POSTIZA

Un día te levantaste con ganas de verte diferente, no sé, pareciera que la noche anterior, de repente y sin aviso, la imagen que te devolvió el espejo venía con algunas críticas destructivas que te hicieron sentir poquita y te hicieron llorar. Así que como no te ibas a dejar doblegar por ese casi insignificante tropiezo, decidiste cambiar tu aspecto, quizá un poco desvencijado para tu edad y para tu gusto. Partiste temprano a la peluquería y, como quien decide lanzarse en paracaídas sin entrenamiento, te pusiste en manos del estilista quien le puso un nuevo color a tu vieja cabellera reseca y marrón, ahora sedosa corta y perturbadoramente roja. Mientras te peinaban decidiste atender tus uñas, pero como estaban cortas, accediste a la idea de colocarte unas postizas, tan largas que no sabías muy bien cómo harías con el volante y la palanca de cambios una vez que fueses a buscar tu automóvil. Así que decidiste dar un paseo por el centro comercial mientras te adaptabas a tus nuevas uñas de acrílico con esmalte duradero fijado con rayos UV. De pronto, pasaste frente a una óptica y se te antojó comprarte unos lentes de sol. Hasta que no te hicieras el tatuaje de cejas que tanto querías y el maquillaje permanente, era preferible que nadie viera tu rostro, aún ajado por tu descuido. Entraste muy animada, tu nuevo aspecto te brindó un entusiasmo que querías disfrutar, pero mientras probabas algunas monturas, viste ese anuncio de lentillas de colores  que inevitablemente te lanzó a preguntarte « ¿Por qué no?». Como no hubo una respuesta convincente, procediste a probarte cada uno de los colores disponibles en el mercado. El atrevido rojo fuego que cubría tu cabellera merecía unos ojos, no sé, tal vez de color esmeralda o aguamarina. Y entonces descubriste lo linda que te veías con esa nueva mirada, tanto que decidiste salir corriendo al maquillador para que dibujara un nuevo rostro y te colocara, de una vez, unas largas y rizadas pestañas permanentes.

¡Lucías radiante!

Cuando llegaste a casa no podías esperar para correr al espejo del baño (que es el que tiene aumento) pero casi sin querer, viste la báscula… y todo lo que habías logrado hasta ese momento, se derrumbó ante la promesa de un número elevadísimo, si osabas colocarte sobre ella para chequear lo que seguro te estaba sobrando. No hubo tiempo, al subir la mirada desde esa balanza maligna hacia el espejo que devolvía tu adorable reflejo, viste tu figura duplicada en el cristal de tu ducha. No hacía falta exponerte al horror de confirmar tu sobrepeso, era visible: estabas gorda, «casi obesa» dijo el inconforme vidrio de la regadera que parecía haber empezado a hablarte sin piedad y para siempre. No sólo excedías el máximo admisible en «gorditos», también eras escasa en donde sí hubiera estado permitido algún tipo de opulencia. Ancha de cintura y de caderas, plana de por delante y por detrás. Un desequilibrio deslucido que cualquiera rechazaría. Quizá por eso estabas sola desde hacía un tiempo más que considerable –reflexionaste -, tal vez por eso nadie te ha querido. Lloraste con un desconsuelo que solo saben expresar los niños… y no había nadie allí para abrazarte. Fue una noche triste porque te había tomado todo el día sentirte nueva, y en un abrir y cerrar de ojos, todos tus esfuerzos y alegría se habían ido por el desagüe.

Una noche más en vela, otro nuevo amanecer, perseguida por los berrinches de tu imagen, otro día agotador que te exigirá cambiar aún más tu estampa, si es que no querías quedarte «para vestir santos».

Como las buenas amigas son tan eficientes en este tipo de emergencias, casi al mediodía ya tenías en tus manos la lista más completa de los mejores cirujanos plásticos del país y pasados dos meses, estrenaste tetas, culo, cintura y una piel sin celulitis. Una vez que desaparecieran hematomas, cicatrices e hinchazón, ¡podrías celebrar una vida plena! El problema es que no fue suficiente, porque a esa escultural figura había que acompañarla de una exuberante melena. Entonces te pusiste unas extensiones (esta vez rubias), no sin antes pasar por el cosmetólogo a rellenar tus labios y mejillas, y a pinchar de Botox esas incipientes e inaceptables arrugas alrededor de tus ojos (ahora de color azul marino).

… Y una vez lista para la conquista (una que tu belleza impecablemente esculpida no debería admitir porque estabas excesivamente hermosa como para no tener todavía la primera invitación ni al cine de la esquina), te atreviste a desafiar a ese espejo que meses antes había desplegado todas su crueldad sobre ti.

Pero ya no te reconociste. Aunque eras la misma chica insegura de siempre, ahora estabas enmascarada en el tallado del bisturí y te habías convertido en la esclava de tu próxima dosis de belleza.

Y como todavía no han aparecido prospectos, como aún no has tenido ni una sola oferta de amor, te sigues preguntando por qué nadie te quiere.

¿Acaso no te has dado cuenta que deberías haber empezado por ti?

 

Victoria Robert

 

 

2 comentarios en «POSTIZA»

  1. No importa lo que hagas si desde adentro no te ves con buenos ojos. A veces es más fácil criticarse que afrontar que tenemos defectos y virtudes y que a ambos hay que saber sacarles partido. Amar cada uno de nuestros defectos y virtudes es lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos.

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