RUMIANTES HUMANOS

En ocasiones necesitas dar la cara a situaciones que te  perturban para encontrar la mejor salida pero, como te sientes incapaz o temeroso de entrar en conflictos, empiezas a darle vueltas, una y otra vez, y te conviertes en un rumiante. Pero a diferencia de las vacas, que pasean sus alimentos semi-digeridos por las 4 cavidades de su estómago, regurgitándolo para re-masticarlos y deshacerlos, puede que tú te dediques a perpetuar este proceso por horas, días, y hasta por años.

Entonces te transformas en una vaca psicológica y lejos de conseguir calma, re-visitando tus problemas para encontrar nuevas y audaces soluciones, lo que logras es aumentar tu ansiedad y distorsionar la dimensión de tus dificultades. Y para salvarte de “pelear”, nutres un proceso de gastritis crónica y te produces una dolorosa úlcera psicológica.

La diferencia entre las vacas y quienes cavilan sus pensamientos, es simple: ellas logran destrozar el alimento y digerirlo. En cambio el rumiante psicológico, no sólo no hace un adecuado metabolismo, sino que en vez de procesar sus alimentos, regurgita toxinas. Son vacas enfermas.

Sucede que cuando evitamos confrontar, nos hacemos especialistas en soñar, entonces ideamos mejores escenarios, momentos más oportunos, fantaseamos las respuestas inteligentes que no nos atrevimos a dar, soñamos con la cachetada decisiva o los cuatro gritos ajustados, o la sonrisa más elegante o la estocada triunfadora. Somos unos genios de la fantasía y el invento mientras esperamos que alguien, tal vez un héroe salvador, venga a dar la cara por nosotros para darle fin a lo que nos atormenta y, en definitiva, poder salir airosos.

¿Y por qué invertimos tiempo y energía en rumiar, y acumulamos frustraciones?, porque quien rumia no mastica, traga entero.

Los alimentos físicos, psicológicos, emocionales o espirituales, se ingieren de la misma manera. Así que si usted quiere saber si es un tragador rumiante, obsérvese en el simple acto de comer. ¿No se toma el tiempo necesario, lo hace mientras estudia o trabaja o atiende a los niños? ¿Come de pie, come cualquier cosa o come en exceso? Si es así, no se está nutriendo, se está enfermando, y en vez de dedicarse a la sanidad de sus procesos metabólicos, ocupa su mente y sus emociones en regurgitar “la paja” no digerida.

¿Cómo hacer? Mastique, mastique mastique. Evítese un problema y  atienda sus problemas a tiempo, aunque ello implique cazarse un problema. Tome el riesgo.

Si no lo hace, terminará siendo una vaca angustiada, deprimida y presa de sus fantasías. Y las vacas son seres sanos. En algunos lugares del mundo, hasta son sagrados.

 

Victoria Robert

 

 

LOS PROCESOS HUMANOS

Todo proceso es una sucesión de hechos que van ocurriendo entre dos puntos opuestos, dos polos que, relacionados con el transcurrir de movilizaciones de uno a otro, constituyen una polaridad. Si pensamos en el día, no podemos evitar imaginarnos a la noche. Y en el medio de esos dos polos, transita la vida diaria de cada uno. Si elegimos la justicia, la honestidad o la belleza, es porque en algún lugar habita la injusticia, la deshonestidad o la fealdad. Puede que estos polos, un tanto reprochables, los veamos fuera de nosotros porque nos duele reconocer nuestras cualidades oscuras, pero ellas habitan en nuestro fondo, reservadas secretamente para sorprendernos en el momento menos pensado.

Muchas personas se describen a sí mismas como “blanco o negro” para significar que son claros, decididos, concretos o auténticos, pero en el quehacer de sus vidas, esta manera determinada de ser, los limita, los detiene en extremos. No tener medias tintas, ser lo uno o lo otro, sin grises, resta el sinfín de posibilidades que existe entre un polo y otro, convierte a los seres en individuos predecibles y con poco encanto. Sin embargo, si nos detenemos a observar, no es que no tengan matices intermedios, sino que no los han desarrollado o que el tránsito de un polo a otro es tan violento que pasa inadvertido.

Podemos sentir furia o calma y también podemos sentir molestia, enojo, rabia, indignación, ira y cólera. Podemos sentir miedo o tranquilidad y también podemos experimentar desconfianza, sobresalto, susto, miedo, pavor, terror, pánico. Ahora imaginemos la vida sólo entre el pánico y la calma o la cólera y la tranquilidad, o el amor y el desamor, o la alegría y la tristeza, o un mundo sólo de hombres, o sólo de mujeres; un mundo sin colores es inconcebible, aburrido y escaso.

Lo movimientos que se producen entre la vida y la muerte son los que le aportan riqueza a la existencia. Así como nos movemos, vivimos y si nos detenemos, literal o psíquicamente, morimos. Los procesos humanos son intrapsíquicos, (cambios, conflictos, movilizaciones internas entre diversos aspectos de un individuo) e interpersonales (entre dos seres diferentes que se encuentran, complementan, y diferencian) y la comunicación es el puente vinculante, el punto de enlace. Lo que da sentido a un polo, es el intercambio con el otro, así se nutren, así enriquecen sus experiencias, así cambian y crecen.

Un árbol puede terminar siendo un hermoso o utilitario mueble mediante el proceso que aporta el carpintero a través de su oficio; los ingredientes en la cocina pasan por el proceso de cocción hasta convertirse en un delicioso plato en manos del cocinero; las siete notas musicales nos regalan una infinidad de momentos melódicos gracias a la dedicación del  compositor. La naturaleza, el deporte, las redes sociales, el aprendizaje, el arte, la literatura, todas las obras humanas están plagadas de procesos.

La Psicoterapia descubre el proceso entre los polos “psicoterapeuta” y “paciente” (sea este un individuo, una pareja, una familia o un grupo), y es en el encuentro entre ellos en donde se produce el autoconocimiento, la expansión de la conciencia, la expresión de vivencias o emociones, la confesión de verdades ocultas, el descubrimiento del potencial de cada uno, el intercambio de experiencias, el cambio. En definitiva, el crecimiento.

El proceso psicoterapéutico es como un columpio habitado por un niño en el cuerpo de un adulto, que al principio necesita ser empujado por otro adulto, hasta que ese niño-adulto descubre que lo puede impulsar solo, pero para que sea divertido, es importante estar acompañado.  Mientras tanto, el psicoterapeuta espera que el columpio se desocupe para poner en práctica lo que fue aprendiendo de su discípulo… y ponerse en su lugar.

 

Victoria Robert