CONVERSACIONES CON ALFREDO

EL AMOR   El verdadero amor con otro ser humano es muy frágil. Para mí el amor verdadero es el amor inter-especies. Por ejemplo Dios, por el hecho de no verlo, de no saber si está realmente allí, con todo lo que dicen de Dios, es como si fuera de otra especie. Por eso lo …

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LOS DOÑOS

Es impecable, sin dudas. Regia, como dama noble recién empolvada, acostumbra a ostentar un exquisito olor a jazmín que a lo largo del día va adquiriendo un chispeante matiz cítrico. Todo el que la conoce sabe que ese es el aroma natural de su hermosa piel transparente y suave. Seduce a cada paso, pausado y …

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PENSAMIENTOS SPAM

Según Wikipedia: «Los términos correo spam y mensaje spam hacen referencia a los mensajes no solicitados, no deseados o con remitente no conocido (correo anónimo), habitualmente de tipo publicitario, generalmente son enviados en grandes cantidades (incluso masivas) que perjudican de alguna o varias maneras al receptor». Si cambiamos las palabras «correo» y «mensaje» por «pensamiento» …

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XENOFOBIA

Es que no lo puedes evitar, te molesta el otro, su cara, su idioma, su color de piel. Te desagrada su acento, su vestimenta, desprecias sus costumbres. Es más fuerte que tú. Cuando te detienes a ver su manera de relacionarse, de moverse, de comer, sientes como si una fuerza desconocida se apoderara de ti …

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ME AMPUTARON EL NOMBRE ANTES DE NACER

  Imagina por un momento que no tienes nombre. Busca un lugar tranquilo, ponte cómodo, haz el ejercicio ese de la respiración que tú conoces y cuando estés listo imagínate en situaciones de contacto o sociales, pero sin ningún nombre. Tómate tu tiempo y deja volar tu fantasía. Imagina por ejemplo que se refieren a …

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HUELE PEGA

Hay niños a los que no les queda más remedio que escapar, es un asunto de supervivencia. Han resistido maltratos, humillaciones, abusos, abandono, y aunque no saben cómo subsistir solos, creen que la calle será más amable y segura que el techo que encubre sus frustraciones y miedos. Antes de tomar este inmenso riesgo desesperado, …

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IMAGINA QUE ERES UN SMARTPHONE

Tengo un smartphone o teléfono inteligente que en realidad no es un teléfono, es un ordenador o computadora muy sofisticada con un sin número de aplicaciones. Es una herramienta con la potencialidad de ser multi-funcional y una de ellas es la telefonía. Y esto de tener “la potencialidad de ser multi-funcional” también se aplica a …

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LA PSICOTERAPIA GESTÁLTICA

La Psicoterapia Gestáltica va directo a tu experiencia en el aquí y ahora. A diferencia de otros enfoques, la Gestalt pone énfasis en lo que sientes, percibes, piensas y haces con tu vida en el preciso instante en que la vives. Más allá de lo que hiciste o debiste haber hecho en el pasado, lo que …

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¿PARA QUÉ IR A PSICOTERAPIA?

Muchas veces hemos estado confundidos y sin saber qué hacer con nuestras vidas. Y hemos pedido consejos a amigos o a padres y, en muchas ocasiones, no hemos sabido qué hacer con esas maravillosas, ingeniosas y válidas orientaciones. Entonces nos hemos visto en este oscuro escenario: «sé qué es lo conveniente y no sé cómo …

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¿NO PUEDES?

Dependemos cuando somos pequeños y no tenemos los recursos para subsistir. Dependemos de nuestros mayores para dar nuestros primeros pasos, alimentarnos, estar seguros, e incluso, dependemos de ellos para fijar nuestras fronteras de acción. Dependemos para aprender a vivir con cierta solvencia, para sentirnos amados y hasta para recuperarnos de dolencias de amor. Dependemos cuando …

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DOS CIUDADES

En un íntimo paraje muy cerca de tu casa, hay dos ciudades… Una es apacible, divertida y limpia. Tan tranquila y alegre a la vez, tan segura e impredecible al mismo tiempo, que los pobladores de aldeas vecinas, envían comisiones furtivas para descubrir su estrategia. Muchos quieren aprender sus secretos, copiar su fórmula, descubrir el …

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LA BICICLETA VOLADORA

Corrías tras los cometas de tus amigos con la ilusión de que cuando se mezclaran con las nubes, podrías arrancarle el hilo a alguno de ellos y alzar vuelo. Luego aprendiste a elevarlos tú con la esperanza de que cuando sacudieran su larga cola de dragón hecha con tiras de gasa, la fuerza del viento levantaría del parque polvoriento (cubierto de hojas secas y caca de perros callejeros), tu liviana estatura nacida para planear, lanzarse e incluso, flotar en el aire. Cuando aprendiste a leer fluido, descubriste en aquel libro de ingeniería aeronáutica que te regaló tu papá, que por leyes de la física, jamás podrías surcar el cielo impulsado por un volantín hecho de papel cebolla y madera balsa. Pero no te importó, porque en ese libro también te enteraste cómo podías hacer avioncitos. ¡Avioncitos! ¡Los Dioses del universo! Entonces creíste que armarías un planeador lo suficientemente gigante como para que, montado a «caballito» sobre él, pudieras impulsarte desde el pico más alto que conocías. Esa cumbre fue el punto inicial de la pista en donde muchas veces te dejaste resbalar sobre un latón tamaño sábana, que le habías robado al techo del granero de tu abuelo.

Tus proyectos de aeromodelismo a escala personal fracasaron, pero no doblegaron tu espíritu aventurero. Con la plancha de zinc tampoco llegaste a volar, así como se dice VOLAR, pero te deslizaste a tanta velocidad al ras del suelo, que seguramente lograste despegar algunos segundos, y hacer de esa chapa, una primera aproximación a una alfombra (metálica) voladora, moderna y de manufactura casera. Estabas orgulloso pero no conforme. Tú querías tripular una nave. Elevarte, volar de verdad, como lo hacen los pilotos.

Y entonces viste en televisión a unos chicos más grandes que tú, elevando bicicletas en triples saltos mortales sostenidas en el aire como colibríes en el atardecer. Se te derramó el «Toddy» sobre la franela de la escuela pero no te afectó, porque se había presentado ante ti la oportunidad de saltar al vacío, de hacer acrobacias en el aire y caer sobre ruedas, a pesar de los rasguños.

Acudiste al «Niño Jesús», a «Santa» y a «Los Reyes Magos» juntos, y prometiste que sería lo último que pedirías en toda tu vida: «Después de esto, no los molestaré más, lo juro». Así dijiste.

Por lo que te habían dicho tus padres y los padres de tus amigos, sabías que había muchos niños en el mundo a los que ellos debían concederle algo todos los años, y que esa máquina mágica, valía por los próximos regalos hasta fueses grande.

Y te cumplieron.

Pero eras tan chiquito que tu mamá influyó en ellos para que tu bicicleta viniera con unas rueditas traseras que según los grandes, «te ayudarían a conducirla sin caerte». Y a partir de ese momento empezaste a conducir en tu bicicleta segura y estable. Y pedaleaste y pedaleaste por muchos caminos predecibles, con rayados de tránsito y sin un solo bache que te permitiera levantar vuelo.

Y ahora estás aquí, adulto, apoltronado en el asiento de esta vida sin alas pero con rueditas, y demasiado obeso, como para cumplirle el sueño a aquel pequeño que quiso volar y nadie lo dejó.

Un día de estos, el «Niño Jesús», «Santa» y «Los Reyes Magos» juntos, tocarán a tu puerta para pedirte cuentas. Pero como tal vez te has acostumbrado demasiado a tu cómoda vida sin grandes riesgos ni pasiones, no sabrás que  con ellos, escondido tras sus ropajes de lana, peluche y oro, estará aquel chiquillo reclamando su triple salto mortal.

Victoria Robert

¿ME QUEJO O NO ME QUEJO?

Siempre, desde tiempos inmemoriales, ha existido esa manera personal de expresar penurias y poner de manifiesto la impotencia para que no duela tanto. La queja en su estado natural, es una de las formas que tenemos de compartir las penas. Razones para quejarnos hay muchas, los motivos pueden ser infinitos y las formas pueden ser tan diversas, como versátil es la existencia humana, animal y vegetal.

Todos nos quejamos. Cuando las flores se marchitan, están haciendo uso de su legítimo derecho a la queja. Pierden su color, aroma y lozanía. Así se lamentan. Pero si mueren porque alguien las arrancó, entonces se arrugan y derriten, mostrando su dolor. Las hojas, hacen huelga durante el otoño. Dejan testimonio de su pesar en su caída, y regalan para el recuerdo una  extraordinaria alfombra de colores sepia. Las hojas son hermosas cuando se quejan.

Muchos animales se quejan en silencio. Cuando dejan de comer o jugar, sabemos que algo anda mal, pero como son tan nobles, procuran no molestar. Simplemente se repliegan, se retiran al rincón más tranquilo y oscuro para transitar por su pena, solos. Algunos también aúllan o braman, o mugen o rugen, como usted quiera. Cada uno según su tamaño, color, forma y hábitat, tiene su llanto, su lamento… su « ¡me duele! ». Los peces se sacuden y se dejan chupar por el océano hasta el fondo. Algunas aves se deprimen y dejan de volar. Los reptiles se desorientan o violentan. Los mamíferos se refugian en su manada o quizá esperen a que su queja sea atendida y confortada por alguien capaz de comprender su padecimiento.

Los humanos no somos muy diferentes ante el dolor. Suspiramos, resoplamos, lloramos o decimos. Y nos quejamos porque  es una manera de reconocer que estamos sufriendo, en la esperanza de que nos den una mano. Cuando es así, cuando la queja responde a la necesidad de sentir alivio, tiene un fin terapéutico. Muchas veces al quejarnos, al expresar nuestras experiencias de displacer como el miedo, la rabia o el dolor, conseguimos calma y descanso. De alegría no nos quejamos y a la tranquilidad, solemos aceptarla casi sin darnos cuenta.

Hay cuerpos que se quejan. Cuerpos encorvados con caras largas y ceños pronunciados que denotan molestia. Cuerpos con el pecho hundido y los hombros adelantados que muestran tristeza. Cabezas gachas y rodillas dobladas que indican derrota.

También hay voces que se quejan sin pronunciar palabras, murmullos con cadencia de lamento. Letanías en tono abatido. Hay voces que lloran sin soltar una sola lágrima.

Pero hay quejas que huelen a sacrificio y en vez de obtener comprensión, producen hastío o lástima, o nos hacen sentir culpables por omisión y nos obligan a hacer cualquier cosa con tal de silenciarlas. Esas quejas manipuladoras, lejos de producir consuelo, suman frustraciones y son inefectivas. Consiguen atención, pero es una atención definitivamente negativa. Es como comerse una gigantesca olla de frijoles y luego dedicarse a inundar el aire del prójimo, con su irreversible perfume.

La mejor manera de neutralizar el influjo de esta fuerza que impone complacencia, es moverse. Frente a las emergencias, dejamos de lamentarnos para ponernos en acción. Y la pulsión por aliviar lo que duele (aunque sea por un instante) vence a esa sensación de fracaso a la que, tantas veces, insistimos en rendirle culto.

Así que cuando te quejes, pregúntate qué necesitas, revisa lo que consigues y  explora cómo te sientes cuando lo haces. Así sabrás cuál es la cualidad de tu queja y comprenderás por qué, en ocasiones eres escuchado y en otras, ignorado.

Victoria Robert

JACK EL PROCRASTINADOR

Has dejado pasar tantas oportunidades y has pospuesto tantas actividades necesarias, que has llegado al punto en donde todo se ha convertido en una emergencia. Dices que funcionas mejor bajo presión y que «es mejor dejar para mañana, lo que tienes que atender hoy». Crees que dejarte llevar como una veleta hacia donde sople el viento, es una cualidad que resguarda tus buenas ideas, tus salidas espontáneas y tus soluciones ingeniosas. Y muchas veces te ha ido bien. Pospones tus compromisos del mismo modo en que te cambias los calzones y te has hecho experto en conseguir excusas que ni tú mismo crees. Eres el clásico tipo que sabe «resolver» cuando tiene el agua al cuello… hasta que se ahoga.

Dejas remojando ideas, trabajos, diligencias y citas médicas. Te haces el loco antes de tomar decisiones que involucren algún tipo de riesgo y contradictoriamente, por no tomarlas, te hundes cada vez más. Porque cuando corres la arruga, la arruga crece y las ocupaciones no atendidas se transforman en pre-ocupaciones, las responsabilidades diferidas se convierten en negligencia, las gestiones olvidadas acumulan deudas y cuando no atiendes tu salud, terminas en la emergencia de un hospital.

Esa cualidad de silbar cualquier melodía mientras miras para otro lado, ese talento para cambiar el tema de manera oportuna, esa habilidad para no confrontar lo ineludible, pareciera expresar pereza. Pero no. Muchas veces es producto del cansancio por la lucha estéril entre lo que «debes» y lo que «quieres». También es por miedo a toparte con un conflicto si asumes una posición poco popular. O es tu incapacidad de poner límites y decir que no, cuando sabes que no puedes cumplir. Entonces, cuando la realidad te toca la puerta y te pide cuentas, deflectas, desvías, haces chistes e inventas razones. Y aprovechándote de tus dotes para hablar y hablar y hablar hasta marear a quien te reclama, logras robarle tiempo a otra de tus tareas que se convertirá en tu más próxima emergencia, mientras te ocupas de la que ya no puedes seguir aplazando.

El problema es que como no te haces cargo del miedo, te haces experto en evitar. No es que te tomes un tiempo para pensar mejor las cosas, es que pretendes ganar tiempo mientras esperas que las cosas se arreglen solas. Y es que usar «el pensar»  como un «pasatiempo», es el más inútil de los recursos.

No te apropias de lo que necesitas, no enfrentas, no desafías,  no te opones, no das la cara y dejas pasar. Eres un «no» maquillado que prefiere pulir sus palabras para describir bonito, lo que es feo.

Y así se te pasa la vida, explicando por qué no has cumplido con lo que aceptaste hacer, mientras dejas de lado lo que necesitas terminar: cerrar una relación laboral que no te valora, terminar con una pareja que ya no da más, ocuparte de la grieta en la pared o del grifo que gotea, poner en orden tu vida aunque te moleste y duela. Elegir y desechar en vez de evadir, hará que ganes y pierdas, pero si haces esperar a los amigos, al jefe, a la familia, algo de ti también es demorado y desespera.

Así que querido Jack, recuerda que cuando procrastinas, te descuartizas sin darte cuenta, y esos pedazos de tu tiempo amputado, no vuelven, no se recuperan, simplemente se lamentan.

Victoria Robert

TÚ Y YO

La consulta terapéutica es un espacio privilegiado para quienes somos requeridos. Para ambos en realidad, pues quien pide consulta, por muy dolorosa que sea la aventura de zambullirse en sus profundidades, siempre recupera algo de sí. Lo hace porque necesita crecer y aprender a valerse por sí mismo en una vida que (más allá de los esfuerzos que hayan hecho los adultos que una vez lo guiaron) no trae manual de instrucciones. Pero la silla del terapeuta suele tener un particular poder otorgado por los pacientes que acuden en busca de ayuda, creyendo que quien la ocupa, ya aprendió, ya aprobó con mención honorífica, las lecciones correspondientes a «Vida 1, 2, 3 y 4 a la n», como asignaturas obligatorias. Además están el resto de las materias electivas adicionales como: pareja, trabajo, padres e hijos, por mencionar las más comunes. Entonces asumen que estamos elevados y, que como tenemos influencias importantes con los sabios celestiales, poseemos la clave para que sean más felices y no esa suerte de madeja enredada y maloliente en la que se ha convertido su existencia, hasta en los rincones más deshabitados de su cotidianidad. Es un privilegio y también una responsabilidad. La mayoría de las veces, nos encontramos con personas vestidas de hombres y mujeres grandes pero muy frágiles, a los que primero hay que acompañarlos a conocer las callosidades de su espíritu, para que aprendan a limarlas, luego ablandarlas y finalmente apreciarse. A partir de allí, lo que sigue es atreverse a cambiar, asumiendo los riesgos de ser quienes son y serán.

La consulta terapéutica, aunque brinda las oportunidades para aprender a sentirse seguro en las infinitas decisiones que comprometen el porvenir, no blinda al paciente. Más bien le muestra que es ineludible exponerse, si es que quiere tener una vida plena (con altos y bajos sí), pero completa.

Entonces recibimos a seres confundidos, perdidos entre miles de preguntas y respuestas que los hunden en el abismo del «no sé». Así, vienen los buenos a ultranza, los vivos sin sensibilidad, los que perdonan por decreto para evitar conflictos, los que perdieron la esperanza. Son seres desconocidos para sí mismos. Entran a terapia justificando su fragmentación, manipulando para obtener cambios afuera sin cambiar adentro. Amputaron aspectos vitales de su personalidad y pretenden, así mutilados, que el entorno les brinde las soluciones,  muletas o prótesis y, además, que no se note. Una suerte de hombres y mujeres con «alma biónica» que esperan salir como nuevos y «sin defectos». Como si ese patrimonio al que juzgan como máculas a esconder, no fuese el soporte de sus atributos y, a veces, su auténtica virtud.

Suelo ver a algunos de mis pacientes como si estuvieran inconclusos. Por ejemplo: al que no reconoce su rabia, lo imagino sin hígado, a quien se le cayó en alguna parte del camino la alegría o la compasión, lo visualizo sin corazón, al que es puro miedo y no encuentra valor, luce ante mí sin piernas, al que es pura bondad e indefensión, carece de dientes y muchas veces, hay pacientes que entran sin cuerpo, apenas una cabeza flotante recorre el espacio terapéutico, sin poder sentarse y descansar.

Y con el transcurrir de las sesiones, cuando empieza a darse la alquimia, y entre los dos, alumbramos nuestro re-nacimiento para ver cómo uno de sus muñones emocionales empieza a crecer, me pongo muy feliz. Y entonces, los veo salir por la puerta cada vez más preparados para encarar sus desafíos, cada vez más enteros, más vivos.

Y yo me quedo sentada en mi silla, mi hermosa y humilde silla de aprendiz, que me ha dado la fortuna de ser parte del camino de estos seres, para también reunir mis propios fragmentos y crecer en esos encuentros… entre tú y yo.

Victoria Robert