LA REINA DE CORAZONES

«¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar»

Rubén Darío

Vives para respetar las normas porque eres «El Pilar» de tu familia o tu empresa, hasta que despiertas y no te puedes levantar de la cama. Estas quebrada física, psicológica y emocionalmente. Aturdida, casi obnubilada, consigues sacar fuerzas de donde no sabías que tenías y continúas, porque naciste con una deuda, una culpa que no te pertenece, y un deber: cuidarle la vergüenza a los tuyos, mantener la imagen para «el qué dirán», velar por su tranquilidad. Y una vez más, te inmolas.

Vuelves a obedecer a creencias tragadas que se alojaron en tu psique desde niña. Y te pierdes en paradojas que enuncian una doble necesidad, un doble compromiso: con los demás y contigo.  El tuyo lo has desdeñado durante años por temor o por honrar valores rancios que te están traicionando segundo a segundo.

Te debates entre preservar el status quo y su engañosa seguridad, o lanzarte a lo desconocido, con sus promesas inciertas. Lo que no sabes es que cualquiera de las dos opciones, están revestidas de inmensos riesgos. Porque es un riesgo no moverte, quedarte en el mismo lugar en donde ya te sientes aprisionada, y es un riesgo saltar al vacío sin tener un colchón inflable que te esté esperando. Por eso esperas y corres la arruga. Por eso pospones tu decisión de romper, de trasgredir y, cuando lo haces, no sabes que estás llenando de basura un globo que, cuando estalle, salpicará a todos. Y esa también es tu excusa. Entonces, por no querer explotar, acumulas y explotas.

Ese es el coctel de la impotencia, una mezcla de frustración, dolor y rabia contenidos. Un brebaje peligroso. Una condición crónica y progresiva… que puede ser mortal.

¿Qué hacer? Lo sabes. LO SABES.

Algo tendrás que perder cuando elijas. No es posible tenerlo todo. Temes quedarte sin el aprecio de los tuyos, y pagas una factura enorme en nombre del amor. Crees no merecer su afecto si no les sigues cuidando su «moral y buenas costumbres».

¿Acaso no te das cuenta que si tienes que gastar, no es amor, sino una transacción?

¿No ves que mientras más cumples con los otros, menos te das a ti?

¿De verdad crees que siendo buena, eres buena? No. Eres mala. Muy mala. Pésimamente mala contigo.

¿Esperas recibir lo que resta, después que te has vaciado? Ese es el camino más largo y doloroso. Esas son migajas…

Hubo una vez una princesa que le cuidó la imagen a su reino y enfermó de bulimia y anorexia. Fue vilmente señalada, traicionada y usada. Y como ella no sabía defenderse, fue apagando cada vez más su luz. Y mientras todos los que ella protegía, hacían de sus vidas lo que les daba la gana, ella continuaba respetando las reglas y el protocolo, aunque de vez en cuando se atrevía a sortear una que otra regla para procurarse pequeños instantes de placer. Y por eso fue sentenciada y se convirtió en el «chivo expiatorio del reino», en la culpable de todas las vergüenzas.

Un día, el menos previsto, el menos conveniente, la princesa explotó. Se cansó de ver cómo todos sus esfuerzos por hacer el bien, eran dañinos para ella, e insuficientes para los demás. Entonces, se dirigió al centro de la plaza del pueblo y exclamó:

  • ­¡Está bien! ¡Soy puta, soy puta, SOY PUTA!… ¡Y QUÉ!

Y ese día volaron por los aires todas las máscaras del reino y ella empezó a descubrir el alivio de soltar cargas que no le pertenecían.

Había muerto la princesa tonta y había nacido La Reina de Corazones. La que sabe cortar cabezas si alguien osa meterse con la suya.

Y entonces, nunca más… ¡NUNCA MÁS!

Victoria Robert

ME SIENTO SOLO

Estoy rodeado de personas que me aprecian, pero me siento solo. Saludo a diario a una suma considerable de conocidos, pero cuando llego a casa, me siento solo. Chateo con muchos amigos en mis redes sociales y aún así, me siento solo. Visito  a mi familia regularmente, pero igual, me siento solo.

Es un vacío, una ansiedad que se instala en mi estómago y no me deja en paz. Se transforma en miedo o en tristeza, y se parece a una necesidad que no he podido bautizar porque no comprendo. Un agujero que intento ocupar con distracciones, compras, comida, amores nuevos, incluso con peleas, pero que no logro llenar. Es un saco sin fondo que me somete y me obliga a especular, a ver si en algún lugar de mi futuro, encuentro la solución. A ver si en algún instante de mi pasado, consigo su origen o explicación. Me la paso inventando consuelos instantáneos y, aunque pensar me desvía un poco del ahogo, al final me angustio más y me confundo.

¿Te reconoces en alguno de estos ejemplos?

¿Quién está alojado en tus vísceras y clama por un poco de atención?

¿Quién te ruega por compañía? Y tú, buscando silenciarlo.

¿Es tan desdeñable ese «otro tú», que insistes en buscarle cualquier custodia, menos la tuya?

Y si es así, ¿cómo pretendes que alguien lo quiera?

A veces es vital detenernos a escuchar nuestra soledad. Aquí. Ahora. Abrir los ojos frente a ese vacío sin nombre que respira en nosotros y nos hace llorar. Sentirlo, indica el camino para aprender de él, es el legítimo reclamo corporal y emocional de tu niño abandonado, ya no por tus padres, o viejos amores. Sino por ti.

Imagina que tienes a tu cargo a un pequeño igual a ti, cuando solías esconder los mocos debajo de la mesa en pleno almuerzo. Tienes que satisfacer sus necesidades, brindarle protección, afecto, enseñarlo, jugar con él y, algunas veces, ponerle límites. Porque si ese chiquillo se siente con la confianza desbordada, querrá hacer de ti su servidor incondicional. Pero si en vez de encargarte de él, se lo dejas a cualquier vecino, al próximo amor o a los amigos, por ejemplo (que ya tienen sus propios niños, además de sus hijos), y lo descuidas… lo estás dejando solo. Si logras visualizarlo, sabrás que luce desamparado. Y eso duele.

No eres tú, adulto ocupado y distraído el que está aislado, es tu pequeño que ha encontrado en la angustia que te produce, una fisura en tu conciencia irresponsable para que lo ayudes.

Así que la próxima vez que te sientas solo, cállate. Escucha. Dirige tu atención a tu corazón agitado, a tu abatimiento, a tus suspiros insaciables de aire fresco y observa tu aturdimiento. Verás que no es soledad. La soledad es silenciosa y serena. En cambio la desolación, grita.

Cuando te des cuenta lo que le haces, no podrás evitar correr a abrazar a tu pequeño. Solo así podrás estar tranquilo para darle la confianza de ser merecedor del afecto de terceros. Entonces, esos terceros, en vez de huirle a tu dependencia afectiva, podrían ser condimentos cautivadores que inunden tu existencia de pura novedad.

Bríndate la oportunidad de descubrir que estar solo, es la mejor manera de estar acompañado.

 Victoria Robert

¿QUÉ HAGO CON MI VIDA?

Cada persona que acude a terapia, trae consigo esta interrogante: ¿Qué hago con mi vida? ¿Qué elijo ante determinado dilema? ¿Qué puedo hacer conmigo?

El psicoterapeuta sabe que todas las respuestas la parirá quien elabora la pregunta, pero hasta que no tome conciencia de cómo está viviendo, evitando o interrumpiéndose, no podrá avanzar. Cuando el paciente entra a consulta, aunque no lo aclare, espera del psicoterapeuta una guía, información e incluso consejos. Confía en su psicoterapeuta más que en él y quiere «salidas rápidas» o «fórmulas sencillas» para encarar su vida. Pero para que la existencia sea plena, es necesario conocerse. Y eso va más allá del uso de «herramientas» a las que suelen aludir libros de «recetas», bien intencionados, pero muchas veces inefectivos. Las transformaciones humanas no se producen por decretos, deseos o un patrón de pasos a seguir por todos y por igual. Somos seres sensibles dotados de complejidad. Los cambios se dan cuando el organismo está listo. Y cada ritmo es único. Cada proceso es absolutamente individual.

Afrontar ese desconcertante « ¿qué hago con mi vida?», encarar el rumbo hacia el descubrimiento de múltiples respuestas (sin atajos), puede ser una experiencia enriquecedora, aunque forzosamente confrontadora.

¿Cómo es que no sé qué hacer con mi vida? Si es mía, si me pertenece, si soy yo quien la ha construido, alterado, sustentado. Pues sí, muchas veces pasa. Hay períodos en donde se pierde el norte. Entonces, es necesario detenerse para conocer y depurar los aspectos internos que están entorpeciendo la calidad de nuestras relaciones, primero con nosotros mismos, y, en consecuencia, con el mundo. Ocurre que de tanto esperar que el universo o el azar, se encarguen de una vida que nosotros mismos hemos desatendido, terminamos olvidando el camino. Y nos perdemos.

Pero no importa. Fíjese que en esta pregunta que usted se hace, más a menudo de lo que desearía, está contenida la respuesta. Es una conclusión general claro, pero muestra la punta de la madeja que solamente usted puede desenredar.

« ¿Qué hago con mi vida?», es una interrogante que devela interés, supone una necesidad y expresa fragilidad.

Puede convertirse también en una exclamación:

« ¡Qué hago con mi vida!» Lo confronta, lo exhorta a cambiar.

Y si la convierte en una afirmación, «Yo hago con mi vida», sabrá que es usted el que  la forja, que su vida es suya y que nadie, ni el psicoterapeuta, puede hacer «pipí» por usted.

Necesitará tiempo para sumergirse en las profundidades de su mente confundida y su alma rota. Necesitará prepararse para asumir las responsabilidades de los cambios que impone el crecimiento. Y necesitará descubrir su propio camino.

Pero créame, lo que en un principio empieza siendo una tarea vital: ir a psicoterapia para «salir del foso», con el tiempo se transforma en una actividad que se hace por placer y fascinación.

Porque la psicoterapia, es un encuentro entre dos seres que saben, al menos intuyen, que el crecimiento es de ida y vuelta.

Victoria Robert

ENTRE EL DEBER Y LA PASIÓN  

Tienes más de una década dedicado a tu trabajo. Estudiaste para ser un profesional íntegro, y tus padres, que tantas ilusiones pusieron en ti, se sienten hoy plenamente satisfechos. Recibes una remuneración adecuada y gozas del reconocimiento de tus colegas y superiores. Eres un excelente candidato para aumentos, ascensos, privilegios y, gracias a eso, tu familia, la de origen y la que ahora construyes, está segura y provista. Viajes, colegio, ropa, esparcimiento y hasta algunos lujos, están garantizados.

Aunque tu jornada es de 8 horas, a veces laboras los fines de semana, y otras, hasta la madrugada, pero te gusta adelantar tareas en casa porque concluyes y te luces. Estás tranquilo.

También, desde pequeño tienes un pasatiempo, una actividad preferida  en la que te zambulles cada vez que puedes y el trabajo te lo permite. Pero como tienes responsabilidades que cumplir, son pocas los restos de espacio en los que puedes disfrutar, de esa, tu pasión. Las horas que le dedicas, se las robas a tu sueño y descanso, pero está bien para ti porque cuando pintas o compones o escribes o practicas tu deporte favorito, te recargas de energía, y es como si hubieras salido de vacaciones. En esos momentos no estás tranquilo, estás feliz y ansioso por continuar, por no parar. Suspiras porque el tiempo no se acabe y dure un poco más, antes de tener que ponerte el flux, atender los pendientes de la oficina y encargarte de todas las facturas que están ahí, esperando por ser pagadas.

Sabes que no te puedes dedicar por completo a lo que tanto te gusta, porque es un hobby. No eres un profesional en eso, y jamás podrías financiarle el futuro a nadie con esas actividades que solo valoras tú y esa especie de pulsión desesperada a la que a veces te gusta llamarle «hambre». Has hecho cursos, investigado y pagado maestros privados que te han enseñado a hacer, cada vez mejor, eso que tanto te cautiva desde que eras niño. Dicen que tienes talento y suficiente experiencia y, hasta te han sugerido que te dediques con más compromiso a eso que te atrapa. Pero no. Porque tus canciones, o tus óleos, o tu deporte o tus recetas de cocina, no pagan las cuentas. Entonces te pasas la vida así. Haciendo lo que debes… y soñando a medias.
Ahora te pregunto: ¿Cuántos años tienes dedicado a tu profesión, esa que estudiaste de manera formal y por la que recibes dinero? ¿Cuántos años tienes dedicado a tu pasión, esa que aprendiste de manera informal y que haces sin cobrar? ¿De dónde sacaste la mezquina idea de que la primera vale más que la segunda? ¿Cuántas veces al día, tienes que repetirte que no te puedes entregar a hacer lo que quieres porque «tienes que hacer lo que tienes que hacer»?

¿Cuánto te frustras sin siquiera intentarlo?

Victoria Robert

LA VÍCTIMA (El último en enterarse)

Hay personas que desde pequeñas y, por alguna inexplicable razón, han estado involucradas en conflictos, han sido presa fácil para el maltrato, el grito o la humillación gratuita. Y después de haber aprendido a bajar la cabeza ante sus padres, abuelos o figuras de autoridad, han tolerado golpizas de sus compañeros de escuela, intromisiones inaceptables de sus vecinos,  jaladas de orejas de sus maestros. Pero eso no es todo. Después vinieron los jefes, amigos, parejas y mucho más. Más extraño resulta aún, enterarse de que estos sujetos, víctimas por excelencia, terminan siendo señalados de conflictivos, culpables, manipuladores o provocadores. Algunos se preguntarán: ¿qué estará ocurriendo con ellos?, ¿qué injusta fatalidad, la de andar cazando disputas? Estos seres parecen pararrayos, tienen un absurdo imán para la contienda, esa que se hace personal y tienta a los «adversarios», a convertir simples altercados  en «punto de honor».

Puede ocurrir que esta persona, acostumbrada a tragarse las ganas de responder,  amansada en su derecho de hacerse notar y defenderse, exprese con su cuerpo, postura, mirada o el tono de su voz, que está allí para ser vejada. No olvidemos que el cuerpo dice más, mucho más que las palabras. También puede ser que, sin darse cuenta, esta persona, que sólo sabe recibir atención desde el maltrato, haga cosas que, en vez de agradar, provoquen la intolerancia de otros. Y aunque sea obvio para algunos, los procesos internos que nos hacen vivir «en» y «de» la controversia, resultan complejos y pueden ser sumamente dolorosos. Es posible que esta víctima, en vez de defenderse de quienes han sido sus agresores a lo largo de su vida, anda tentando a la pelea para remediar aquí y con otros, lo que no pudo, o no supo resolver en el pasado. Las razones pueden ser infinitas y en realidad no importan, porque no ayudan a quien está entrampado en su propia ira, no reconocida. Podría ser que otros estén viendo algo que ellos no, y si le dieran espacio a la duda, quizá pudieran descubrir que sus creencias, no son hechos. Y entonces, aprendan a ver las cosas desde otras perspectivas. Puede que no les guste, pero no por ello, no es una posibilidad.

A veces estos seres, tildados de difíciles, quizá sólo saben bajar la mirada para lidiar con su rabia, pero con un simple suspiro, o resoplido, o sonrisa forzada, logran descontrolar al otro. Callan, y desencajan a su oponente. Asienten, y se ganan un enemigo. Ocurre también, que una inocente respuesta defensiva, pero que contiene resentimiento y un veneno no concientizado, consiga los inesperados e injustos gritos que creen no haber ganado. También puede que, como les gusta ayudar, andan invadiendo y, por no pedir permiso, terminan sorprendidos con límites violentos o descalificaciones inmerecidas. Pueden ser obstinados, oposicionistas,  procrastinan todo aquello que no les gusta, en vez de decir que no. Son expertos en dar excusas, en culpar y hacer sarcasmo de lo que les duele. Andan por la vida llenos de miedo, hostilizando y sin darse cuenta del daño que se hacen.

Si eres uno de ellos, comprenderás que muchos ataques que recibes, son respuestas a ambigüedades que no has advertido. Es importante que veas que, si más de tres individuos te dicen, por ejemplo: «el cielo es verde», lo menos que puedes hacer, es salir a chequear su color. Así que obsérvate, presta atención a tu relación con los otros, y si te la pasas metido en un conflicto con todos, algo está ocurriendo. Puedes aprender mucho de lo que obtienes, aunque creas que es injusto.

Victoria Robert

EL SEÑOR «YO SÍ SÉ»

Y aquí viene el señor «Yo sí sé», apropiándose de la audiencia, queriendo demostrar su infinita sabiduría, restregándole al vulgo su cultura, sermoneando a los incautos. Aquí viene el «señor enciclopedia», con afán de domador, a ponernos el pie encima con sus pocos, cuántos, libros leídos. Aquí viene el «señor infalible», con su experiencia de vida adquirida en internet. Aquí viene el «señor sabelotodo» con su pompa y pedantería y un sinfín de palabras enredadas para ser dichas con voz engolada. Aquí viene ese «pequeño profesor» a darnos una clase, a decirnos lo que deberíamos hacer, a mostrarnos su gran estatura, disminuyendo la nuestra con evacuaciones de verborrea. Este tipo cabezón, incapaz de sorprenderse, de aprender y sonreír, cuando se siente inadecuado, usa el sarcasmo.

Tiene complejo de amaestrador, interrumpe sin pedir permiso, como si lo que él tiene para aportar, es más interesante. Todo lo explica, es dueño de la última palabra, jamás duda y gusta de corregir o contradecir, solo por el interés de descontrolarnos, para mantener su autoridad sobre sus oyentes. Suele tener el pecho inflado y mirar de arriba abajo, le gusta ver fijamente a los ojos para intimidar a quien pudiera ignorarlo. De andar pausado y vigilante, eleva su cabeza como un periscopio para que nadie resalte sobre él. Un «súper razonador» empedernido, que con argumentos intelectuales, exuda seguridad, para garantizase elogios y aprobación.

Pobre señor «Yo sí sé», maestro de gratis, de respuestas ingeniosas, carente de espíritu y escucha. ¡Pobre!,  porque detrás de sus palabras y arrogancia, no hay un hombre, sino un niño asustado, incompetente para admitir objeciones a su ego inflado por compensación. Un pequeño disfrazado de grande, que no sabe hacer contacto, y que ha envanecido a su cabeza, por encima de su sensibilidad. Un chiquillo creído que, en vez de llorar, avasalla y se queda solo en su mundo de razonamientos fríos y desalmados. ¡Pobre señor «Yo sí sé», tan leído, tan experto, tan sabido y tan vacío! Conoce de conceptos y definiciones, pero se pierde en la acción. Necesita tanto de nuestra atención, que cuando obtiene una legítima, plagada de intimidad, recurre a su repertorio de frases hechas, de frases vanas. ¡Pobre señor cuadriculado, escondido en las faldas de su mente, mientras se pierde la vida!

¿Lo conoce, lo ha visto alguna vez?…  ¿Quiere saber qué hacer cuando lo tenga frente a usted? Primero que nada, ¡cuidado!, estos individuos suelen ser contagiosos. Segundo, ¡cuidado!, estos personajes, son altamente patógenos. Pero si usted es de esas personas inmunes a la soberbia y tiene una autoestima lo suficientemente solvente, sabrá que lo mejor, es no engancharse.

Déjelo sentirse importante, es vital para él.  Luego márchese discretamente, lo más lejos que pueda, porque sujetos como estos, atropellan (con estilo, sí)… pero maltratan.

 

 Victoria Robert

 

NO TE DEJES

Sólo hay un medio para matar los monstruos, aceptarlos.

Julio Cortázar

Te vigila, te somete, te cuestiona y cierra la puerta contigo adentro. Te quita la alegría, te obliga, te  encierra en tu casa, en las cuatro paredes de tu casa, segura y aburrida. Objeta todo cuanto se te ocurre y te pueda divertir. Es una bestia que, acusándote de bestia a ti, te corta las alas, las palabras y el entendimiento. Te convence de lo que debes hacer y te hunde.

Y tú allí, en esa oscuridad desnutrida… marchitas, le crees y te dejas.

Alguien, que ahora es tu dueño y aprendió a regañar como tus padres, mirar como tus abuelos o enseñar como tus maestros, cuida tu puerta de salida, la misma en donde alguna vez  entraste, inocente y confiado. Y te quita los permisos. No te deja pensar por ti, ni hablar con tus palabras, ni aprender nada nuevo. Es un amasijo, un revoltillo de mandatos, negativas, tabúes y restricciones anuladoras, que tiene años macerándose en tu psique y haciendo de tu existencia, un plato muy, muy desabrido.

Te pone trampas, te confunde, te hace dudar de lo que quieres, privilegiando «lo que debes». Dibuja laberintos para que, cuando intentes  sublevarte, te pierdas en bifurcaciones engañosas. A veces no te deja dormir porque te llena de miedos, mientras te convence de que te está protegiendo. Te impide experimentar porque no cree que tus errores, sean buenos mentores.

Es básico que conozcas a este, tu monstruo. Y es indispensable que él te conozca a ti. Porque la etiqueta que te ha colocado, te hace matar tu pasión, tu vigor y tu esperanza. Te incita a ignorar la riqueza de tu sexualidad, te tienta a devorar tu creatividad y, todos los días, te viste con el mismo traje, común al de todos los presos como tú. Eleva tu voz, levanta tu cara y muéstrale tus dientes. Hazlo antes de que te consuma.

Rebélate, desobedece, atrévete a salir del laberinto, hermoso Minotauro enjaulado y sal a la vida. Recuerda, la bestia que eres, es porque otra, socialmente aceptable y rigurosa, aunque no por ello menos cruel, te teme.

No te dejes.

 

Victoria Robert

EL VECINO INDESEABLE

Alguna vez en la vida hemos tenido a un vecino indeseable. Estos sujetos no respetan las normas de la comunidad y trasgreden toda posibilidad de convivencia en armonía con sus semejantes. Ponen música a un volumen insultante y en altas horas de la noche, dejan abiertas las rejas del edificio o la urbanización, reciben en sus casas a personas con aspecto tenebroso e inquietante, echan a la basura objetos que pueden lastimar al encargado de recogerla y cocinan cosas que expiden olores fuertes y desagradables.

¿Y qué suelen hacer los vecinos en casos como estos? Se alarman, se molestan y se quejan entre ellos, mientras esperan que los de la Junta de Condominio o de Vecinos, hagan algo que logre regular el comportamiento inadecuado de este individuo. Lo que no saben, es que los de la Junta también se sienten intimidados tanto o más que ellos, así que por eso han preferido (igual que todos los demás) observarlos desde adentro de sus casas, por el ojo mágico de la puerta o a través de binoculares muy discretos. Nadie le quiere poner el cascabel al gato. Entonces el vecino indeseable, un día, porque si, porque le dio la gana, raya uno de los automóviles. Y como te hiciste el loco porque no fue tu auto al que le saltaron la pintura, unos días después, te mata al perro. Y es él quien le termina poniendo el cascabel a tu gato.

Lamentablemente todos (tú incluido por supuesto), esperaron a que este sujeto vil, llegara a esta ruin demostración de poder. Nadie le puso límites a tiempo y ahora todos están llorando. ¿Qué se supone que debería hacer ahora la comunidad? Como mínimo, obtener pruebas, llamar a la policía, a un juez de paz y organizarse para sacarlo del vecindario ¿no?

Ahora quiero que imagines que ese vecino indeseable, es en realidad… tu inquilino. Muchas veces, en vez de uno, somos dos. Y “Dos”, ese inquilino personal, si no te das cuenta a tiempo de lo dañino que puede ser, tiende a ocupar espacios fundamentales de ti: tus creencias, tus emociones, tu autoconfianza, tu voluntad. Y como no lo puedes echar a la calle porque habita en tu psique, estás atado de manos. Es él quien hace tu comida, maneja tu agenda, tus claves, te suplanta en el trabajo, lleva a tus niños al colegio y se acuesta con tu pareja. ¿No lo crees posible?… pues lamento decirte que sí lo es. ¿O acaso no sabías que esa voz interna que día a día habla en tu cabeza para descalificarte o culparte o juzgarte, es tu inquilino, tu “Dos”? Ese es el que te dice que no hagas “tal o cual cosa”, pero si lo obedeces te califica de cobarde. O al revés, te insta a que tomes riesgos pero si te equivocas, te destroza el alma y la autoestima.

¿Y cómo es que ese inquilino, ese aspecto interno logra dominar tu vida?, lo hace porque te conoce.

¿Qué hacer entonces? Necesitas estar alerta para conocerlo. Saber qué come, a qué hora se levanta y duerme, quiénes son sus amigos, cuáles son sus gustos y debilidades. Necesitas revisar sus llamadas, sus mensajes, su basura. Perseguirlo, acosarlo como él lo hace contigo. Así, cuando estén a mano, cuando lo conozcas tanto como él a ti, sabrás cómo ponerlo en su lugar, cuándo atenderlo, cuándo ignorar sus comentarios, cómo neutralizarlo y, tal vez, también puedas descubrir la manera de convertirlo en tu aliado.

Recuerda que ese inquilino también eres tú. Así que o aprendes a ponerle el cascabel, o un día de estos cuando despiertes, él te habrá dañado a ti y a tus seres más queridos.

 Victoria Robert

 

 

 

 

 

 

LO QUE NO NOS CUENTA EL ESPEJO

¿Cuánto tiempo le dedicas diariamente al espejo, a ese que en vez de aprovechar para verte, usas para disfrazarte?

Hay personas que siendo esclavas de su imagen, invierten tiempo, energía y dinero en ocultar su propio potencial. Pareciera que en vez de apreciar quienes son, dedican sus juicios más brutales contra sí mismos y trabajan para la opinión de los demás, temiendo ser criticados, o anhelando ser aprobados.

Algunos viven para la marca, para el atuendo, para el tamaño de su teléfono o de su carro. Para el club y para el gimnasio, para el tinte o el maquillaje. Otros, viven para los mandatos de los mayores, de las iglesias e instituciones, de la moral más reconocida en su pequeña aldea. Los que se creen más ambiciosos, viven para lo que consideran “éxito”, la palmadita en el hombro, los premios, los ascensos, la notoriedad.

Ninguno de estos “ejemplares” (porque así se promocionan), ha notado que con el costoso perfume que usan, tapan su propio y único olor. Ninguno, ha advertido que mientras más tiempo destina a adivinar lo que al otro le podría gustar, menor tiempo le queda para descubrirse y respetarse. Entonces, buscando admiraciones prestadas, pisotean su propia naturaleza, dejando de ser individuos para convertirse en un producto en serie, igual a todos, sin nada que los distinga y hecho a la medida de sus más feroces inseguridades.

Muchas veces protestamos cuando los adolescentes piden, quieren, exigen que se les compre lo que el amigo, el vecino o el famoso tiene para “no ser menos”, pero ¿de quiénes aprenden? ¿Cuánto no nos muestran ellos de nosotros y nuestra manera de ocultarnos tras la imagen?

Y no se trata de pretender romper el molde haciéndonos de un nuevo patrón de rebeldía que repudia lo que está de moda y rechaza el marketing. Se trata de contar cuántas veces al día nos miramos al espejo para la mentira y cuántas, nos miramos para ver la verdad. Cuántas veces nos miramos para juzgarnos y ocultarnos, y cuántas para conocernos.

Espejos hay muchos, no sólo el de la polvera o el del gabinete del baño. Cada uno de nosotros podemos ser un espejo del otro. Cada objeto preciado puede ser otro reflejo de una necesidad desatendida. Los sueños pueden darnos pistas de lo que no miramos de nosotros cuando estamos despiertos y distraídos en agradar a los demás. Un escrito, un dibujo, un gustoso plato de comida preparado con esmero, son muestras de la riqueza de nuestro mundo interior. La música que escuchamos, los colores que elegimos, las personas a quienes amamos y aquellas a las que elegimos reprobar. Esos espejos son más útiles que esa superficie de cristal cubierta en su lado anterior con una capa de plata, que solemos venerar y que si se rompe, nos sentencia a 7 años de mala suerte.

Entonces, la próxima vez que te mires al espejo pregúntate: ¿a quién estoy mirando?

 

Victoria Robert

RUMIANTES HUMANOS

En ocasiones necesitas dar la cara a situaciones que te  perturban para encontrar la mejor salida pero, como te sientes incapaz o temeroso de entrar en conflictos, empiezas a darle vueltas, una y otra vez, y te conviertes en un rumiante. Pero a diferencia de las vacas, que pasean sus alimentos semi-digeridos por las 4 cavidades de su estómago, regurgitándolo para re-masticarlos y deshacerlos, puede que tú te dediques a perpetuar este proceso por horas, días, y hasta por años.

Entonces te transformas en una vaca psicológica y lejos de conseguir calma, re-visitando tus problemas para encontrar nuevas y audaces soluciones, lo que logras es aumentar tu ansiedad y distorsionar la dimensión de tus dificultades. Y para salvarte de “pelear”, nutres un proceso de gastritis crónica y te produces una dolorosa úlcera psicológica.

La diferencia entre las vacas y quienes cavilan sus pensamientos, es simple: ellas logran destrozar el alimento y digerirlo. En cambio el rumiante psicológico, no sólo no hace un adecuado metabolismo, sino que en vez de procesar sus alimentos, regurgita toxinas. Son vacas enfermas.

Sucede que cuando evitamos confrontar, nos hacemos especialistas en soñar, entonces ideamos mejores escenarios, momentos más oportunos, fantaseamos las respuestas inteligentes que no nos atrevimos a dar, soñamos con la cachetada decisiva o los cuatro gritos ajustados, o la sonrisa más elegante o la estocada triunfadora. Somos unos genios de la fantasía y el invento mientras esperamos que alguien, tal vez un héroe salvador, venga a dar la cara por nosotros para darle fin a lo que nos atormenta y, en definitiva, poder salir airosos.

¿Y por qué invertimos tiempo y energía en rumiar, y acumulamos frustraciones?, porque quien rumia no mastica, traga entero.

Los alimentos físicos, psicológicos, emocionales o espirituales, se ingieren de la misma manera. Así que si usted quiere saber si es un tragador rumiante, obsérvese en el simple acto de comer. ¿No se toma el tiempo necesario, lo hace mientras estudia o trabaja o atiende a los niños? ¿Come de pie, come cualquier cosa o come en exceso? Si es así, no se está nutriendo, se está enfermando, y en vez de dedicarse a la sanidad de sus procesos metabólicos, ocupa su mente y sus emociones en regurgitar “la paja” no digerida.

¿Cómo hacer? Mastique, mastique mastique. Evítese un problema y  atienda sus problemas a tiempo, aunque ello implique cazarse un problema. Tome el riesgo.

Si no lo hace, terminará siendo una vaca angustiada, deprimida y presa de sus fantasías. Y las vacas son seres sanos. En algunos lugares del mundo, hasta son sagrados.

 

Victoria Robert

 

 

LA UTILIDAD DE LA RABIA

La rabia, tu rabia es un excelente activo, único diría yo. ¿Por qué te empeñas en desdeñarla? Quizás alguien te enseñó que expresarla es de mal gusto o cosa de locos. O tal vez cuando estabas a punto de estrenar tu primera pataleta infantil, unos ojos severos, anticipándose a tu explosión, supieron detener tus chillidos alojando en algún rincón de tu alma la prohibición a mostrarla. Entonces aprendiste a decir cuando querías decir no, o a sonreír cuando querías sacar la lengua, o a quedarte con las piernas bien juntitas y apretadas cuando lo que querías era lanzar una patada voladora y marcharte dando un portazo. Y después de haber aprendido a inhibirla, terminaste cambiando gritos, ceños y golpes por unas lágrimas desabridas. Unas lágrimas mentirosas que supones que te protegen, pero en realidad te desarman, te victimizan y te niegan.

Las lágrimas tienen sus momentos, ellas están para asistirte durante el dolor o para ilustrar tu conmoción. Las lágrimas pueden ser hermosas cuando, estando alegre, una sonrisa es poco cosa a la hora de hacerle justicia a tu experiencia. Pero si tienes rabia y lloras, estarás tomando el atajo de la impotencia. Y eso, sólo ayuda al que te daña, no a ti. Eso, sólo ayuda a tu creencia tragada con miedo. Eso, lejos de ayudarte, te enferma.

La rabia no se esconde, no se disuade, no se elimina. La rabia es energía y por lo tanto, ni se crea ni se destruye, ya sabemos que se transforma.

La rabia es un estado afectivo que responde a la vivencia de daño, es una defensa. Nos conecta con nuestra animalidad, nos hace gruñir, mostrar los dientes y poner límites. Si no la expresamos, la transformamos en resentimiento, en amargura (que son oscurecimientos de un alma forzada a callar) o en alteraciones, incluso enfermedades que gritan desde un cuerpo abatido por la indiferencia o la contención.

Es decir, si no le hago al otro lo que le quiero hacer cuando me ha lastimado, si no le muestro que no le voy a permitir avanzar más en su burla o maltrato, si no digo “¡Basta!” y, en cambio,  lo salvo de mi rabia, terminaré atacándome a mí y haciéndome lo que otros merecen.

No se trata de andar lanzando golpes a ciegas al primer descuidado que ande por ahí, dejando que la violencia se apodere de mi voluntad; mucho menos, se trata de desviar el conflicto hacia quien puedo en vez de hacia quien quiero; se trata de agredir, que no es más que avanzar. Cuando la rabia me usa, me violento, y termino destruyendo sin discriminación y sin control. Cuando uso mi rabia, agredo y, entonces, desmenuzo, aprendo, desecho y reconstruyo. Cuando me violento no hago contacto, en cambio, cuando agredo, miro directamente a los ojos del otro (para aceptarlo o para rechazarlo), uso mi voz firme y me hago sentir.

La violencia es rabia irresponsable y si te responsabilizas de ella, agredes. Así que la próxima vez que desdeñes tu rabia derrochándola o inhibiéndola, con alaridos o con lágrimas, por orgullo, o por miedo, pregúntate, ¿en qué lugar de ti dolerás mañana?

Llámalos cuerpo, alma, amor propio, cualquiera de estos espacios, eres tú.

 Victoria Robert

Análisis de la película “Seis sesiones de sexo” a la luz del enfoque gestáltico.

sesiones

Un Gato y un Adiós

¿Difícil esto de meterle cabeza a las emociones no? A veces pareciera que de eso se trata la psicoterapia, cuando en realidad, en mi experiencia, es al revés. El proceso psicoterapéutico en Gestalt es un camino en donde son las emociones las que le abren paso a la conciencia, dejando atrás a la cabeza. Por eso resulta todo un reto hacer un análisis de algo tan conmovedor como esta película sin salirnos de la experiencia.

Primero que nada, encuentro en estas “Sesiones”, honestidad, respeto, sencillez, valentía,  y un exquisito sentido del humor que nos permite desmitificar al sexo, le quita romanticismo, extravagancia, vulgaridad o compromiso (en el sentido de obligación) y lo muestra como es, lleno de torpezas, de aprendizaje y de entrega. La magia se da en esta película porque hay contacto, de lo contrario resultaría en una fría transacción. Así que aquí disfrutamos del encuentro entre dos seres humanos desnudos ¿Y qué es la psicoterapia sino  pura desnudez?

La película empieza con un gato mirando a través de una ventana, anuncia que se inicia una aventura, que SE ABRE UNA GESTALT, una experiencia para los personajes y para cada uno de nosotros porque todos terminamos tocados, transformados.

El despeinado padre Brendan, nos muestra su camino que va desde el dogma a la complicidad; desde la sotana a la ropa deportiva y unas cervecitas; desde la iglesia a la casa de Mark; desde la confesión hasta la alegría por el amigo.

Cheryl, la terapeuta, inicia su proceso viajando desde las frías y técnicas aproximaciones al paciente, llena de lugares comunes, hasta el contacto humano; desde el “soy reservada, tengo vida privada”, hasta la intimidad con Mark; desde el deseo de “ayudar al paciente” hasta su entrega a él.

El camino de Mark describe un tránsito que inicia en la virginidad y se transforma en experiencia; que parte del miedo y llega a la confianza; que nace en la dependencia y se concreta en autonomía. Mark acude al padre Brendan al principio para pedir permiso, y termina decidiendo por sí mismo, pidiendo un orgasmo y diciendo, por propia elección, adiós.

Este CICLO VITAL de cada personaje, se inicia con una SENSACIÓN y una simple reacción física, cuando Mark es bañado por la torpe Joan, y emocional, cuando Amanda, despierta con sus tiernos masajes, el afecto y el gusto por la cercanía.

Este ciclo avanza con una llamada telefónica que invita a Mark a escribir un artículo sobre “sexo y discapacidad”, luego se alimenta y crece con las entrevistas que Mark hace a algunas personas con discapacidad y entonces, según sus palabras “Se abrió una puerta que no podía cerrar. Había un letrero con tinta invisible que decía ‘no entrar’”… pero Mark entró y se DIO CUENTA de sus posibilidades y, lo que pasa cuanto tomamos conciencia, es que ya no hay manera de volver atrás.

Sin embargo, el miedo a lo desconocido es tan grande que inventamos excusas para retroceder, nos apoyamos en Dios, en lo que debe o no debe ser, incluso en la teoría, la filosofía barata o en los libros. Aparecen todas las creencias que nos ponen salvo de nuevas experiencias. Por ejemplo Mark, mientras mira a Jesucristo, dice con sarcasmo: “Creo en un Dios con un sentido del humor retorcido, uno que me creó a su imagen y semejanza”, y como es fácil responsabilizar a otros de nuestras elecciones (sobre todo a Dios)  el padre Brendan dice más adelante: “Me sorprende la frecuencia con que se hace presente a Dios en el acto sexual”… Con todos estos pretextos, justificaciones y explicaciones, Mark podría haberse detenido en este caminar con ruedas, pero su ENERGÍA SE MUEVE con una POTENCIA inevitable y, a pesar de echarle la culpa a su pene cuando dice: “Mi pene me habla”, Mark avanza en su CICLO VITAL y, como ya su necesidad es mayor a su miedo, acude a la Terapeuta, ACCIONA, SE ATREVE, no sin antes retardar la llamada, o desear que ella se arrepienta (es decir, que ella haga por él, lo que él desearía hacer).

Desde el primer CONTACTO telefónico y durante las cuatro sesiones de terapia, tanto Mark como Cheryl crecen juntos. Los dos traen sus propias heridas y se aproximan desde ellas, por eso, sin quererlo, se lastiman. Cheryl le causa dolor desvistiéndolo, quizá se apresura, quiere ser empática pero es fría, le alaba su camisa más de una vez, se repite. Él le ofrece dinero por adelantado, como a las putas… y los dos acuerdan volver a empezar por sobre sus torpezas y sus imprudencias. Y a medida que transcurren las cuatro sesiones, entre reconocimientos corporales, re-sensibilización, despertares, acuerdos, respeto, límites, explosiones orgásmicas, ambos van adentrándose en la experiencia de intimidad, esa que separa a la prostituta de la terapeuta, es decir: transacción vs. entrega; des-contacto vs. contacto; soledad vs. compañía; descarga y vacío vs. nutrición y crecimiento mutuo;  a los dos los atrapa esa intimidad que no se paga por adelantado, esa intimidad que quizá nunca se termina de pagar porque sólo se consigue amando. Y una vez que se toca el amor, una vez que se conoce, porque los atrapa, es necesario separarse porque tampoco esta es una relación tradicional, es una relación terapéutica con sus parámetros, con sus limitaciones, así que ambos reconocen que el contacto los traspasó y ya no hay posibilidad de seguir avanzando juntos. Mark ha descubierto y explorado su función sexual, ha perdido su virginidad y está listo para construir su propia relación. Cheryl sabe que su trabajo ha terminado y le queda claro que es un trabajo cuando recibe pago por él y como la intimidad que ha conseguido con Mark quizá no la tenga en su propia relación de pareja, le queda ahora revisar, decantar y descifrar lo que Mark le ha enseñado de sí misma. Las despedidas duelen pero son necesarias y como dice Mark “resulta insoportable no poder echarle la culpa a alguien” porque la culpa era cosa de niños y la responsabilidad es asunto de adultos.

Ahora les voy a pedir que abran sus sentidos… y chequeen qué les ocurre con estas PALABRAS…

“Déjame tocarte con mis palabras,

porque mis manos yacen inútiles como guantes vacíos.

Deja que mis palabras entren en tu cabeza empuñando antorchas,

Acéptalas de buen grado en tu ser,

para que puedan acariciar suavemente tu interior”

Sea consciente de cómo se siente…

… Este fragmento del “Poema de amor para nadie en particular” de Mark, le hace un pequeño homenaje a la psicoterapia, porque el psicoterapeuta “toca” al paciente con sus palabras y el paciente “toca” al psicoterapeuta con su experiencia. El psicoterapeuta toca el alma del paciente desde lo más íntimo de su existencia y cuando eso ocurre, entonces se produce una magia que es devuelta con gratitud.

Lo mismo ocurre con esta pareja de extraordinarios actores, porque un buen actor es aquel que es capaz de “tocar” a su compañero y al público con sus emociones. Y para eso es necesario, es vital, entregarse a “ser” el personaje, porque vaya el nivel de compromiso que exige de un actor escenas como estas, en donde su único vestuario, es la piel del personaje. Así que, o te lo tomas en serio y te lo crees y confías en lo que tu compañero te está entregando para devolvérselo con tu organicidad como ingrediente, o te pierdes en elementos externos que en nada ayudan a darle vida al drama que estás creando.

Yo soy actriz y soy psicoterapeuta y no pude haber encontrado dos oficios más humanos porque en ambos, mi materia de trabajo son mi cuerpo, mi voz, mis emociones y mi vida.

El final de la película  no podía ser más sencillo, otra vez el gato aparece, esta vez para cerrar la gestalt que abrió, despide a su amigo tocando con sus cuatro patas el pulmón artificial que dejó Mark. Está vacío porque antes de irse, Mark se llevó toda su experiencia y todo su amor.

Así que como dice el padre Brendan:

“Bienvenidos a las especie humana, cada día una persona le rompe el corazón a otra.”

Y es por eso que hoy seguimos aquí tratando de entender y de meterle inútilmente la cabeza a lo que nos emociona, cuando lo que necesitamos, es un abrazo.

 Victoria Robert

CUIDAR DE MÍ

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¿Cuántas veces nos hemos visto emboscados en la forzosa tarea de atender a los demás? Sabemos acompañar a los amigos ante una emergencia, a la familia y también al jefe. Somos expertos en cuidar del carro, de los hijos, del marido o de la esposa. Y en cuanto a la dedicación al trabajo, o los estudios, solemos ser los más rápidos y efectivos.

En realidad no lo sabemos pero somos unos grandes cuidadores. Motivaciones hay muchas, una de las más importantes es el afecto y la labor desinteresada por el bienestar de aquel a quien amamos. Salimos corriendo cuando uno de los nuestros tiene una necesidad, creyendo ser los indicados para brindar ese apoyo. Cuando lo hacemos, nos sentimos realmente complacidos, porque tender una mano le da sentido a nuestra existencia, porque el alivio del ser querido nos tranquiliza, porque la sonrisa de ese otro que recibe nuestra atención, nos renueva y porque su gratitud, aunque sea en un pequeño gesto, nos hace sentir retribuidos.

Y así vivimos. Pintando el techo en la casa de la hermana; haciendo diligencias para el vecino enfermo; cuidándole los hijos a los amigos; quedándonos hasta tarde para sacarle el trabajo al pobre jefe abrumado por el stress; haciéndole la tarea a los muchachos; prestándole dinero al cuñado; reuniendo ropa o comida para los necesitados; ayudando a la ancianita a cruzar la calle… Así vivimos, aquietando la angustia y labrando deudas que jamás cobraremos. Así vivimos, salvando al mundo.

Hasta aquí todo va estupendo, somos leales, sensibles, generosos, en definitiva, somos buenos.

El problema está en que cuando nos toca cuidar de nosotros, observarnos, saber de nuestras necesidades, resolver nuestras urgencias y ponernos por delante, no tenemos ni la más remota idea de cómo hacerlo. Tal vez porque hemos aprendido que “obrar en mi favor es de egoístas”. Quizá nunca se nos ocurrió prestarnos atención para darnos cuenta que estábamos allí, en el último lugar de la cola. También puede que hayamos creído que siempre podemos más, soportamos más y que “la compasión es para los débiles”. No importan las razones que nos hayan llevado a dejarnos al margen, el hecho es que al final nadie nos ve, nadie nos atiende y nadie nos cuida. No podía ser de otro modo, porque hemos vivido demostrando que no necesitamos de nadie. Y de tanto ayudar a los demás, nos hemos quedado solos.

¿Qué hacer entonces? ¿Cómo respondernos cuando necesitamos aprender a cuidar de nosotros?

Pregúntele al techo de su hermana, ese que pintó tan bonito; al  vecino enfermo al que le hizo la diligencia; a los amigos a los que le cuidó sus hijos y también a los hijos; pregúntele a su desahogado jefe; a los muchachos o a la tarea de los muchachos; pregúntele a su cuñado al que le prestó el dinero; a los necesitados a quienes les donó ropa y comida; a la ancianita que cruzó la calle gracias a usted… Y si no se atreve, tome alguno de esos personajes o elementos en los que usted sembró sus atenciones con tanto amor y préstele su voz para que sean ellos, sus protegidos, los que le respondan. Seguramente le enseñarán que tras ellos, hay un niño o una niña olvidados y esperando a ser descubiertos. Seguramente descubrirá, que esa criatura lleva su nombre… porque es usted.

agobio-parejaY entonces, cada vez que sienta el impulso de tenderle la mano a otro diferente a usted, quizá pueda tomar una mejor decisión. Una más justa, más sabia, una más noble y amorosa.

 

Lic. Victoria Robert

 

LOS PROCESOS HUMANOS

Todo proceso es una sucesión de hechos que van ocurriendo entre dos puntos opuestos, dos polos que, relacionados con el transcurrir de movilizaciones de uno a otro, constituyen una polaridad. Si pensamos en el día, no podemos evitar imaginarnos a la noche. Y en el medio de esos dos polos, transita la vida diaria de cada uno. Si elegimos la justicia, la honestidad o la belleza, es porque en algún lugar habita la injusticia, la deshonestidad o la fealdad. Puede que estos polos, un tanto reprochables, los veamos fuera de nosotros porque nos duele reconocer nuestras cualidades oscuras, pero ellas habitan en nuestro fondo, reservadas secretamente para sorprendernos en el momento menos pensado.

Muchas personas se describen a sí mismas como “blanco o negro” para significar que son claros, decididos, concretos o auténticos, pero en el quehacer de sus vidas, esta manera determinada de ser, los limita, los detiene en extremos. No tener medias tintas, ser lo uno o lo otro, sin grises, resta el sinfín de posibilidades que existe entre un polo y otro, convierte a los seres en individuos predecibles y con poco encanto. Sin embargo, si nos detenemos a observar, no es que no tengan matices intermedios, sino que no los han desarrollado o que el tránsito de un polo a otro es tan violento que pasa inadvertido.

Podemos sentir furia o calma y también podemos sentir molestia, enojo, rabia, indignación, ira y cólera. Podemos sentir miedo o tranquilidad y también podemos experimentar desconfianza, sobresalto, susto, miedo, pavor, terror, pánico. Ahora imaginemos la vida sólo entre el pánico y la calma o la cólera y la tranquilidad, o el amor y el desamor, o la alegría y la tristeza, o un mundo sólo de hombres, o sólo de mujeres; un mundo sin colores es inconcebible, aburrido y escaso.

Lo movimientos que se producen entre la vida y la muerte son los que le aportan riqueza a la existencia. Así como nos movemos, vivimos y si nos detenemos, literal o psíquicamente, morimos. Los procesos humanos son intrapsíquicos, (cambios, conflictos, movilizaciones internas entre diversos aspectos de un individuo) e interpersonales (entre dos seres diferentes que se encuentran, complementan, y diferencian) y la comunicación es el puente vinculante, el punto de enlace. Lo que da sentido a un polo, es el intercambio con el otro, así se nutren, así enriquecen sus experiencias, así cambian y crecen.

Un árbol puede terminar siendo un hermoso o utilitario mueble mediante el proceso que aporta el carpintero a través de su oficio; los ingredientes en la cocina pasan por el proceso de cocción hasta convertirse en un delicioso plato en manos del cocinero; las siete notas musicales nos regalan una infinidad de momentos melódicos gracias a la dedicación del  compositor. La naturaleza, el deporte, las redes sociales, el aprendizaje, el arte, la literatura, todas las obras humanas están plagadas de procesos.

La Psicoterapia descubre el proceso entre los polos “psicoterapeuta” y “paciente” (sea este un individuo, una pareja, una familia o un grupo), y es en el encuentro entre ellos en donde se produce el autoconocimiento, la expansión de la conciencia, la expresión de vivencias o emociones, la confesión de verdades ocultas, el descubrimiento del potencial de cada uno, el intercambio de experiencias, el cambio. En definitiva, el crecimiento.

El proceso psicoterapéutico es como un columpio habitado por un niño en el cuerpo de un adulto, que al principio necesita ser empujado por otro adulto, hasta que ese niño-adulto descubre que lo puede impulsar solo, pero para que sea divertido, es importante estar acompañado.  Mientras tanto, el psicoterapeuta espera que el columpio se desocupe para poner en práctica lo que fue aprendiendo de su discípulo… y ponerse en su lugar.

 

Victoria Robert