emocionales con infinidad también de grados expresivos, desde un simple sí o no a una explosión de llanto o rabia o un ataque de pánico. Desde un decirte “te quiero” a un beso apasionado…y más allá. De esta manera, el entorno al percibir la expresión también se adapta a nosotros y cambia su conducta acorde con la emoción expresada.

Mantener el tanque sin descargar es peligroso, muchas veces el trabajo terapéutico solo se limita a facilitar la descarga del tanque, y no hacerlo, es también fuente de enfermedades. En lo personal considero que todas, todas las enfermedades tienen su origen en este tanque. La Artritis, por ejemplo, está íntimamente relacionada con algo que llamamos “rabia  retroflectada”, no es más que rabia no expresada y dirigida a mí. La depresión, cuando no es congénita, también tiene su origen en la “rabia retroflectada”.

En conclusión, las emociones nos señalan como va la relación conmigo y con los otros y le indica al otro como vamos con él.

Pronto estaremos hablando de cada una de las emociones en particular, y de su importancia en nuestras vidas.

Alfredo Tugues Plaza