EL SEÑOR «YO SÍ SÉ»

Y aquí viene el señor «Yo sí sé», apropiándose de la audiencia, queriendo demostrar su infinita sabiduría, restregándole al vulgo su cultura, sermoneando a los incautos. Aquí viene el «señor enciclopedia», con afán de domador, a ponernos el pie encima con sus pocos, cuántos, libros leídos. Aquí viene el «señor infalible», con su experiencia de vida adquirida en internet. Aquí viene el «señor sabelotodo» con su pompa y pedantería y un sinfín de palabras enredadas para ser dichas con voz engolada. Aquí viene ese «pequeño profesor» a darnos una clase, a decirnos lo que deberíamos hacer, a mostrarnos su gran estatura, disminuyendo la nuestra con evacuaciones de verborrea. Este tipo cabezón, incapaz de sorprenderse, de aprender y sonreír, cuando se siente inadecuado, usa el sarcasmo.

Tiene complejo de amaestrador, interrumpe sin pedir permiso, como si lo que él tiene para aportar, es más interesante. Todo lo explica, es dueño de la última palabra, jamás duda y gusta de corregir o contradecir, solo por el interés de descontrolarnos, para mantener su autoridad sobre sus oyentes. Suele tener el pecho inflado y mirar de arriba abajo, le gusta ver fijamente a los ojos para intimidar a quien pudiera ignorarlo. De andar pausado y vigilante, eleva su cabeza como un periscopio para que nadie resalte sobre él. Un «súper razonador» empedernido, que con argumentos intelectuales, exuda seguridad, para garantizase elogios y aprobación.

Pobre señor «Yo sí sé», maestro de gratis, de respuestas ingeniosas, carente de espíritu y escucha. ¡Pobre!,  porque detrás de sus palabras y arrogancia, no hay un hombre, sino un niño asustado, incompetente para admitir objeciones a su ego inflado por compensación. Un pequeño disfrazado de grande, que no sabe hacer contacto, y que ha envanecido a su cabeza, por encima de su sensibilidad. Un chiquillo creído que, en vez de llorar, avasalla y se queda solo en su mundo de razonamientos fríos y desalmados. ¡Pobre señor «Yo sí sé», tan leído, tan experto, tan sabido y tan vacío! Conoce de conceptos y definiciones, pero se pierde en la acción. Necesita tanto de nuestra atención, que cuando obtiene una legítima, plagada de intimidad, recurre a su repertorio de frases hechas, de frases vanas. ¡Pobre señor cuadriculado, escondido en las faldas de su mente, mientras se pierde la vida!

¿Lo conoce, lo ha visto alguna vez?…  ¿Quiere saber qué hacer cuando lo tenga frente a usted? Primero que nada, ¡cuidado!, estos individuos suelen ser contagiosos. Segundo, ¡cuidado!, estos personajes, son altamente patógenos. Pero si usted es de esas personas inmunes a la soberbia y tiene una autoestima lo suficientemente solvente, sabrá que lo mejor, es no engancharse.

Déjelo sentirse importante, es vital para él.  Luego márchese discretamente, lo más lejos que pueda, porque sujetos como estos, atropellan (con estilo, sí)… pero maltratan.

 

 Victoria Robert

 

NO TE DEJES

Sólo hay un medio para matar los monstruos, aceptarlos.

Julio Cortázar

Te vigila, te somete, te cuestiona y cierra la puerta contigo adentro. Te quita la alegría, te obliga, te  encierra en tu casa, en las cuatro paredes de tu casa, segura y aburrida. Objeta todo cuanto se te ocurre y te pueda divertir. Es una bestia que, acusándote de bestia a ti, te corta las alas, las palabras y el entendimiento. Te convence de lo que debes hacer y te hunde.

Y tú allí, en esa oscuridad desnutrida… marchitas, le crees y te dejas.

Alguien, que ahora es tu dueño y aprendió a regañar como tus padres, mirar como tus abuelos o enseñar como tus maestros, cuida tu puerta de salida, la misma en donde alguna vez  entraste, inocente y confiado. Y te quita los permisos. No te deja pensar por ti, ni hablar con tus palabras, ni aprender nada nuevo. Es un amasijo, un revoltillo de mandatos, negativas, tabúes y restricciones anuladoras, que tiene años macerándose en tu psique y haciendo de tu existencia, un plato muy, muy desabrido.

Te pone trampas, te confunde, te hace dudar de lo que quieres, privilegiando «lo que debes». Dibuja laberintos para que, cuando intentes  sublevarte, te pierdas en bifurcaciones engañosas. A veces no te deja dormir porque te llena de miedos, mientras te convence de que te está protegiendo. Te impide experimentar porque no cree que tus errores, sean buenos mentores.

Es básico que conozcas a este, tu monstruo. Y es indispensable que él te conozca a ti. Porque la etiqueta que te ha colocado, te hace matar tu pasión, tu vigor y tu esperanza. Te incita a ignorar la riqueza de tu sexualidad, te tienta a devorar tu creatividad y, todos los días, te viste con el mismo traje, común al de todos los presos como tú. Eleva tu voz, levanta tu cara y muéstrale tus dientes. Hazlo antes de que te consuma.

Rebélate, desobedece, atrévete a salir del laberinto, hermoso Minotauro enjaulado y sal a la vida. Recuerda, la bestia que eres, es porque otra, socialmente aceptable y rigurosa, aunque no por ello menos cruel, te teme.

No te dejes.

 

Victoria Robert

EL VECINO INDESEABLE

Alguna vez en la vida hemos tenido a un vecino indeseable. Estos sujetos no respetan las normas de la comunidad y trasgreden toda posibilidad de convivencia en armonía con sus semejantes. Ponen música a un volumen insultante y en altas horas de la noche, dejan abiertas las rejas del edificio o la urbanización, reciben en sus casas a personas con aspecto tenebroso e inquietante, echan a la basura objetos que pueden lastimar al encargado de recogerla y cocinan cosas que expiden olores fuertes y desagradables.

¿Y qué suelen hacer los vecinos en casos como estos? Se alarman, se molestan y se quejan entre ellos, mientras esperan que los de la Junta de Condominio o de Vecinos, hagan algo que logre regular el comportamiento inadecuado de este individuo. Lo que no saben, es que los de la Junta también se sienten intimidados tanto o más que ellos, así que por eso han preferido (igual que todos los demás) observarlos desde adentro de sus casas, por el ojo mágico de la puerta o a través de binoculares muy discretos. Nadie le quiere poner el cascabel al gato. Entonces el vecino indeseable, un día, porque si, porque le dio la gana, raya uno de los automóviles. Y como te hiciste el loco porque no fue tu auto al que le saltaron la pintura, unos días después, te mata al perro. Y es él quien le termina poniendo el cascabel a tu gato.

Lamentablemente todos (tú incluido por supuesto), esperaron a que este sujeto vil, llegara a esta ruin demostración de poder. Nadie le puso límites a tiempo y ahora todos están llorando. ¿Qué se supone que debería hacer ahora la comunidad? Como mínimo, obtener pruebas, llamar a la policía, a un juez de paz y organizarse para sacarlo del vecindario ¿no?

Ahora quiero que imagines que ese vecino indeseable, es en realidad… tu inquilino. Muchas veces, en vez de uno, somos dos. Y “Dos”, ese inquilino personal, si no te das cuenta a tiempo de lo dañino que puede ser, tiende a ocupar espacios fundamentales de ti: tus creencias, tus emociones, tu autoconfianza, tu voluntad. Y como no lo puedes echar a la calle porque habita en tu psique, estás atado de manos. Es él quien hace tu comida, maneja tu agenda, tus claves, te suplanta en el trabajo, lleva a tus niños al colegio y se acuesta con tu pareja. ¿No lo crees posible?… pues lamento decirte que sí lo es. ¿O acaso no sabías que esa voz interna que día a día habla en tu cabeza para descalificarte o culparte o juzgarte, es tu inquilino, tu “Dos”? Ese es el que te dice que no hagas “tal o cual cosa”, pero si lo obedeces te califica de cobarde. O al revés, te insta a que tomes riesgos pero si te equivocas, te destroza el alma y la autoestima.

¿Y cómo es que ese inquilino, ese aspecto interno logra dominar tu vida?, lo hace porque te conoce.

¿Qué hacer entonces? Necesitas estar alerta para conocerlo. Saber qué come, a qué hora se levanta y duerme, quiénes son sus amigos, cuáles son sus gustos y debilidades. Necesitas revisar sus llamadas, sus mensajes, su basura. Perseguirlo, acosarlo como él lo hace contigo. Así, cuando estén a mano, cuando lo conozcas tanto como él a ti, sabrás cómo ponerlo en su lugar, cuándo atenderlo, cuándo ignorar sus comentarios, cómo neutralizarlo y, tal vez, también puedas descubrir la manera de convertirlo en tu aliado.

Recuerda que ese inquilino también eres tú. Así que o aprendes a ponerle el cascabel, o un día de estos cuando despiertes, él te habrá dañado a ti y a tus seres más queridos.

 Victoria Robert

 

 

 

 

 

 

LO QUE NO NOS CUENTA EL ESPEJO

¿Cuánto tiempo le dedicas diariamente al espejo, a ese que en vez de aprovechar para verte, usas para disfrazarte?

Hay personas que siendo esclavas de su imagen, invierten tiempo, energía y dinero en ocultar su propio potencial. Pareciera que en vez de apreciar quienes son, dedican sus juicios más brutales contra sí mismos y trabajan para la opinión de los demás, temiendo ser criticados, o anhelando ser aprobados.

Algunos viven para la marca, para el atuendo, para el tamaño de su teléfono o de su carro. Para el club y para el gimnasio, para el tinte o el maquillaje. Otros, viven para los mandatos de los mayores, de las iglesias e instituciones, de la moral más reconocida en su pequeña aldea. Los que se creen más ambiciosos, viven para lo que consideran “éxito”, la palmadita en el hombro, los premios, los ascensos, la notoriedad.

Ninguno de estos “ejemplares” (porque así se promocionan), ha notado que con el costoso perfume que usan, tapan su propio y único olor. Ninguno, ha advertido que mientras más tiempo destina a adivinar lo que al otro le podría gustar, menor tiempo le queda para descubrirse y respetarse. Entonces, buscando admiraciones prestadas, pisotean su propia naturaleza, dejando de ser individuos para convertirse en un producto en serie, igual a todos, sin nada que los distinga y hecho a la medida de sus más feroces inseguridades.

Muchas veces protestamos cuando los adolescentes piden, quieren, exigen que se les compre lo que el amigo, el vecino o el famoso tiene para “no ser menos”, pero ¿de quiénes aprenden? ¿Cuánto no nos muestran ellos de nosotros y nuestra manera de ocultarnos tras la imagen?

Y no se trata de pretender romper el molde haciéndonos de un nuevo patrón de rebeldía que repudia lo que está de moda y rechaza el marketing. Se trata de contar cuántas veces al día nos miramos al espejo para la mentira y cuántas, nos miramos para ver la verdad. Cuántas veces nos miramos para juzgarnos y ocultarnos, y cuántas para conocernos.

Espejos hay muchos, no sólo el de la polvera o el del gabinete del baño. Cada uno de nosotros podemos ser un espejo del otro. Cada objeto preciado puede ser otro reflejo de una necesidad desatendida. Los sueños pueden darnos pistas de lo que no miramos de nosotros cuando estamos despiertos y distraídos en agradar a los demás. Un escrito, un dibujo, un gustoso plato de comida preparado con esmero, son muestras de la riqueza de nuestro mundo interior. La música que escuchamos, los colores que elegimos, las personas a quienes amamos y aquellas a las que elegimos reprobar. Esos espejos son más útiles que esa superficie de cristal cubierta en su lado anterior con una capa de plata, que solemos venerar y que si se rompe, nos sentencia a 7 años de mala suerte.

Entonces, la próxima vez que te mires al espejo pregúntate: ¿a quién estoy mirando?

 

Victoria Robert

RUMIANTES HUMANOS

En ocasiones necesitas dar la cara a situaciones que te  perturban para encontrar la mejor salida pero, como te sientes incapaz o temeroso de entrar en conflictos, empiezas a darle vueltas, una y otra vez, y te conviertes en un rumiante. Pero a diferencia de las vacas, que pasean sus alimentos semi-digeridos por las 4 cavidades de su estómago, regurgitándolo para re-masticarlos y deshacerlos, puede que tú te dediques a perpetuar este proceso por horas, días, y hasta por años.

Entonces te transformas en una vaca psicológica y lejos de conseguir calma, re-visitando tus problemas para encontrar nuevas y audaces soluciones, lo que logras es aumentar tu ansiedad y distorsionar la dimensión de tus dificultades. Y para salvarte de “pelear”, nutres un proceso de gastritis crónica y te produces una dolorosa úlcera psicológica.

La diferencia entre las vacas y quienes cavilan sus pensamientos, es simple: ellas logran destrozar el alimento y digerirlo. En cambio el rumiante psicológico, no sólo no hace un adecuado metabolismo, sino que en vez de procesar sus alimentos, regurgita toxinas. Son vacas enfermas.

Sucede que cuando evitamos confrontar, nos hacemos especialistas en soñar, entonces ideamos mejores escenarios, momentos más oportunos, fantaseamos las respuestas inteligentes que no nos atrevimos a dar, soñamos con la cachetada decisiva o los cuatro gritos ajustados, o la sonrisa más elegante o la estocada triunfadora. Somos unos genios de la fantasía y el invento mientras esperamos que alguien, tal vez un héroe salvador, venga a dar la cara por nosotros para darle fin a lo que nos atormenta y, en definitiva, poder salir airosos.

¿Y por qué invertimos tiempo y energía en rumiar, y acumulamos frustraciones?, porque quien rumia no mastica, traga entero.

Los alimentos físicos, psicológicos, emocionales o espirituales, se ingieren de la misma manera. Así que si usted quiere saber si es un tragador rumiante, obsérvese en el simple acto de comer. ¿No se toma el tiempo necesario, lo hace mientras estudia o trabaja o atiende a los niños? ¿Come de pie, come cualquier cosa o come en exceso? Si es así, no se está nutriendo, se está enfermando, y en vez de dedicarse a la sanidad de sus procesos metabólicos, ocupa su mente y sus emociones en regurgitar “la paja” no digerida.

¿Cómo hacer? Mastique, mastique mastique. Evítese un problema y  atienda sus problemas a tiempo, aunque ello implique cazarse un problema. Tome el riesgo.

Si no lo hace, terminará siendo una vaca angustiada, deprimida y presa de sus fantasías. Y las vacas son seres sanos. En algunos lugares del mundo, hasta son sagrados.

 

Victoria Robert

 

 

LA UTILIDAD DE LA RABIA

La rabia, tu rabia es un excelente activo, único diría yo. ¿Por qué te empeñas en desdeñarla? Quizás alguien te enseñó que expresarla es de mal gusto o cosa de locos. O tal vez cuando estabas a punto de estrenar tu primera pataleta infantil, unos ojos severos, anticipándose a tu explosión, supieron detener tus chillidos alojando en algún rincón de tu alma la prohibición a mostrarla. Entonces aprendiste a decir cuando querías decir no, o a sonreír cuando querías sacar la lengua, o a quedarte con las piernas bien juntitas y apretadas cuando lo que querías era lanzar una patada voladora y marcharte dando un portazo. Y después de haber aprendido a inhibirla, terminaste cambiando gritos, ceños y golpes por unas lágrimas desabridas. Unas lágrimas mentirosas que supones que te protegen, pero en realidad te desarman, te victimizan y te niegan.

Las lágrimas tienen sus momentos, ellas están para asistirte durante el dolor o para ilustrar tu conmoción. Las lágrimas pueden ser hermosas cuando, estando alegre, una sonrisa es poco cosa a la hora de hacerle justicia a tu experiencia. Pero si tienes rabia y lloras, estarás tomando el atajo de la impotencia. Y eso, sólo ayuda al que te daña, no a ti. Eso, sólo ayuda a tu creencia tragada con miedo. Eso, lejos de ayudarte, te enferma.

La rabia no se esconde, no se disuade, no se elimina. La rabia es energía y por lo tanto, ni se crea ni se destruye, ya sabemos que se transforma.

La rabia es un estado afectivo que responde a la vivencia de daño, es una defensa. Nos conecta con nuestra animalidad, nos hace gruñir, mostrar los dientes y poner límites. Si no la expresamos, la transformamos en resentimiento, en amargura (que son oscurecimientos de un alma forzada a callar) o en alteraciones, incluso enfermedades que gritan desde un cuerpo abatido por la indiferencia o la contención.

Es decir, si no le hago al otro lo que le quiero hacer cuando me ha lastimado, si no le muestro que no le voy a permitir avanzar más en su burla o maltrato, si no digo “¡Basta!” y, en cambio,  lo salvo de mi rabia, terminaré atacándome a mí y haciéndome lo que otros merecen.

No se trata de andar lanzando golpes a ciegas al primer descuidado que ande por ahí, dejando que la violencia se apodere de mi voluntad; mucho menos, se trata de desviar el conflicto hacia quien puedo en vez de hacia quien quiero; se trata de agredir, que no es más que avanzar. Cuando la rabia me usa, me violento, y termino destruyendo sin discriminación y sin control. Cuando uso mi rabia, agredo y, entonces, desmenuzo, aprendo, desecho y reconstruyo. Cuando me violento no hago contacto, en cambio, cuando agredo, miro directamente a los ojos del otro (para aceptarlo o para rechazarlo), uso mi voz firme y me hago sentir.

La violencia es rabia irresponsable y si te responsabilizas de ella, agredes. Así que la próxima vez que desdeñes tu rabia derrochándola o inhibiéndola, con alaridos o con lágrimas, por orgullo, o por miedo, pregúntate, ¿en qué lugar de ti dolerás mañana?

Llámalos cuerpo, alma, amor propio, cualquiera de estos espacios, eres tú.

 Victoria Robert

CUIDAR DE MÍ

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¿Cuántas veces nos hemos visto emboscados en la forzosa tarea de atender a los demás? Sabemos acompañar a los amigos ante una emergencia, a la familia y también al jefe. Somos expertos en cuidar del carro, de los hijos, del marido o de la esposa. Y en cuanto a la dedicación al trabajo, o los estudios, solemos ser los más rápidos y efectivos.

En realidad no lo sabemos pero somos unos grandes cuidadores. Motivaciones hay muchas, una de las más importantes es el afecto y la labor desinteresada por el bienestar de aquel a quien amamos. Salimos corriendo cuando uno de los nuestros tiene una necesidad, creyendo ser los indicados para brindar ese apoyo. Cuando lo hacemos, nos sentimos realmente complacidos, porque tender una mano le da sentido a nuestra existencia, porque el alivio del ser querido nos tranquiliza, porque la sonrisa de ese otro que recibe nuestra atención, nos renueva y porque su gratitud, aunque sea en un pequeño gesto, nos hace sentir retribuidos.

Y así vivimos. Pintando el techo en la casa de la hermana; haciendo diligencias para el vecino enfermo; cuidándole los hijos a los amigos; quedándonos hasta tarde para sacarle el trabajo al pobre jefe abrumado por el stress; haciéndole la tarea a los muchachos; prestándole dinero al cuñado; reuniendo ropa o comida para los necesitados; ayudando a la ancianita a cruzar la calle… Así vivimos, aquietando la angustia y labrando deudas que jamás cobraremos. Así vivimos, salvando al mundo.

Hasta aquí todo va estupendo, somos leales, sensibles, generosos, en definitiva, somos buenos.

El problema está en que cuando nos toca cuidar de nosotros, observarnos, saber de nuestras necesidades, resolver nuestras urgencias y ponernos por delante, no tenemos ni la más remota idea de cómo hacerlo. Tal vez porque hemos aprendido que “obrar en mi favor es de egoístas”. Quizá nunca se nos ocurrió prestarnos atención para darnos cuenta que estábamos allí, en el último lugar de la cola. También puede que hayamos creído que siempre podemos más, soportamos más y que “la compasión es para los débiles”. No importan las razones que nos hayan llevado a dejarnos al margen, el hecho es que al final nadie nos ve, nadie nos atiende y nadie nos cuida. No podía ser de otro modo, porque hemos vivido demostrando que no necesitamos de nadie. Y de tanto ayudar a los demás, nos hemos quedado solos.

¿Qué hacer entonces? ¿Cómo respondernos cuando necesitamos aprender a cuidar de nosotros?

Pregúntele al techo de su hermana, ese que pintó tan bonito; al  vecino enfermo al que le hizo la diligencia; a los amigos a los que le cuidó sus hijos y también a los hijos; pregúntele a su desahogado jefe; a los muchachos o a la tarea de los muchachos; pregúntele a su cuñado al que le prestó el dinero; a los necesitados a quienes les donó ropa y comida; a la ancianita que cruzó la calle gracias a usted… Y si no se atreve, tome alguno de esos personajes o elementos en los que usted sembró sus atenciones con tanto amor y préstele su voz para que sean ellos, sus protegidos, los que le respondan. Seguramente le enseñarán que tras ellos, hay un niño o una niña olvidados y esperando a ser descubiertos. Seguramente descubrirá, que esa criatura lleva su nombre… porque es usted.

agobio-parejaY entonces, cada vez que sienta el impulso de tenderle la mano a otro diferente a usted, quizá pueda tomar una mejor decisión. Una más justa, más sabia, una más noble y amorosa.

 

Lic. Victoria Robert

 

LOS PROCESOS HUMANOS

Todo proceso es una sucesión de hechos que van ocurriendo entre dos puntos opuestos, dos polos que, relacionados con el transcurrir de movilizaciones de uno a otro, constituyen una polaridad. Si pensamos en el día, no podemos evitar imaginarnos a la noche. Y en el medio de esos dos polos, transita la vida diaria de cada uno. Si elegimos la justicia, la honestidad o la belleza, es porque en algún lugar habita la injusticia, la deshonestidad o la fealdad. Puede que estos polos, un tanto reprochables, los veamos fuera de nosotros porque nos duele reconocer nuestras cualidades oscuras, pero ellas habitan en nuestro fondo, reservadas secretamente para sorprendernos en el momento menos pensado.

Muchas personas se describen a sí mismas como “blanco o negro” para significar que son claros, decididos, concretos o auténticos, pero en el quehacer de sus vidas, esta manera determinada de ser, los limita, los detiene en extremos. No tener medias tintas, ser lo uno o lo otro, sin grises, resta el sinfín de posibilidades que existe entre un polo y otro, convierte a los seres en individuos predecibles y con poco encanto. Sin embargo, si nos detenemos a observar, no es que no tengan matices intermedios, sino que no los han desarrollado o que el tránsito de un polo a otro es tan violento que pasa inadvertido.

Podemos sentir furia o calma y también podemos sentir molestia, enojo, rabia, indignación, ira y cólera. Podemos sentir miedo o tranquilidad y también podemos experimentar desconfianza, sobresalto, susto, miedo, pavor, terror, pánico. Ahora imaginemos la vida sólo entre el pánico y la calma o la cólera y la tranquilidad, o el amor y el desamor, o la alegría y la tristeza, o un mundo sólo de hombres, o sólo de mujeres; un mundo sin colores es inconcebible, aburrido y escaso.

Lo movimientos que se producen entre la vida y la muerte son los que le aportan riqueza a la existencia. Así como nos movemos, vivimos y si nos detenemos, literal o psíquicamente, morimos. Los procesos humanos son intrapsíquicos, (cambios, conflictos, movilizaciones internas entre diversos aspectos de un individuo) e interpersonales (entre dos seres diferentes que se encuentran, complementan, y diferencian) y la comunicación es el puente vinculante, el punto de enlace. Lo que da sentido a un polo, es el intercambio con el otro, así se nutren, así enriquecen sus experiencias, así cambian y crecen.

Un árbol puede terminar siendo un hermoso o utilitario mueble mediante el proceso que aporta el carpintero a través de su oficio; los ingredientes en la cocina pasan por el proceso de cocción hasta convertirse en un delicioso plato en manos del cocinero; las siete notas musicales nos regalan una infinidad de momentos melódicos gracias a la dedicación del  compositor. La naturaleza, el deporte, las redes sociales, el aprendizaje, el arte, la literatura, todas las obras humanas están plagadas de procesos.

La Psicoterapia descubre el proceso entre los polos “psicoterapeuta” y “paciente” (sea este un individuo, una pareja, una familia o un grupo), y es en el encuentro entre ellos en donde se produce el autoconocimiento, la expansión de la conciencia, la expresión de vivencias o emociones, la confesión de verdades ocultas, el descubrimiento del potencial de cada uno, el intercambio de experiencias, el cambio. En definitiva, el crecimiento.

El proceso psicoterapéutico es como un columpio habitado por un niño en el cuerpo de un adulto, que al principio necesita ser empujado por otro adulto, hasta que ese niño-adulto descubre que lo puede impulsar solo, pero para que sea divertido, es importante estar acompañado.  Mientras tanto, el psicoterapeuta espera que el columpio se desocupe para poner en práctica lo que fue aprendiendo de su discípulo… y ponerse en su lugar.

 

Victoria Robert