LA HORA DE PARTIR

Puede que te ocurra en la noche o en una de esas madrugadas en las que no importa la temperatura a tu alrededor porque igual sentirás frío. También puede que te sorprenda una mañana tibia, pero tan silenciosa que asuste. Y si te toca en la tarde, será casi al anochecer, cuando ya estés lo suficientemente cansado como para haber soltado tus defensas, después de haber lidiado con las exigencias de un día que, como los de los últimos tiempos, se hará cada vez más insoportable. No importa cuándo, pero una vez que te pase ya no serás «uno» batallando con la adversidad de tu entorno. Por una buena temporada serás «dos»: tú y ese otro tú que te gritará que quiere irse de ese lugar en donde insistirás permanecer por miedo o tozudez. A partir de ese instante vivirás con la sangre helada, los hombros encogidos y el estómago hirviendo. Serás inquietud y rabia solapando un dolor que no podrás posponer tanto como quisieras. Y entonces, el infierno que creerás estar viviendo por vivir lo que no quieres, por aguantar los maltratos que no habrás pedido ni buscado ni ganado, será uno doble. Porque ese otro que te suplicará, que te tentará y hasta te increpará, es tu amor propio pidiéndote cuentas. Esperarás a que otros decidan por ti, querrás que alguien te preserve de ese daño que ya no estarás en condiciones de resistir, rogarás por soluciones milagrosas, hasta que esa madrugada o esa tarde o esa tibia y aterradora mañana silenciosa que jamás querrás que llegue haya remontado, y entonces sabrás que es la hora de partir.

Y mucho antes de que la incertidumbre toque a tu puerta, te sorprenderás entre lágrimas y ahogos sacando cuentas, haciendo inventarios y poniendo en balanza ilusiones vencidas por un lado y un porvenir borroso por el otro. Serás una duda ambulante, porque esa parte de ti que se apegará a lo que creerá seguro (aunque no sirva), estará trabajando incansablemente para evitar que la arranques de su hogar, de su historia, de sus afectos y de la fantasía de que lo que una vez fue, regrese. Pero como sabrás que eso no será posible, serás tú quien pese a tu hueco en el pecho, irás dando cada paso hacia tu salida. Buscarás aliados para que cada cierto tiempo te recuerden porqué decidiste marchar, mientras tu otro tú, apelará a la añoranza, al « ¿estás seguro?», al « ¿y si?».

Serán días difíciles, pues mientras avances hacia lo desconocido para alejarte de lo que tanto te estará lastimando, también tendrás que sobrevivir a los días en los que aún permanezcas en ese lugar de maltratos y agonía. Y mientras decides qué soltarás, qué llevarás, qué regalarás y a quién o qué echarás a la basura, irás descubriendo que te importarán más los juguetes de tu infancia o aquel anillo de alambre que te regalaron cuando te amaban, que los documentos, utensilios y comprobantes de solvencia bancaria. Pero tendrás que elegir empacar lo segundo, tendrás que ser adulto y dejar lo primero. Porque es imposible meter tu vida en dos maletas, porque sabes que en el mundo de las cosas, las que «valen» son las que no importan y las verdaderamente significativas, solo cuentan para ti. Y tú ya estarás lo suficientemente grande como para saber que eres un caudal de experiencias que nadie te podrá arrancar porque son tuyas y se van contigo. Serán decisiones agotadoras en donde también descubrirás cuánto guardabas en baúles olvidados y cuán liviano llegarás a estar una vez que te sientas capaz de cerrar los ojos y, sin clasificar, abrir las bolsas de basura en donde echarás lo que no puedas cargar.

Todo irá tan rápido que te costará digerir cada paso. Habrás avanzado tanto que aunque quieras no podrás volver atrás. Y si bien creíste que llorarías, no lo harás porque estarás enfocado en tu salida por entero. Tendrás tan poco tiempo y tanto que organizar, recoger, cuidar y vigilar, que casi no te darás cuenta cuando hayas dejado ese paisaje, ese olor, esa luz… y ese miedo. Quizá suspires, tal vez te duela el pecho… pero a partir de ese momento volverás a sentirte completo para caminar en una misma dirección.

No te voy a engañar, si te marchas dolerá, pero ya sabes cuánto duele quedarte.  Sabes que falta poco, sabes que en cualquier momento el silencio de la mañana tibia te despertará gritándote que llegó la hora de partir. Sabes que si insistes en hacerte el sordo, habrás perdido la oportunidad de probar un mundo diferente. Y sabes que eres lo suficientemente valiente para partir, porque lo has sido para quedarte.

Victoria Robert

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