TIPS PARA LA VIDA

Vivir es un arte, un misterio personal que se devela en la medida en que lo experimentamos. Así que tu existencia es producto de tu exclusivo descubrimiento, eres tú quien la construye, y es única. ¿Cómo entonces pretender vivir siguiendo «tips»? ¿Cómo es posible entonces que creas que tu vida, la tuya, puede ser un producto de diseño industrial, algo que se elabora en masa y se puede adquirir en el primer quiosco de revistas que tengas a la mano? ¿Quién te dijo que siguiendo un manual podrías ahorrarte los sinsabores que dejan los errores? ¿Acaso no sabes que cuando te equivocas aprendes? ¿Es que no te has dado cuenta que si pretendes soslayar tu propia experiencia para tragarte los «tips» de otros, perderías la extraordinaria oportunidad de aprender de ti? No olvides que los consejos suelen venir de personas que no ha vivido lo que tú y que, por más que quiera, no tomará el riesgo por ti. Así que no creas que quien te regale esa «herramienta» que quieres, correrá con las consecuencias de hacerlas funcionar. No, serás tú.

Cuando somos niños necesitamos de la guía de un adulto responsable que nos muestre lo que para él es el mejor camino. No siempre esa tutela será la más adecuada para el niño que somos, sin embargo, cuando contamos con la fortuna de que nuestros padres o adultos responsables estén presentes, sabemos que existe un genuino deseo de protegernos, de enseñarnos y, muchas veces de favorecer el desarrollo de nuestras capacidades permitiendo que nos equivoquemos. Entonces, porque somos niños, es válido necesitar de nuestros adultos para que nos muestren lo que para ellos es el «ABC» de la vida. Es absolutamente razonable nuestra confianza en ellos y nuestra entrega a su supervisión. Pero es que esos son nuestros adultos, son personas con las que hemos vivido o con las que hemos mantenido un contacto cercano casi a diario. ¡Ajá! ¿Y qué ocurre cuando ya siendo grandes buscamos que otros (cuya profesión pudiera sugerirnos que están dotados de cierta experiencia en el asunto de saber vivir) nos «regalen» (sin conocernos) fórmulas genéricas para sobrellevar las insatisfacciones de nuestras vidas? Algo así como recetas universales que nos ayudarán, a todos por igual, a ser feliz.

¿Qué quieres que ese consejero, orientador, psicoterapeuta, psicólogo, coach o sacerdote te diga?:

Despiértate temprano, tiende tu cama, haz tus tareas, mantén tu cuarto ordenado, báñate, come sano, no llores tanto ¿Qué quieres? ¿Que alguien viva tu vida por ti? Imposible. Cuando pides un «tip» (que curiosamente en inglés significa «propina»), estás pidiendo una dádiva, una pequeña compensación por no atreverte a asumir el riesgo de probar sin garantías.

¿Y cómo crear un consejo en absoluto, una respuesta común para alguien especial como tú? Por ejemplo podría ser: «Cuando te sientas solo busca compañía», o «si no te ama, ámate tú», o mejor, «déjalo ir». Y ¿qué te parece esta? «no dependas de nadie», ¿y esta? «no te dejes manipular»… ¿Te sirven? Porque una cosa es saber qué hacer y otra muy diferente es cómo realizarlo.

La psicoterapia es un espacio para crecer, para aprender tu modo singular de ser, para confrontarnos y cambiar, no es una máquina expendedora de premios de consolación cuando nos portamos bien, ni un oráculo que prediga nuestro futuro. La psicoterapia nos prepara en el presente para saber qué hacer con nosotros ahora, de manera que el futuro sea el resultado de nuestras acciones y que podamos estar capacitados para enfrentar los imponderables que la vida nos ofrece… y también es un trabajo, es una profesión por la se cobra. No es una limosna, ni mucho menos un acto de bondad, es un oficio que no se puede regalar porque perdería el valor que aporta el costear nuestro propio proceso de crecimiento. Entre otras cosas, eso diferencia al psicoterapeuta de los padres, existe un convenio profesional en donde los límites propios del contexto, nos ofrecen un entorno propicio para hacernos responsables de los pasos que vamos dando. El psicoterapeuta observa, muestra y señala, pero es el paciente quien descubre, decide y hace.

Y como vivir es un arte y un misterio, tu vida es una pieza única que merece ser labrada con atención, con paciencia, con amor y con capacidad de asombro. Tu vida no es cualquier cosa, tu vida no es algo roto que hay que remediar con prisa a través de «tips» producidos en serie. Así que la próxima vez que quieras un «tip» o una «herramienta» para vivir, acude a terapia y descubre tu propio camino. Ese es el único consejo que me atrevo a darle a quien considero un artista de su propia vida.

Victoria Robert

 

AHORA QUE HAS LLEGADO

El miedo no se esfuma porque te hayas cambiado de lugar, solo muda de estado sólido a gaseoso. Apenas toques esa nueva tierra a donde elegiste probar suerte, ese miedo empezará a esparcirse de manera subrepticia, casi inadvertida y te encontrarás con un nuevo  fantasma: la incertidumbre. No te darás cuenta cuando se infiltre en tus poros porque mientras te dejas deslumbrar por lo nuevo, apenas tendrás capacidad para a ajustar tus pupilas a ese nuevo sol y tu piel a esa nueva temperatura.

Serás tú con tu acento frente al de todo el resto, un extraño en tu propia lengua, en ese cuerpo que aún revela el miedo que trae alojado en tus hombros encogidos, porque entre taquillas de inmigración, correas de equipaje y nuevas divisas, no habrás tenido tiempo de sacudírtelo. La cantidad de maletas, tu documento de identidad y hasta tu manera de moverte, de sonreír como quien necesita amigos, te delatarán. Todo lo que hagas o dejes de hacer te expondrá a la experiencia de ser diferente, de sentirte casi un intruso.

Aún no lo sabes pero a tu fantasma le encanta el silencio nocturno. Te dejará llegar a puerto seguro, te dejará creer que podrás descansar y, antes de cerrar los ojos, se asomará con una punzada en la boca de tu estómago y te robará el sueño. Te presentará una película de todo lo que has hecho para haber llegado a donde estás y, sin haber tenido oportunidad de empezar a labrar tu nuevo camino, te mostrará el más feroz de los arrepentimientos. Entonces comprenderás que has dejado un zapato en tu tierra de origen, mientras el otro estará allí, resistiendo todo el peso de tu fragilidad.

Extrañarás tu casa, tus amigos, tus rutinas y tu oficio. Tendrás que lidiar con lo que dejaste sin resolver y hacerlo desde la distancia se hará más intrincado, te asaltará el impulso de ayudar a quienes se quedaron en aquel infierno del que pudiste salir y llorarás cada vez que recuerdes todo lo que tuviste que soltar para andar más liviano. A veces te sorprenderás caminando por calles bonitas pero vacías de tu vida habitual y entonces tu fantasma rozará la punta de su índice a lo largo de tu espalda para estremecerte con remordimientos ensordecedores. Si, así es ese fantasma, y para que no te derrote, en vez de rehuirlo necesitarás conocerlo, apropiarte de él y silenciarlo.

Tendrás que aprender a caminar otra vez, empezarás gateando sobre nuevos mapas y direcciones ajenas, y mientras digieres cada nueva experiencia, te atraparás tentado por esa pequeña pero poderosa parte que habita en ti en forma de anhelo infantil, a comprar todo lo que hace mucho no has podido tener. Y antes de lo que imaginas te pescarás visitando tres o cuatro veces el supermercado más grande y variado como si fuera un parque de diversiones, solo para ver… Quizá te sientas forzado a esconder tus lágrimas cuando descubras que ahora sí puedes elegir, y tendrás que aprender a elegir otra vez entre precios, ofertas, marcas y opciones que una vez tuviste pero habías olvidado.  Y mientras fantaseas con el día en que podrás comprar todo lo que quieres sin escatimar, te conformarás con poco, porque tu fantasma estará allí para recordarte que no puedes, que no debes y que la prudencia es tu norte.

Es un fantasma sensato porque evita que te desboques cuando, después de tantas privaciones, descubras que una vida sin carencias es posible, pero también es experto en introducirte en un vaivén emocional que te puede vulnerar, porque te arrebata la calma de tu ahora y te muestra un futuro tenebroso, te quita el valor de tus logros mientras te infunde desconfianza, te ofrece oro para devolverte espejos rotos… con sus siete años de mala suerte.

La incertidumbre es ausencia de certezas, no de autoconfianza, la incertidumbre es carencia de garantías, no de acciones, de empuje y de capacidades, pero si la escuchas mucho te puede quebrar. Así que necesitarás prepararte para escucharla entre líneas y responderle con trabajo a cada amenaza, a cada miedo, a cada «no podrás». Y si bien conseguirá enceguecerte muchas veces, cuando eso ocurra te servirá mirar hacia atrás para recordar el camino que has recorrido y los obstáculos que has superado para estar donde estás. No todo está en tus manos es cierto, pero tu vida y tu supervivencia, que hasta ahora han sido tu responsabilidad, solo cuentan contigo, y como la necesidad es testaruda, mueve.

Elegiste cambiar amenazas reales que no podías manejar por un fantasma propio. Con ese si puedes, porque si has llegado hasta donde estás con todas las dificultades que te has encontrado, es porque has logrado hacer lo que has querido.

Y ahora que has llegado, nadie tiene derecho a quitarte el futuro… mucho menos tú.

 

Victoria Robert

Entrevista a VICTORIA ROBERT

Victoria es Argentino-Venezolana, nacida en 1965. Ex directora de CENAIF, Escuela de Gestalt, Fundadora de TerapiaYa. Psicoterapeuta Gestalt, Docente Supervisora y Terapeuta Psico-corporal. Especializada en Terapia Individual, Grupal, Parejas, Familia y Adicciones tanto presencial como Online. También es Licenciada en Artes, Actriz, Directora y Escritora. Ejerce desde 1997 hasta la fecha. Actualmente reside en Barcelona, España y forma parte del equipo de colaboradores de TuEstima en el desarrollo de novedosas modalidades de asistencia terapéutica través de la plataforma online.

ATP: ¿Quién eres tú?

VR: En este momento soy alerta y una inmensidad llena de cosas desordenadas.

ATP: ¿Y quién más eres?

VR: Soy mamá de Tico y de todos mis peludos.

ATP: ¿En qué se parece ser mamá a ser terapeuta?

VR: En nada. Bueno, la mamá que yo soy pues. Yo soy una mamá amorosa, consentidora, sobreprotectora, muchas veces angustiada por tonterías y en cambio soy una terapeuta que deja crecer, con límites, no me angustio por los pacientes, confío en ellos.

ATP: ¿Aunque me imagino que te ha tocado hacer como de mamá en algunos casos, ser maternal?

VR: Ha habido momentos en el proceso terapéutico de algunos pacientes en donde me ha tocado ser madre nutritiva, pero han sido momentos. Yo no soy madre de ninguno de mis pacientes.

ATP: Eres actriz, terapeuta y artista. Entonces en qué se parece ser actriz a ser terapeuta o viceversa.

VR: Es una pregunta compleja y quizá la respuesta sea larga. Ahora que tengo cierta experiencia y que puedo mirar atrás, sé que he usado la actuación para verme hacia adentro, echando mano a elementos de afuera que han sido mis personajes. Y lo mismo me pasa con la terapia, aprendo de mis pacientes que están afuera, pero aprendo de mí.

ATP: Pero mi pregunta va dirigida más a los procesos de ambos oficios. El oficio del actor, que desconozco completamente, y el del terapeuta. ¿En qué se pudiera parecer, o qué ventajas tendría para un actor ser terapeuta o para un terapeuta ser actor?

VR: En primer lugar ambos implican un proceso creativo de introspección. Yo fui una actriz educada en «El Método», es decir, es un trabajo de adentro hacia afuera, buscar adentro para poder producir, para «ser» el personaje. Como terapeuta yo creo que tengo que hurgar dentro de mí para poder darles a mis pacientes. Entonces construir con el paciente y con el personaje, además de con el colega, el compañero que comparte la escena, es un proceso creativo fascinante y además, en el caso de la actuación, igual que en la terapia, nada está escrito. Está escrito el texto o lo que el director dice que debería hacerse, pero pasan cosas en cada escena siempre diferentes y lo mismo ocurre en cada evento terapéutico, pasan cosas diferentes. Uno muchas veces sabe con qué viene un paciente y quizá qué cosas va a decir o qué angustias va a plantear, pero a partir de allí todo es nuevo. El trabajo actoral y el  trabajo con un paciente tiene que ver con lo novedoso, con descubrir y estar abierto a profundizar.

ATP: Se me ocurre también que por ejemplo un actor de teatro, que tiene que representar varias veces la misma obra durante una temporada, ¿en qué se parece eso a un mismo paciente que viene varias veces a terapia?

VR: Es que el público nunca es el mismo y nosotros nunca somos los mismos como actores en el momento en el que creamos en escena. A veces estamos tristes y tenemos que representar una escena alegre, e inevitablemente teñimos esa alegría con cierta melancolía que le aporta algo distinto a la interpretación, o de repente el público se ríe en un momento que tú no esperabas y algo nuevo ocurre. Lo mismo sucede con el paciente (aunque la neurosis es pretender que algo salga diferente haciendo siempre lo mismo), es decir el paciente viene muchas veces a hacerte lo mismo y a hacerse lo mismo, sin embargo, tanto él como yo, somos diferentes cada día y por muy mínimo que sea, algo cambia.

ATP: ¿Y desde cuándo te dedicas a la psicoterapia?

VR: Yo tenía 15 años cuando escribí en la pared de mi cuarto: «Paren el mundo, me quiero bajar». Era fanática de Mafalda, creo que a partir de ahí me dediqué a la psicoterapia, pero en vez de buscar a un terapeuta, me puse a hacer teatro y encontré en la actuación un espacio terapéutico. Y recién como a los 17 años es que acudí a un psicoterapeuta, pero yo usaba mucho mi trabajo actoral, mi exploración sobre mí misma y los personajes como ejercicio terapéutico.

ATP: ¿Y qué te llevó a hacerte psicoterapeuta?

VR: Bueno, yo entré en un proceso personal muy profundo como a los 26 años creo, no recuerdo bien la edad. Fue una de esas etapas en donde viene Jesucristo a la tierra, te hace una promesa y no te la cumple, fue una etapa de vida durísima que inevitablemente me llevó a hacer terapia. Pasé por algunos terapeutas hasta que conseguí uno con el que hice empatía y empecé a crecer, y una vez que sentí que podía caminar sobre mis propios pies (porque llegué gateando), empecé a pensar que era posible acompañar a otros en un camino similar al que yo había recorrido. Pero la verdad es que en un primer momento lo que quería era estudiar terapia para indagar en la psicología de los personajes. Me estaba mintiendo a mí misma, yo lo que necesitaba era seguir profundizando en mí pero teniendo una excusa, entonces le eché la culpa a los personajes, que en eso ellos fueron siempre muy generosos y empecé a estudiar psicoterapia gestalt pensando en eso, en crecer como actriz. Y en algún momento del camino me di cuenta que había dejado de ser actriz. Yo podía seguir ejerciendo la actuación pero yo había bifurcado hacia la psicoterapia y era irreversible, no tenía vuelta atrás, estaba en el camino de ser psicoterapeuta sin el pretexto de querer ser mejor actriz, sin usar a mis  personajes. Mi necesidad era seguir conociéndome y quizá poder acompañar a las personas que creyeran en mí.

ATP: ¿Dónde te formaste?

VR: Me formé en CENAIF, una institución que acompañé durante 20 años, de las mejores de Gestalt en Venezuela y me formé como psicoterapeuta Gestalt, docente, supervisora, hice múltiples especializaciones y actualizaciones, también me hice terapeuta psico-corporal y me formé en la vida, porque ahora que tengo 52 años te puedo decir que mi formación son mis canas.

ATP: ¿Cómo es eso?

VR: Bueno, mis primeras canas salieron a los 12 años, la mayor cantidad surgieron a los 30, cuando en un ataque un poco extraño me dio por pasarme la máquina «cero» y entonces crecieron todas las canas del mundo, pero eso tenía un significado, yo en ese momento había empezado a envejecer en el buen sentido de la palabra, porque para mí la vejez es uno de los más maravillosos dones que puede tener un ser humano.

ATP: ¿Cómo es eso?

VR: Bueno la vejez es sabiduría, es experiencia, te brinda tranquilidad, porque no es posible ir rápido con un cuerpo anciano, así que esa corporalidad, quizá cansada y lenta, te va guiando en vivir una existencia necesariamente sosegada, es dejarse llevar más por la intuición que por la razón, es casi como volver a ser niño pero con el conocimiento de vida. Aprecio profundamente la vejez y aunque todavía no he llegado a ella, añoro poder estar allí y tener un huerto y una granjita con todos los posibles animalitos que pueda cuidar.

ATP: ¿Y por qué escogiste la Psicoterapia Gestalt?

VR: Pues la verdad es que la encontré, no la elegí. Pero probablemente si me pusieran a elegir, ahora que conozco todos los enfoques, yo elegiría la Gestalt porque es lo más parecido a la actuación, la potencia del «experimento» gestáltico es  lo más afín al momento escénico, es orgánico, es vivo. Es una creación en la que se usan recursos escénicos y se va dando en ese momento único cuando el paciente experimenta lo que le está ocurriendo y gracias a eso se puede dar cuenta de lo que le pasa, es uno de los enfoques más creativos en psicoterapia que yo conozca. Me quedaría con la Gestalt como he hecho hasta ahora, sumándole algunos elementos de otras orientaciones psicoterapéuticas.

ATP: ¿Es como que si la actriz te llevó a la Gestalt? A la actriz le gusta la Gestalt.

VR: Definitivamente. Pero también me gustan otras cosas, me gusta la profundidad en el trabajo con los sueños que tiene el abordaje junguiano por ejemplo, a mí me gusta mucho explorar, excavar, ir al fondo.

ATP: Creo que ya respondiste parte de la pregunta que te iba a hacer, que es qué es lo que más te gusta de la psicoterapia, porque hablaste del «experimento»

VR: Me gusta acompañar, la relación que se establece de ser humano a ser humano, y sobre todo la creatividad que me brinda ese oficio tan noble y generoso.

ATP: «La psicoterapia es un oficio noble y generoso» ¿Cómo es eso?

VR: Es noble porque está allí para que tomes de él lo que tiene para dar, no hace daño, todo lo contrario, porque el problema no es la psicoterapia, el problema está en el psicoterapeuta que a veces, algunos terapeutas no se toman el tiempo para formarse. Así que los errores los comete el psicoterapeuta no la psicoterapia.

ATP: Te refieres a la psicoterapia, ¿no a ti?

VR: Quizá es una proyección, entiendo para dónde vas, pero yo sí creo que LA Psicoterapia como oficio, es mucho más que yo, y es generoso porque te  permite aprender, enseñar, practicar, hurgar, crear, te da todas las opciones posibles para que elijas, cada quien las usa como mejor le parece, ella está allí, es como el planeta tierra, ella está allí para que tú la siembres, la coseches… o la deseches.

ATP: Como una mamá.

VR: Si, como una madre.

ATP: Y qué te aporta de manera personal el ejercicio de la psicoterapia, a ti como persona.

VR: Conocerme.

ATP: ¿Y qué has conocido de ti en psicoterapia?

VR: Yo conozco más de mí cada vez que veo a un paciente que lo que el paciente descubre de sí mismo. Continuamente estoy conociéndome, cada vez que tengo una sesión me pregunto qué me muestra este paciente de mí. El ejercicio de la psicoterapia con el paciente es un ejercicio de autoconocimiento, de autoconciencia, es un regalo que yo me doy, además de ser un oficio con el cuál vivo, y también como paciente, porque yo acudo a terapia como paciente. También me aporta historias personales para contar, para escribir. Si hay algo que a mí me gusta es escribir, así que tiento dentro de mí y uso la terapia para ver qué nuevas historias me inspiran para escribir.

ATP: ¿Escribes?

VR: Escribo desde que soy adolescente.

ATP: ¿Qué escribes?

VR: Cuentos. Fundamentalmente soy cuentista.

ATP: Y estas todo el día oyendo cuentos.

VR: ¡Ah sí! pero una cosa es oír cuentos y una muy diferente es contar cuentos.

ATP: Cambiemos entonces a la actriz por la artista. ¿La psicoterapia nutre a la artista y la artista a la psicoterapeuta?

VR: Definitivamente.

ATP: ¿Si no te dedicaras a la psicoterapia qué otra profesión hubieras elegido, que no haya sido la actuación porque ya la ejerciste?

VR: Te voy a decir una cosa, yo he sido afortunada en esta vida, si es que han existido otras, ésta ha sido un regalo para mí, porque he terminado haciendo las tres cosas que a mí me gustan. Fui actriz, soy terapeuta y ahora, a mis 52 años empiezo a tomarme en serio el trabajo de escribir, que es mi otra gran pasión. Quería dedicarme a escribir cuando era adolescente pero no me lo tomé en serio porque quería ser actriz y luego me atrapó la psicoterapia, hasta que al final volvió, porque así son las pasiones, están allí dormidas y despiertan cuando estás listo. Tengo tres piezas de teatro, una veintena de cuentos y lo que pretendo es contar historias que tengan resonancia en el otro.

ATP: Y conociendo que hay diferentes enfoques en psicoterapias, unos son más del paradigma médico, científico y están los humanistas, la Gestalt es el más artístico.

VR: Si yo soy humanista, yo no puedo ser otra cosa que humanista, fui bachiller en ciencias porque esa fue la condición que me pusieron en casa, pero yo era humanista y me hubiera gustado ser bachiller en humanidades porque cuando entré a la Escuela de Artes en la universidad, tuve que aprender de un golpe quién fue Platón y todos esos hombres, grandes pensadores de los que no tenía la más mínima idea.

ATP: Ya que eres docente, psicoterapeuta gestalt, supervisora, actriz y escritora, ¿Cómo responderías mi primera pregunta: quién eres?

VR: Soy una artista.

ATP: Dime un momento importante que recuerdes como psicoterapeuta.

VR: Hay muchos, es muy difícil elegir, pero creo que el más importante fue cuando estrené «El Tren de la Vida». Es un taller vivencial de tres días, un trabajo hecho en conjunto con Alfredo Tugues y Jeannette Conte, que escribí y estrenamos para CENAIF. Todos los estrenos y sobre todo sus desaciertos me encantan, porque las equivocaciones son las que me enseñan, y aquel fue un momento extraordinario de mucho miedo, de mucha sorpresa, de mucho aprender, creo que fue un momento cumbre en mi carrera como terapeuta. Todo el proceso de creación y luego de puesta en escena, porque más que un taller, es una obra de teatro de tres días con intención terapéutica. De hecho, estoy pensando en modificarlo para llevarlo al teatro.

ATP: Escuché «estrené», «escribí», «puesta en escena» y «taller vivencial». Desde hace rato estoy viendo a la actriz, a la escritora y a la terapeuta.

VR: Y a la directora.

ATP: ¿La directora artística?

VR: La directora de teatro, porque hay que ver lo que es dirigir sin haber ensayado ni un minuto, una obra de teatro de tres días con un elenco de 50 personas. Definitivamente ese fue un momento cumbre. Hubo otro momento que ahora recuerdo, uno más íntimo, en donde yo tenía una paciente que estaba en muy mal estado, estaba desgarrada y reconozco que en ese momento no sabía qué hacer, lloraba con un desconsuelo muy profundo y entonces lo que se me ocurrió fue acercarla a mi pecho para que escuchara mi corazón y se pudiera conectar con su vida a través de la mía. Quizá allí sí salió la madre. Parecía un bebé…

ATP: Cuáles son los temas más comunes por los que acuden los pacientes a tus terapias.

VR: Bueno, yo vengo de Venezuela, los temas son muy cambiantes, pero fundamentalmente el tema recurrente recae en las necesidades básicas y la más apremiante es la seguridad y el amor. Y si vamos más profundo es el abandono. La necesidad de amar y ser amado es uno de los grandes temas. Hay mucho niño abandonado y malquerido y también hay mucho adulto que no sabe querer a su propio niño, a ese que fue abandonado, obviamente no lo sabe querer porque nadie le enseñó. Hay dos razones por las cuales un paciente va a terapia en mi experiencia, uno va por un tema puntual, va a resolver un problema, y otro es el que va perdido, el que está perdido en la vida y ese es el que va a crecer.

ATP: ¿Me estás contando de los pacientes, pero cuáles son los temas más comunes?

VR: El amor y el desamor.

ATP: Dime un olor.

VR: Orégano, que es el olor de mi Abuela Gorda.

ATP: ¿Cómo era tu Abuela Gorda?

VR: Era el ser más tierno y amoroso que yo haya conocido en mi vida. Gorda, grande y amorosa. Una mujer muy sencilla. Mi abuela fue cocinera y tenía su propio huerto en donde me enseñó a cosechar.

ATP: ¿Y cómo sonaba tu abuela?

VR: Mi abuela roncaba, pero más que un ronquido era una respiración profunda, y hoy en día parece que  yo, cuando ronco, ronco así.

ATP: Es como un gato ronroneando.

VR: (Risas) Es un ronroneo.

ATP: Elige un sonido

VR: En otro momento de mi vida hubiera elegido el sonido de los violines que el sonido que yo más amo, pero después de sufrir un tinnitus desde hace 7 años, elijo el silencio. Pagaría una fortuna por 5 minutos de silencio o ausencia de tinnitus.

ATP: ¿Qué textura tiene el tinnitus para ti?

VR: Es como electricidad, quema, rasga, es impertinente.

ATP: ¿Y qué textura te gusta?

VR: El manto de Krishna.

ATP: ¿Qué te gusta del manto de Krishna?

VR: Krishna es uno de mis gatos, es suave, esponjoso, es calientito, es la textura más rica que yo he tocado en mi vida, es como un terciopelo vivo, pero más rico.

ATP: Ya que estás hablando de animales y te gustan tanto, elige un animal.

VR: Me pones en un problema porque yo amo a todos los animales, voy a elegir a uno: Tico. Un perrito que yo tuve, un hijito que falleció, pero no es un animal, es una persona, tiene nombre y apellido, Tico Tugues Robert. Un cocker negro hermoso, el mejor niño del mundo. Ahora tengo a otro perrito maravilloso que se llama Gurú y tuve uno que me ayudó a sanar la ausencia de Tico que se llamaba Otto, mi gordo. Creo que tendría que elegir a los perros, pero la verdad es que si me pones a escoger especies… yo creo que yo debo haber sido  algo así como una «tarzana», porque amo a los gorilas y a los elefantes. Quizá en otra vida pueda yo tener la fortuna de cuidar a un santuario de elefantes y de gorilas.

ATP: Eres madre de mascotas.

VR: Si.

ATP: Un terapeuta.

VR: Delia Herrero, Norma Capriles y Alejandro Suarez.

ATP: ¿Qué pasa que los eliges a ellos?

VR: Les tengo mucha gratitud, Delia es mi analista, una sabia mujer que me ha acompañado por años en mi proceso de descubrirme, de encontrarme y de reinventarme. A Alejandro lo recuerdo dando sus conferencias de psicodrama o de psicología profunda, un terapeuta junguiando de excepción. Norma es una maestra en el trabajo con sueños, Norma más que terapeuta es un hada.

ATP: Un maestro.

VR: Guillermo Feo en psicoterapia y Juan Carlos Gené en la actuación. Mis dos grandes maestros.

ATP: ¿Con Gené aprendiste «el método»?

VR: Si, el trabajo del actor sobre sí mismo y luego sobre el personaje.

ATP: Hace rato hablaste de un momento importante con un paciente. Elige a un paciente.

VR: ¡Ah!, es muy difícil decidir por un paciente. Probablemente yo sea la mejor paciente sobre la que puedo hablar aquí. Soy abierta, curiosa, responsable como paciente y no podría mencionar a ninguno mío y mucho menos hacer selección de alguno, aunque he tenido la dicha de tener muchos pacientes como yo: entregados, comprometidos, curiosos…

ATP: ¿Un mensaje?

VR: A mí me ha costado mucho aprender que no todo está en mis manos. Es más, lo he tenido que aprender muchas veces. De hecho, cada vez que lo vuelvo a aprender, entonces suelto. Duele si, y vaya que duele, pero más duele el esfuerzo por permanecer igual.

ATP: Una imagen para el final de la entrevista que quieras regalar a tus lectores.

VR: Cuando llegué a España, a Madrid y empezamos a cruzarla, de Madrid hacia Barcelona por esas carreteras asombrosas y esos paisajes hermosos, una de las cosas que más me llamó la atención fueron las cigüeñas y sus inmensos nidos. La imagen que les dejo son esos nidos de cigüeñas… algo así como… cambia de lugar (sobre todo el de adentro), que siempre va a haber una cigüeña que te va a encontrar para mostrarte el camino a casa. Yo cambié el verde de Venezuela y el canto de los pájaros, por el vuelo de las cigüeñas volviendo a sus nidos.

ATP: Si alguien anda en esta incertidumbre de ir o no a terapia. ¿Qué le dirías como terapeuta y como paciente?

VR: Si hay mucha resistencia, lo primero que me viene es pensar que quizá sea necesario esperar a que se haga más daño para que necesite pedir ayuda. Pero no, porque la psicoterapia no solo es para resolver problemas, o para cicatrizar heridas, la psicoterapia es una oportunidad para crecer y descubrir. Así que le diría: ¡podrías aprender tanto de ti!

Entrevista realizada por Alfredo Tugues Plaza

 

Entrevista a ALFREDO TUGUES PLAZA

Alfredo nació en 1960. Estudió Música, Física e Ingeniería de Sistemas y también es Investigador, Docente y Artista (Compositor y Guitarrista Clásico). Se formó como Psicoterapeuta Gestalt, en Análisis Transaccional y PNL. Se especializó en Psicoterapia Individual, de Parejas, Familia, Grupos, Terapia Psico-corporal, Adicciones y Homeopatía. Es Supervisor y Docente.

VR: ¿Desde cuándo te dedicas a la psicoterapia?

ATP: No me acuerdo, desde 1995 creo. Aunque en realidad es desde muy joven porque siempre he estado muy pendiente de la dinámica del ser humano, de porqué soy como soy y porqué las personas son como son. A los 11 años me llevaron al Instituto de Salud Mental y un señor me hizo un test con una manchas que después aprendí que era el Test de Rorschach y él me iba diciendo cómo era yo por la simetría de las manchas y a mí me impresionó cómo alguien podía saber tanto de mí por lo que yo le decía de lo que veía en unas manchas de tinta. Y en ese momento  decidí que quería hacer eso que hacía ese señor. Después, como a los 16 años en un cumpleaños, varios familiares me preguntaron qué quería de regalo y yo les pedí libros de psicología y recuerdo que una prima me regaló «El Proceso de Convertirse en Persona» de Carl Rogers y a partir de ahí creo que me empecé a formar como psicoterapeuta.

VR: ¿Y dónde te formaste?

ATP: Es una pregunta difícil porque creo que un terapeuta se forma en varias vidas. En realidad al terapeuta lo forman sus pacientes porque  la terapia es simétrica, se hacen terapia los dos. Formalmente primero estudié PNL y análisis Transaccional en el Instituto Eric Berne, después Psicoterapia Gestalt en el CENAIF y leyendo mucho, y sobre todo viendo muchos pacientes. Y como yo hago terapia desde los 11 años, en realidad mis verdaderos maestros fueron mis terapeutas. De hecho, creo que una persona que haga mucha terapia en su vida, después de muchos años, podría ser terapeuta. Los estudios lo que hacen es organizar, pero un terapeuta se forma es revisándose, porque un terapeuta es su paciente más difícil.

VR: ¿Qué te llevó a hacerte psicoterapeuta?

ATP: El Instituto de Salud Mental, no sé si vengo así de fábrica, siempre me ha llamado la atención saber cómo soy. Saber por qué siento lo que siento, pienso lo que pienso, qué pasa que me relaciono con las personas que me relaciono, qué pasa que me siento más atraído y afectuoso hacia algunas personas y hacia otras no.

VR: ¿Qué te aporta de manera personal el ejercicio psicoterapéutico?

ATP: Conocer personas nuevas todo el tiempo porque el paciente, aunque lo conozcas, siempre trae algo diferente. Me aporta estar en contacto íntimo. Para mí es muy importante mantener mi curiosidad activa y cuando cada paciente llega, tengo mucha curiosidad de saber cómo llega y la psicoterapia también aporta un medio de vida.

VR: Sabemos que te has desarrollado en Análisis Transaccional, en Gestalt, en Terapia Psico-corporal ¿Por qué has elegido esa ruta? ¿Por qué esa y no otra? Por ejemplo porqué no Psicología Profunda o Psicoanálisis?

ATP: En realidad yo no las elegí. Así como no elegí ir al Instituto de Salud Mental a los 11 años y no elegí los libros que me regalaron en ese cumpleaños, también fue como casual, fortuito que yo terminara en AT, PNL, Gestalt, Terapia Psico- corporal u homeopatía. Yo más bien creo que esta vida corporal es un plano manifestado de algo material y que hay otro plano, dimensión, entorno y creo que los maestros se manifiestan de muchas maneras. Un maestro puede ser una mascota, una flor, un olor, un maestro puede ser muchas cosas. Entonces yo realmente me he sentido como guiado, lo «casual», no creo que haya sido casual, en realidad siento que he sido guiado.

VR: ¿Entonces más que elegir una ruta, una corriente, una orientación, tú crees que has sido elegido?

ATP: Si, además que los enfoques en donde me desempeño y los que ejerzo, conociendo muchos otros, son los que más me gustan y son los que casualmente terminé estudiando.

VR: ¿Un momento importante que recuerdes durante tu ejercicio como psicoterapeuta?

ATP: Son muchos pero… a ver… yo admiro a grandes personajes de la psicoterapia, Freud, Jung, Perls, Rogers, Eric Berne, así como admiro a grandes personas en otras áreas. En mi caso, mi papá que es científico (y mi mamá artista), mi papá me enseñó a cuestionar, no porque alguien haya escrito un libro, eso es cierto o una verdad absoluta. Yo aprendí que en la ciencia no hay verdades absolutas, siempre una teoría es superada por otra teoría, siempre una hipótesis o un planteamiento son superados por otros, entonces yo aprendí a leer cuestionándome lo que leía y filtrando lo que leía y al final terminaba seleccionando lo que me parecía cierto, creíble. Momentos importantes en mi ejercicio han sido cuando yo he tenido que cuestionar mi formación y a mis maestros, entendiendo por «maestros» a mis profesores o los grandes terapeutas de los que aprendí y de los que leí. Entonces cuestiono a Freud, a Jung, a Perls en muchas cosas. Cuestiono, cuestiono diferentes aspectos y eso me ha llevado a descubrir mi concepción de la psicoterapia. Cada vez que me he visto con algún paciente en donde he tenido que cuestionar lo que he aprendido, al verme a solas descubriendo, haciéndome la pregunta « ¿Y ahora qué hago?», porque lo que aprendí no está funcionando y tengo que atreverme a hacer algo que no conozco, en ese momento he descubierto facultades, estrategias, maneras diferentes. Lo otro, que no es que fue «un momento», sino que es muy importante, es irme dando cuenta de que la terapia tiene que ver con la relación entre dos personas, es un tipo de relación muy particular donde no es tanto lo que tú sepas, sino más bien el afecto, lo que sientes hacia esa persona, el poder ser íntimo, el permitir que esa persona se sienta libre de abrirse a ti. Entonces en algún momento me di cuenta que la técnica y el conocimiento formal, no es lo que importa. Eso se convirtió en mí como en un camino. No sé qué tipo de terapeuta soy ahorita porque con cada paciente el terapeuta es algo así como un carro que pudieras configurar dependiendo del terreno. Un buen terapeuta se configura para que el paciente pueda transitar por ese terreno.

VR: ¿Cuáles son los temas más comunes que, según tu experiencia, son consultados en terapia?

ATP: A groso modo, para mí el gran tema es en síntesis el que una persona quiera cambiar a otra, es una proyección de lo que la persona en realidad se resiste a hacer, que es cambiar él mismo. Para mí todos los temas terminan en la persona queriendo que el mundo sea como ella quiere que sea. Que el mundo la complazca. Ahí empiezan los problemas. ¿Puedes hacer que el mundo cambie para ti?, si, tú mundo, pero eso pasa por, por ejemplo «mi mundo puede cambiar si yo soy tolerante», entonces yo cambio y el mundo cambia. Esa es para mí la síntesis de todos los temas: «Querer que el otro cambie y no saber cómo cambiar yo».

VR: ¿Y además supongo que eso incluye el no tener consciencia de que es a mí a quien me toca cambiar?

ATP: Así es.

VR: ¿Qué es lo que más te gusta de hacer psicoterapia? Sabemos que haces terapia de consultorio, terapia de grupo, terapia online, ¿qué es lo que más te gusta de hacer terapia?

ATP: Lo que más me gusta es la relación que termino teniendo con mis pacientes. En mi caso, yo no puedo ver a una persona por la que no sienta algún tipo de afecto o simpatía. Yo no puedo ver a todo el mundo.

VR: ¿La famosa «empatía» rogeriana?

ATP: La famosa empatía. Lo que más me gusta es la relación que se va estableciendo con cada paciente, que es una relación diferente con cada persona, y lo otro que me gusta mucho es cuando un paciente se va y termina la sesión, preguntarme qué me trajo hoy este paciente para mí, ir descubriendo de mí, en ese momento posterior a la terapia. Es como si primero el paciente hace su sesión y luego a mí me toca hacer la mía. Con la diferencia que la mía la hago yo conmigo o con mi terapeuta. Y siempre descubro.

VR: ¿Además de la psicoterapia, cuáles son otras tus pasiones?

ATP: Bueno mi otra pasión tiene que ver también con relaciones, que son mis amores, mi esposa, mis hijas, mis mascotas y la música. Que es procesal, es decir, el proceso de componer se parece en algunas cosas al proceso de hacer terapia con el paciente porque cuando el paciente llega a terapia llega perdido, y yo también estoy perdido con el paciente, y los dos juntos vamos descubriendo el proceso. Muy parecido es el proceso de componer una pieza, música, en principio tú tienes una pequeña frase de pocas notas, siete, diez notas y no sabes para dónde va eso ni cómo va a terminar y tiempo después, tienes una obra lista. Es una paradoja porque en realidad nosotros los terapeutas trabajamos para que el paciente no te necesite, no necesite volver a ti y en la composición es igual, una vez que una obra está terminada ya no necesita volver al compositor, ya es ella sola.

VR: Sabemos que tienes pasión por los avioncitos.

ATP: ¡Ah bueno si! De los aviones lo que me gusta es la libertad del vuelo y lo inexplicable. Tú ves volar un avión y ¿cómo hace para mantenerse en el aire?, un ave ¿cómo hace? El aire es un fluido invisible y es parecido a lo que hacemos nosotros para mantenernos vivos. Para mí, en mi caso, la vida está llena de sufrimientos y llena de preguntas y angustias, es realmente una escuela. Por ejemplo, si en un avión no hay movimiento, no hay vuelo, y para mí la vida es algo parecido, cesa el movimiento y eso es la muerte.

VR: ¿Cuántas veces habrás querido volar y cuál fue el momento en el que te enamoraste de los aviones?

ATP: Siempre me fascinó el vuelo. De los avioncitos también me gusta el proceso de crear, de diseñar el avión. Estudié aerodinámica y también como desde los 11 años hago avioncitos. Mis aviones todos vuelan. Es como el proceso de composición, de la nada haces algo que vuela.

VR: Si no te dedicaras a la psicoterapia, ¿qué otra profesión hubieras elegido?

ATP: Yo soy un compositor frustrado (pues no me dedico a eso), estudié composición,  guitarra clásica y sigo haciéndolo pues un compositor, así como el terapeuta, se hace haciendo. Creo que esa hubiera sido mi otra opción. De hecho, a los 17 años decidí que iba a ser músico.

VR: Tú eres nieto del maestro Juan Bautista Plaza[1]

ATP: Soy nieto de Juan Bautista. Y la otra pasión sería fabricar guitarras, la luthería. Yo hice guitarras durante muchos años y es el mismo proceso. El buen luthier es como el buen chef que va y escoge del huerto el vegetal, el producto que va a usar para transformarlo en algo nutritivo. Los buenos luthieres van y escogen el árbol que van a cortar en el aserradero y esa madera la mandan a cortar de una manera especial.

VR: Alguna vez escuché de ti que decías que tú eliges a tus pacientes y a tus alumnos. ¿Es como elegir una buena madera?

ATP: Yo elijo a mis pacientes y a mis alumnos por dos razones. La primera es que soy mucho mejor terapeuta y docente cuando siento algún tipo de afecto. Y lo segundo es que me gusta que me aprovechen y me gusta sacar provecho, nutrirme. Me fascina un buen alumno y un paciente comprometido, honesto, serio, entregado y que de verdad valora el tiempo conmigo en su terapia o en su proceso de aprendizaje tanto como yo.

VR: Elige un color.

ATP: El verde.

VR: Elige un sabor.

ATP: Agridulce con picante y salado.

VR: Te gustan casi todos menos el amargo.

ATP: El amargo también.

VR: Entonces configura un sabor (ya que haces gestalt) que contenga a todos.

ATP: Casi que es a lo que pudiera ser mi propio sabor.

VR: Elige una textura.

ATP: Tiene que ver con la piel. Una, la que me vino es la de uno de mis gatos, Krishna. Su piel, su manto es muy mullido, provoca seguir tocándolo. Pero me importa más lo que siento cuando toco. Hay pieles que a mí me dan mucho placer, la piel de mi esposa, la piel de la gente que amo. No tiene que ser una textura sedosa o suave.

VR: Elige un sonido.

ATP: Ahora que estoy en España hay dos sonidos que me gustan mucho. Un es el de mi nieta Julieta y el otro es el de las campanas de una Iglesia aquí en Manresa que suenan tres veces al día. Me imagino que son campanas que tienen 500 años y ese sonido es como la detención del tiempo. Hace 500 años escuchaban exactamente lo mismo que estoy escuchando ahora y yo como músico veo que es un sonido que no ha cambiado en el tiempo, que permanece. Con los muros medioevales no me ocurre lo mismo.

VR: ¿Cuál es la diferencia?

ATP: Es lo instantáneo, la campana deja de sonar y desaparece. Es como el vuelo. Muchas veces me he descubierto a la espera del sonido de la campana y como Manresa es un valle, si las oyes desde diferentes sitios, la misma campana se oye diferente. Además que la campana es como una muralla que nos une a todos en Manresa (por lo menos a mí) porque todos la escuchamos.

VR: Como a ti te gustan tanto los animales, elige un animal.

ATP: Son varios, uno es el zamuro que por cierto aquí no he visto, es el animal que a mí toda la vida me fascinó, y también el perro.

VR: ¿Por qué el zamuro?

ATP: Varias cosas, pero lo que más me fascina es su vuelo, el vuelo del zamuro. El equivalente del zamuro a animal de tierra es el morrocoy, el zamuro casi no aletea, utiliza al máximo el viento, no anda comiendo todo el tiempo, aunque come animales podridos y es carroñero. Es decir, se nutre de la carroña, además su proceso vital se parece mucho al proceso terapéutico (y después de muchos años de aprender la simbología junguiana), vamos a terapia a descubrir muchas cosas podridas  y convertirlas en cosas nutritivas, cosas que creíamos que eran carroña.

VR: Bueno, Perls decía que de la mierda se pueden sacar tesoros.

VR: Entonces te he pedido que elijas un color, un sabor, una textura, un sonido y luego te he pedido que elijas un animal. También hablas del perro además del zamuro. Ahora, tomando en cuenta estas últimas elecciones (ya que eres gestaltista), configura y ve a ver cómo puedes definirte.

ATP: Yo me resisto a definirme, porque eso sería, desde la gestalt, equivalente a contenerme, yo en un contexto me puedo definir de una manera y en otro contexto me puedo definir de otra manera.

VR: ¿Y en este momento?

ATP: Yo pudiera decir algunas cosas que me definen a mí desde mí… para mí es muy importante el afecto, mi creatividad, moverme y una de las cosas que más me ha costado de mí, que para mí es muy importante es ser honesto conmigo. Ser honesto conmigo es como descubrir que la mente es tu mejor amiga y tu peor enemiga, entonces el camino es irme por el lado de mi mejor amiga.

VR: ¿Y cómo haces para diferenciar tu enemiga de tu amiga?

ATP: Bueno muy sencillo, es estar alerta de lo que siento con lo que me digo, con lo que pienso de mí. Si estoy pensando algo de mí que me desagrada, bueno « ¡ya va!, ¿qué estoy haciendo conmigo?». Es como descubrir que somos inmensamente libres, pero lo difícil no es eso, lo difícil es saber cómo puedes controlar esa libertad. Es una paradoja porque ¿cómo es eso de controlar la libertad?, pues sí, yo puedo ser libre en las cuatro paredes de una cárcel que yo me cree, o puedo ser libre fuera de la cárcel de la que salí. Todo tiene que ver con lo que yo hago conmigo cuando pienso de mí, cuando me juzgo, cuando decido estar con una u otra persona…

VR: Hay personas que confunden la libertad con el libertinaje ¿Qué piensas de eso?

ATP: Para que haya libertinaje es necesario que haya reglas de contención, prohibiciones. Hay libertinaje cuando te rebelas, para mí los libertinos son rebeldes, yo he sido muy libertino… no entiendo mucho.

VR: Me refiero al extremo del extremo en el ejercicio de la libertad sin considerar al otro.

ATP: Eso es egoísmo o narcisismo. Todo lo que sea no considerar al otro, para mí es tóxico conmigo.

VR: ¿Se revierte?

ATP: No, es que es como aprovecharme. Y no sé bien qué le ocurre quien necesita aprovecharse del otro.

VR: ¿Qué es lo que más te ha enseñado tu ejercicio de la psicoterapia?

ATP: Me enseñó a ser tolerante y me enseñó que el sufrimiento es sufrimiento, que no admite juicio en el contenido, en lo que ocasiona el sufrimiento. Sufre igual un adolescente cuando su mamá no le quiere comprar un celular y puede estar sufriendo de una manera similar a alguien que perdió su relación, su trabajo. Es decir, sufrimiento es sufrimiento. Puede parecernos una trivialidad pero si sufre, está atrapado. Porque el sufrimiento nos atrapa y el porqué no importa mucho.

VR: Un terapeuta.

ATP: Me vienes tú Victoria Robert.

VR: (Risas) Otro.

ATP: Varios… Norma Capriles, Delia Herrero, Alejandro Suarez, César Arbeláez.

VR: Un maestro.

ATP: Bach, el zamuro. Me viene decirte que si Freud y etc, pero yo que conozco a los terapeutas, no hay nada más neurótico que un terapeuta y me incluyo. Así que para mí los terapeutas no somos grandes maestros.

VR: Un maestro.

ATP: Para mí el más grande maestro que yo he tenido se llama Alfredo Tugues. Soy yo. Y sigo siéndolo. Y digo el más grande porque me doy carajazos[2] contantemente. Entonces tengo un Alfredo que me da los golpes y otro que me contiene. Entonces ese proceso me hace a mí un maestro solo de mí.

VR: Un paciente.

ATP: No los puedo mencionar pero hay varios.

VR: ¿Podrías ilustrar uno sin necesidad de mencionar nombres?

ATP: No, no puedo.

VR: Quizá te moleste esta pregunta pero te pido un mensaje.

ATP: (Ríe, tamborilea en las rodillas y dilata la respuesta) El primero que me viene es «haz terapia» y el segundo es «visita terapiaya.com» (risas)

VR: Tú como siempre polar: profundo y sencillo, serio y desenfadado…

VR: Para terminar, una imagen para el final de esta entrevista que nos quieras regalar.

ATP: Bueno… primero me vino un sonido, pero no voy a ponerlos a buscar. Así que lo segundo que me vino es la imagen que ves, cuando te ves al espejo.

Entrevista realizada por Victoria Robert

[1] Juan Bautista Plaza, Compositor Venezolano. http://www.juanbautistaplaza.org/plaza12.htm

[2] Golpes

LA HORA DE PARTIR

Puede que te ocurra en la noche o en una de esas madrugadas en las que no importa la temperatura a tu alrededor porque igual sentirás frío. También puede que te sorprenda una mañana tibia, pero tan silenciosa que asuste. Y si te toca en la tarde, será casi al anochecer, cuando ya estés lo suficientemente cansado como para haber soltado tus defensas, después de haber lidiado con las exigencias de un día que, como los de los últimos tiempos, se hará cada vez más insoportable. No importa cuándo, pero una vez que te pase ya no serás «uno» batallando con la adversidad de tu entorno. Por una buena temporada serás «dos»: tú y ese otro tú que te gritará que quiere irse de ese lugar en donde insistirás permanecer por miedo o tozudez. A partir de ese instante vivirás con la sangre helada, los hombros encogidos y el estómago hirviendo. Serás inquietud y rabia solapando un dolor que no podrás posponer tanto como quisieras. Y entonces, el infierno que creerás estar viviendo por vivir lo que no quieres, por aguantar los maltratos que no habrás pedido ni buscado ni ganado, será uno doble. Porque ese otro que te suplicará, que te tentará y hasta te increpará, es tu amor propio pidiéndote cuentas. Esperarás a que otros decidan por ti, querrás que alguien te preserve de ese daño que ya no estarás en condiciones de resistir, rogarás por soluciones milagrosas, hasta que esa madrugada o esa tarde o esa tibia y aterradora mañana silenciosa que jamás querrás que llegue haya remontado, y entonces sabrás que es la hora de partir.

Y mucho antes de que la incertidumbre toque a tu puerta, te sorprenderás entre lágrimas y ahogos sacando cuentas, haciendo inventarios y poniendo en balanza ilusiones vencidas por un lado y un porvenir borroso por el otro. Serás una duda ambulante, porque esa parte de ti que se apegará a lo que creerá seguro (aunque no sirva), estará trabajando incansablemente para evitar que la arranques de su hogar, de su historia, de sus afectos y de la fantasía de que lo que una vez fue, regrese. Pero como sabrás que eso no será posible, serás tú quien pese a tu hueco en el pecho, irás dando cada paso hacia tu salida. Buscarás aliados para que cada cierto tiempo te recuerden porqué decidiste marchar, mientras tu otro tú, apelará a la añoranza, al « ¿estás seguro?», al « ¿y si?».

Serán días difíciles, pues mientras avances hacia lo desconocido para alejarte de lo que tanto te estará lastimando, también tendrás que sobrevivir a los días en los que aún permanezcas en ese lugar de maltratos y agonía. Y mientras decides qué soltarás, qué llevarás, qué regalarás y a quién o qué echarás a la basura, irás descubriendo que te importarán más los juguetes de tu infancia o aquel anillo de alambre que te regalaron cuando te amaban, que los documentos, utensilios y comprobantes de solvencia bancaria. Pero tendrás que elegir empacar lo segundo, tendrás que ser adulto y dejar lo primero. Porque es imposible meter tu vida en dos maletas, porque sabes que en el mundo de las cosas, las que «valen» son las que no importan y las verdaderamente significativas, solo cuentan para ti. Y tú ya estarás lo suficientemente grande como para saber que eres un caudal de experiencias que nadie te podrá arrancar porque son tuyas y se van contigo. Serán decisiones agotadoras en donde también descubrirás cuánto guardabas en baúles olvidados y cuán liviano llegarás a estar una vez que te sientas capaz de cerrar los ojos y, sin clasificar, abrir las bolsas de basura en donde echarás lo que no puedas cargar.

Todo irá tan rápido que te costará digerir cada paso. Habrás avanzado tanto que aunque quieras no podrás volver atrás. Y si bien creíste que llorarías, no lo harás porque estarás enfocado en tu salida por entero. Tendrás tan poco tiempo y tanto que organizar, recoger, cuidar y vigilar, que casi no te darás cuenta cuando hayas dejado ese paisaje, ese olor, esa luz… y ese miedo. Quizá suspires, tal vez te duela el pecho… pero a partir de ese momento volverás a sentirte completo para caminar en una misma dirección.

No te voy a engañar, si te marchas dolerá, pero ya sabes cuánto duele quedarte.  Sabes que falta poco, sabes que en cualquier momento el silencio de la mañana tibia te despertará gritándote que llegó la hora de partir. Sabes que si insistes en hacerte el sordo, habrás perdido la oportunidad de probar un mundo diferente. Y sabes que eres lo suficientemente valiente para partir, porque lo has sido para quedarte.

Victoria Robert

DE LUTO

Dejar, partir, despedirnos, duele. No hay manera de saltarnos esa fase del proceso. Por eso se llama «duelo». Y las circunstancias en la que nos toca asumir esa experiencia, que en principio vivimos como una pérdida irreparable, es el ingrediente que hará más o menos traumática la cicatriz que marcará nuestra existencia.

Perder siendo niños, cuando nos falta experiencia para comprender los matices de una separación (a veces definitiva) y dientes fuertes para masticar las circunstancias propias del duelo,  puede ser una experiencia desoladora que querremos negar porque la vivimos como un abandono, y pese a que contamos con el apoyo de los adultos para procesar la aflicción por la ausencia, resulta un proceso lento que requiere de paciencia y cuido. En la adolescencia, esa fase de la vida en donde sentimos que no encajamos y que pocos nos comprenden, contamos con la rabia (a veces manejada con indiferencia) y con unos dientes quizá excesivamente afilados para manejar el luto. Pero muchas veces esa rabia legítima por sentirnos «amputados» de lo que amamos, podría no encontrar asidero. No siempre existe un responsable o alguien a quién señalar por nuestro pesar. Entonces podríamos salpicar nuestra frustración hacia quienes nos rodean o hacia nosotros mismos haciéndonos mucho daño. El camino hacia la aceptación del dolor por el vacío que deja lo amado, toma tiempo. Siendo adultos los duelos pueden vivirse como cargas muy pesadas, pues aunque se supone que estamos más preparados, las responsabilidades y la incertidumbre ante lo que no podemos controlar, se suman al pesar, a la rabia, y el miedo nos abruma. Sucede que cuando somos adultos y perdemos, nuestro niño desolado y nuestro adolescente furioso que habitan dormidos dentro de nosotros, podrían despertar. Y mientras nos vemos forzados a encargarnos de asuntos cotidianos, puede que tengamos que lidiar con estos dos aspectos internos que nos desestabilizan y exigen nuestra comprensión, paciencia y cuido, para descifrar la naturaleza de nuestra pérdida.

No importa lo que perdamos. Si ello involucra un vínculo afectivo, el dolor es el mismo. No hay dimensiones para el dolor, no hay «dolorcitos» o «dolorsotes». El dolor es dolor, punto.

Puede ser tan devastador perder un pajarito al que cuidamos durante años, como perder a un amigo, a un padre o a un hijo. Perder la salud, el trabajo, una relación, la juventud, la seguridad, un ideal, nuestro país… es la misma pena. Es una muerte que necesitamos llorar. La pérdida nos sumerge en una experiencia de profunda tristeza y puede incidir dramáticamente en nuestro ánimo hasta acabar con nuestros recursos de brega.

Entonces, las diferentes estaciones por las que necesitamos transitar para que no nos dejemos tomar por la depresión, pueden ser la de ese niño cuyo recurso más cercano es negar lo sucedido, algo así como taparse los ojos para que el monstruo del dolor no lo vea, la de ese adolescente impotente que apuesta a su ira sin dirección clara, para finalmente arribar a la de ese adulto, que apelando a su padre o madre nutritivos, puede negociar para seguir moviéndose. En definitiva, la de ese ser humano que necesita procesar su abatimiento, aceptar los aprendizajes propios del duelo y crecer.

Imaginemos un velorio al que nos neguemos a asistir creyendo que al no estar allí, el cadáver dejará de serlo. O al que acudamos, pero usemos toda nuestra fuerza vital para evitar que ese ser que hemos amado, sea cremado. No podremos impedir que se descomponga, no podremos conseguir que reviva, necesitamos dejarlo partir.

Cada fase del duelo requiere de cuidado, de respeto y de atención. Echar tierra sobre las pérdidas no es el mejor camino, porque siempre quedarán allí, respirando bajo esa tierra y pulsando por salir hacia la superficie. Cerrar, despedirnos, es vital para nuestra sanidad emocional y psicológica. Y cada adiós negado, es una muerte insepulta y un recomienzo, pospuesto.

Así que llora, llora tanto como necesites, llora porque te duele, y porque cada lágrima que derrames, honra el amor de quien ahora no está contigo.

Y llora, porque cuando lloras, dejas ir y  sanas tu herida.

Victoria Robert

VOLVER A CRECER

«Qué no te di
que pudiera en tus manos poner
que aunque quise robarme la luz para ti
no pudo ser »

Bolero «Qué te pedí» de Fernando Mulens Lopez

Dependiste de la teta y de los brazos de mamá. Dependiste de la guía y de los hombros de papá. Te vistieron, te educaron, te alimentaron y también necesitaste de ellos para bañarte, jugar y hasta para dormir. Más adelante dependiste de la ayuda de tus padres para hacer tus tareas escolares. Dependiste de tus maestros para aprender a leer, a escribir, a sumar. Quizá también dependiste de tus abuelos o tus tíos para levantar castigos y conseguir permisos. Los grandes de entonces, cubrieron tus necesidades básicas, te brindaron protección, te amaron, se sintieron orgullosos de ti y te facilitaron las vías para hacer de ti, el adulto que eres hoy.

Cuando tenías 15, contabas los meses hasta poder decir que tenías 15 años y medio. Cuando tenías 18, soñabas con tener 21 para avanzar cada vez más rápido hacia tu independencia, hacia ese nivel en donde ya somos mayores y podemos decidir por nuestra vida, una propia y no de otros. Culminaste tus estudios, empezaste a producir, adquiriste un vehículo y hasta una vivienda. Te sentías dueño de ti, libre, tanto como lo soñaste en tu adolescencia. Orgulloso de tus logros, podías darte a ti mismo todo lo que durante tantos años te bridó tu familia. ¡Por fin eras grande!

Pero te enamoraste.

Y es allí, justo allí en donde, sin darte cuenta, te perdiste. Quizá porque no sabías cómo era esa rara experiencia de amar sin perderte, amar manteniendo claros tus límites, amar conservando tu piel y respirando por tus propios pulmones. Algo había salido mal y no sabías qué. Decías que te habías enamorado con el alma, con la piel y con los huesos. Y en vez de disfrutar del amor, lo sufrías. Porque en vez de vivir «con» tu ser amado, vivías «en» ese ser que empezaba a importarte más que tú. Creíste que sin él o ella, tu vida no tenía sentido y transformaste tu existencia, que bailaba a ritmo de rock, en un triste bolero desgarrador. Padeciste de miedo a perderla o a perderlo, sufriste de angustia ante pequeños momentos de soledad, perdiste habilidades, extraviaste tu brillo personal y después de tanto trabajo para conseguir tu independencia, volviste a depender.

Y aquí estás, sumergido en el desamor a ti mismo, y temiendo  que alguien, que no ha venido a tu vida a respirar por ti, se marche y entonces tú mueras. Te asusta tanto ser abandonado, que eres capaz de ceder a todo cuanto consideres te hará conservar a ese ser que en vez de amar, necesitas.

¿Qué te ocurrió? ¿Qué pasó con aquel joven o aquella adolescente que una vez fuiste y que lo que más anhelaba era ser grande? ¿En qué momento te perdiste a ti mismo? Cambiaste, dejaste de ser «ese» al que alguna vez amaron, para ser el que creíste, nadie desecharía ¿Y así pretendes que no te dejen? Te descartaste para evitar que te rechazaran y, sin darte cuenta, enseñaste a ese otro del que ahora dependes, que eras digno de abandono.

¿Acaso eres un parásito, que no puedes, que no sabes cómo moverte si no estás adherido a otro?

No, el amor no es una experiencia para dejar de ser quienes somos, es un sentimiento que nos reafirma. Porque si elegiste a alguien, es porque es valioso para ti, y si alguien te escogió, es porque en algún momento (antes de dejar de ser quien habías venido siendo y convertirte en esto que no sabes definir si no estás con «tu otro»), fuiste único y fuiste especial.

La estima hacia nosotros mismos, el amor propio, es el camino más certero hacia el amor en pareja. Y no es posible mantener a nuestro lado a nadie, a costa de nuestra propia individualidad. Todo lo contrario, es así como lo pierdes.

Así que si estás «sufriendo» de amor, es porque te volviste pequeño otra vez, un niño que necesita reencontrarse con aquel joven sediento de libertad y con nombre propio.

Si es así… ha llegado la hora de volver a crecer.

Victoria Robert

¡QUÉ MIEDO!

Está bien, tienes miedo. Eres una muchachona o un grandulón  muerto de miedo ¿Y qué? ¿Acaso eres el único?

Razones para estar asustados hay miles. ¿No eres humano, un ser susceptible de ser vulnerado? ¿Cuántas amenazas a tu integridad enfrentas a diario? Infinitas. Apremios cotidianos o peligros excepcionales. Continuamente estamos expuestos a sufrir un cambio de timón no previsto y nos encontramos ante la incertidumbre totalmente desprovistos. Pero estamos tan acostumbrados a vencer obstáculos de rutina, tan insensibilizados al riesgo común, que hemos olvidado lo valientes que somos. Así que cuando aparecen situaciones nuevas que no hemos aprendido a manejar, nos asustamos. Y está bien. Sobresaltarse no solo es válido, muchas veces es necesario. Esta alteración es una luz roja, una sirena escandalosa que nos advierte de los peligros  que atentan nuestra seguridad, una alarma que activa nuestros recursos de protección. Si no sintiéramos miedo, no tendríamos el impulso de resguardarnos, y mucho menos de defendernos ante los incontables atropellos a nuestra subsistencia. Es una experiencia que nos impulsa a adaptarnos. Pero una cosa es afectarnos y otra muy diferente es vivir inseguro. La primera es una reacción involuntaria, la segunda  es un hábito aprendido.

Sentir miedo no necesariamente nos hace miedosos. El miedo es un estado afectivo natural, tanto como la tristeza, la rabia o la alegría. Y hay muchas gradaciones: está el breve y repentino susto que se parece más a la sorpresa, nuestra reacción natural a lo inesperado. Pero también experimentamos aprehensión, que es un estado de desconfianza generado por experiencias displacenteras del pasado, que nos han enseñado a ser recelosos. El temor va de la mano con la anterior, y está asociado a fantasías catastróficas. Ambos pertenecen al terreno de la expectativa, del «¿y sí?», esa especie de lapso temporal inexistente que nos secuestra de nuestro presente. El ahora es nuestro único punto en donde sí podemos atender las emergencias (en caso de que estas sucedan), si tuviéramos nuestros sentidos disponibles, en vez de estar distraídos con eventos del pasado o el futuro. Es aquí cuando, en vez de enfrentar la realidad que pudiera estar afectándonos, entramos en la esfera de la angustia, de la ansiedad, en ese estado permanente de tormento que nos desarma, porque pareciera que la solución que necesitamos, viene de afuera de nosotros, es decir, no está en nuestras manos. Pero mucho más intenso es el terror o el pavor que nos paraliza. El pánico que, una vez que se desencadena, propicia el descontrol, y lejos de protegernos, nos pone en peligro. Y está la fobia, que más que un tipo de temor, es un trastorno que requiere de tratamiento.

Se suele usar el miedo para descalificar a quien lo siente. Se le tilda de cobarde. Pero no. Si yo te digo que en este momento en el que estamos conversando y estás leyendo estas líneas, hay un extraño parado detrás de ti y te observa de manera sospechosa, o una sombra que se esconde sinuosa para acecharte cuando menos lo esperes, puede que te rías, pero si fuese verdad, si por un segundo esto te sucediera, te asustarías. ¿Eres cobarde por eso? Yo diría que no, más bien me atrevería a asegurar que además de contar con una extraordinaria imaginación, posees un sentido de alerta que te mantiene vivo y a salvo.

Pero si bien necesitamos del miedo, también es importante hacer uso de él, en vez de que éste se apodere de nuestras vidas. Cuando lo convertimos en un dique existencial para amurallarnos, es cuando nos lastima, porque nos castra, nos amputa la capacidad de riesgo. Entonces para aprender a vivir con él y hacerlo un aliado, cuando éste aparezca y te erice la piel, arráigate, pon los pies sobre la tierra y respira profundamente. Así recobrarás tu sentido de realidad y podrás seguir adelante.

Y si sabes que cuando estás asustado, lo que te ocurre en ese instante es que eres otra vez un niño que necesita de un grande que lo tome de la mano, tendrás la paciencia necesaria para recobrar tu tamaño.

Victoria Robert

UN MUNDO MEDICADO

La idea es que no te duela, que no te asuste, que no te cueste. La idea es que no desarrolles recursos propios para lidiar con lo que te toca vivir. Si duele, toma un calmante. Anestésiate. Si aburre, compra un estimulante. Drógate. Si cansa, busca un energizante. Recárgate. Todo artificial, eso sí. Todo fácil, rápido, y sobre todo, disponible en el mercado.

Pastillas, cápsulas, remedios, gotas, brebajes, tecitos, potingues y hasta rezos. Hay tratamientos de todo tipo, para toda ocasión y al alcance de todos. También vienen en forma de decretos, repeticiones, planas, libros, meditaciones, consejos y «leyes». La ley del milagro, la de la atracción, la ley que es un secreto, la ley de la apertura y la ley de la actitud, la ley de la gratitud, la ley del perdón. Leyes por doquier diseñadas para tu personalidad y para cada momento de tu vida. Leyes que deberás comprar y acumular en la biblioteca o en el cajón del armario, porque solo se usan una vez y no sirven para nada. Leyes diseñadas para convencer a tus frágiles e inconstantes criterios. Leyes que convierten tu necesidad en un negocio y todas se resumen en una sola: «La ley de la inseguridad».

El dolor se puede adormecer e incluso disfrazar, pero no se puede disimular. Entonces para ocultarlo hay que narcotizarlo. Y cuando lo haces, en vez de detenerte para atenderlo, en vez de cuidarte y reposar, sigues, te sobreesfuerzas y te expones. Es decir, te lesionas más. Al suprimir tus señales de alarma, inutilizas tu umbral de tolerancia y también ahogas tu capacidad para sentir su opuesto: el placer. Alteras tu sistema de autorregulación y anulas tu potencial para disfrutar por tus propios medios. Entonces te sometes a vivir a través de estímulos artificiales.  Te esclavizas a la compra, al consumo, a la analgesia temporal y desde afuera…a no sentirte.

Aquí lo importante no es curar y mucho menos enseñar. Aquí lo importante es hacerte creer que no puedes solo, para así mostrarte alivios fugaces y pequeños. Esos alivios fáciles que te harán volver más tarde, mañana o en unos días, por una nueva dosis de paliativos existenciales, porciones de alegría, pedacitos de motivación prestada, artificios de autoestima, chorritos de dicha prefabricada, de «última generación» y hecho con «tecnología de punta». Pañitos tibios pues…pañitos para bebés.

Algunas de esas «formulas» pretenden cerrar heridas ocultando el origen. Es como bajar la fiebre sin atender la infección, o pretender fumigar a las moscas que se reúnen alrededor de la mierda, sin acabar con la mierda. Las moscas volverán y la infección avanzará porque la mierda continúa allí.

Claro que hay remedios necesarios, y como la palabra lo dice, «remedian», reparan, socorren, curan lo que está enfermo. Pero dime, ¿estás enfermo, estás de verdad roto?… ¿O estás buscando un antídoto para tu vida?

Si no procesas bien el azúcar, en lugar de ejercitarte y aprender a comer sano, compras la pastillita que lo hará por ti. No te preguntas por ejemplo, ¿qué pasa con la dulzura en mi vida? Eso no. Si quieres perder peso, hay unas gotas para la ansiedad y una pastilla para controlar tu hambre. Jamás se te ocurre preguntarte ¿qué ocurre conmigo que necesito más? Si quieres tener los músculos grandes, te puedes pinchar, no hace falta que te esfuerces y mucho menos que quieras saber cuál es tu necesidad de hacerte una coraza. Si tienes insomnio, no es necesario que aprendas a dormir, drogarte es más fácil que pretender indagar en eso que no te deja descansar o te quita el sueño. Si estás triste, medícate. Si estás contento, renueva la dosis para que te dure. Si eres tímido, enciéndete. Si eres atrevido, aletárgate. Si estás agobiado, atúrdete. Si no sabes hacer amigos, drógate. Vamos, drógate, drógate, drógate. Dale, es fácil. Drógate con juegos, con televisión, con las redes, drógate con amores ideales, con noticias terribles, con ideologías imposibles, drógate con consejos, con trabajo, drógate con engaños y falsas esperanza o mejor aún…drógate con leyes. Redúcete, abúrrete, sécate, acostúmbrate, convéncete, déjate lavar el cerebro. Dale, dale ¡Dale!… que hay una píldora para todo.

Pero si lo que quieres es crecer, entonces ármate de valor, resístete, aguanta tu ansiedad y siente tu dolor. Porque él es tu mejor maestro.

Victoria Robert

SÍGUEME

Cuando queremos llegar a algún lugar desconocido, necesitamos guiarnos por medio de mapas, direcciones o referencias. Y si los lugares que visitamos son habituales, lo hacemos desde rutinas aprendidas. La orientación para llegar al destino que queremos se sostiene en el aprendizaje propio o el que otros nos legan, y cuando nos toca vivir nuevas experiencias, pocas veces nos dejamos llevar por la intuición, preferimos la guía ensayada, el mapa confirmado, la creencia certificada.
Así como los mapas no muestran «la realidad», los valores heredados, tampoco son «la verdad». Ambos son «representaciones» de un territorio por el que transitamos, con la equivocada «certeza» de que su perspectiva es la única o es la mejor. Sin embargo, así como los matorrales, árboles y la erosión por lluvia no se actualizan en los planos con la rapidez que nos gustaría, tampoco ocurre con las convicciones que permitimos, orienten nuestras vidas. Hay depresiones inadvertidas en las que podríamos caer si nos dejamos encaminar únicamente por la cartografía existencial que nos confiaron nuestros antecesores.
Estos «mapas de vida», muchas veces son expuestos como verdades comprobadas que no admiten discusión. Valores inculcados en familia, se muestran como garantía de éxito y, no seguirlos, podría ponernos en riesgo de fracaso y decepción. Creemos que sus rutas son seguras, pero en realidad son dibujos que, si bien orientan nuestros pasos, no son necesariamente croquis infalibles.

¿Quiere probar? Hagamos un experimento:
Asumo que usted confía en mis palabras porque sigue leyendo. Probablemente está apostando a que yo le diga a dónde iremos. Muy bien. Tiene razón. Le indicaré el camino.

Le voy a pedir entonces que imagine a este papel virtual como un espacio en donde usted y yo, podremos construir, dirigir y corregir los próximos pasos de su vida. Usted está en el centro, por supuesto. La idea es que sea protagonista de su historia. Vamos entonces a colocar a su derecha a su familia, a su izquierda a su pareja, arriba estará su trabajo y abajo sus hijos. En las esquinas puede poner a los amigos, conocidos y mascotas.

¿No le convence? Tranquilo, espere. Apenas empezamos.

Sé que usted necesita divertirse, descansar, desarrollar su creatividad y también ejercitarse. Pero eso puede esperar porque lo más importante es diseñar las bases de un destino sólido. Así que olvidemos por el momento todo lo que tenga que ver con su tiempo libre, porque sería tiempo perdido y vamos a organizar su vida para recuperarla. La idea es que sea productivo. Trabajar sin descanso es lo que le aportará más beneficios. Olvídese de los amigos que solo servirán para descarriarlo. Como la familia lo único que hace es pedir, exigir y gastar, la visitará poco, solo para cumplir. Los estudios no son necesarios porque usted ya aprendió. Los hijos a obedecer, la mujer a complacer, el marido a producir y los perros al jardín. Todo en orden.

¿Le gusta? Puede ser que este mapa que le he mostrado sea el suyo. También es muy posible que no, pero por más que le disguste, ya está escrito y usted aceptó jugar este juego. Acéptelo y viva su vida tal y como le estoy indicando.

…Cuando se recupere, sepa que más o menos así se construye un «mapa».

Nacemos, y en la medida en que crecemos, vamos probándolos, y muchas veces tragándolos enteros. Puede que no nos gusten, pero los seguimos porque no se nos ha ocurrido que los podemos romper, desarmar y rearmar para construir uno propio. Así que lo invito a hacer con este que le acabo de imponer, lo que le dé la gana.

Pruebe, empiece con éste y verá que sí se puede.

Victoria Robert

ABUELA TRISTIA

Había una vez un niño muy chiquito, tan pequeño que cuando se sentaba, sus pies no alcanzaban el piso. Si se colocaba sobre el alzapié de guitarra de su papá, solía pedir un deseo: «ser grande». Se notaba su contento porque sus piernas se columpiaban dibujando en el aire un pentagrama colmado de notas musicales brillantes y animadas. Cuando no, sus pies doblaban las puntas hacia adentro, como buscando mirarse para darse consuelo. Se encerraban, se escondían. Nadie podía adivinar el secreto en ese gesto sutil, porque como había comprendido que la tristeza no era bien recibida en casa, los músculos de su cara dibujaban una sonrisa automática e hipócrita.

El padre del pequeño le había enseñado que las lágrimas «no debían ser». Entonces, ante los gritos, el ceño fruncido y la desaprobación de papá, el niño aprendió que evaporar sus lágrimas, era lo mejor. Ese señor practicaba el oficio de reprimir cualquier manifestación de dolor y, pretendiendo amputarlo, producía mucho más daño. Creía que el oponerse a él lo pondría a salvo, no sabía que negar doliera tanto a la larga. Estaba convencido de que los varones, cuando gimoteaban, no crecían, y que las niñas lloriqueaban para conseguir que algún bobo distraído les complaciera sus caprichos. Todas sus órdenes y negativas, eran dadas pensando en «el bien de los muchachos». Por lo tanto, no permitía lamentos ni suspiros, e insistía en afirmar que la única consecuencia de esas gotas saladas en los ojos de los niños, eran las lagañas.

La madre de ese chiquillo le temía a cualquier expresión de abatimiento de «su bebé». Temblaba de solo verlo frustrado. Así que se hizo experta en el ejercicio del aborto prematuro de la aflicción. Esta mujer dulce y solícita, impedía con su miedo, cualquier manifestación de pena, echando mano a la teta, al caramelito, al juguete, a los «upas», arrumacos y morisquetas… Tenía un arsenal de recursos y un talento inusitado para cambiar lágrimas por risas. Se creía buena, se sentía santa, se sabía especial.

Un día, ese niño al que le habían vedado el desánimo, notó que su piel, su cabello y sus uñas, olían a amargura. Desconocía el origen de esa extraña fetidez. No sabía que tragarse las lágrimas durante tanto tiempo, le provocarían el «Síndrome del llanto estancado», cuyas características principales son el hedor y la hostilidad. Pero como necesitaba con desesperación la aprobación de su padre y la sonrisa de su madre, no le importaba la violencia que este dique (autoimpuesto) le generara. Hizo de la arrogancia su sello personal, se burlaba de los lloraban  y, un día, terminó pateando a su perro para que no aullara. Frente a su madre, simulaba llantos insoportables que solían recompensarlo con consuelos, mimos y golosinas. En fin, se convirtió en un niño gordo, resentido y manipulador. Verlo (aunque haya sido desde lejos) era presenciar el más triste de los espectáculos.

El cuadro era tan desalentador, que apareció la Abuela Tristia… una vieja sabia, de larga cabellera cenicienta que se presenta cuando ya no podemos respirar de tanto aguantar. Siempre llega acompañada de Minerva, su hermosa lechuza gris y, con sus manos suaves y ancianas, es capaz de devolverle  a cualquiera su derecho natural al desahogo. Cuando ella acaricia, hace llorar. Pero es un llanto anhelado porque da salida a las lágrimas. Es una hechicera cuya mirada compasiva es tan potente, que nos entrega aceptación y alivio. Y después, un fenómeno mágico toma la materia del sollozante… porque su piel, su cabello y sus uñas, empiezan a oler a jazmín.

Cuando la Abuela Tristia se hace presente en nuestras vidas, en ese instante, dejamos de ser pequeños. Nuestras piernas se estiran hasta tocar el piso y dejan de mecerse en el aire de la desdicha negada. Y por muy absurdo que parezca, una vez que lloramos como niños y suspiramos, nos calmamos y crecemos… y entonces, podemos volver a soñar.

Una madrugada, el niño que ahora huele a jazmín, despertó movido por lo que parecía el resplandor de la luna, pero descubrió que el brillo no venía desde tan lejos. Allí estaba Tristia con sus manos viejas, ofreciendo caricias al desconsolado cabello de su padre. Entonces el niño se acercó a papá, se sentó en silencio a su lado, y con la serenidad que da la experiencia, lo dejó llorar.

Y Minerva alzó su silencioso vuelo hacia la luna, dejando la casa inundada de olor a jazmín.

Victoria Robert

LA BICICLETA VOLADORA

Corrías tras los cometas de tus amigos con la ilusión de que cuando se mezclaran con las nubes, podrías arrancarle el hilo a alguno de ellos y alzar vuelo. Luego aprendiste a elevarlos tú con la esperanza de que cuando sacudieran su larga cola de dragón hecha con tiras de gasa, la fuerza del viento levantaría del parque polvoriento (cubierto de hojas secas y caca de perros callejeros), tu liviana estatura nacida para planear, lanzarse e incluso, flotar en el aire. Cuando aprendiste a leer fluido, descubriste en aquel libro de ingeniería aeronáutica que te regaló tu papá, que por leyes de la física, jamás podrías surcar el cielo impulsado por un volantín hecho de papel cebolla y madera balsa. Pero no te importó, porque en ese libro también te enteraste cómo podías hacer avioncitos. ¡Avioncitos! ¡Los Dioses del universo! Entonces creíste que armarías un planeador lo suficientemente gigante como para que, montado a «caballito» sobre él, pudieras impulsarte desde el pico más alto que conocías. Esa cumbre fue el punto inicial de la pista en donde muchas veces te dejaste resbalar sobre un latón tamaño sábana, que le habías robado al techo del granero de tu abuelo.

Tus proyectos de aeromodelismo a escala personal fracasaron, pero no doblegaron tu espíritu aventurero. Con la plancha de zinc tampoco llegaste a volar, así como se dice VOLAR, pero te deslizaste a tanta velocidad al ras del suelo, que seguramente lograste despegar algunos segundos, y hacer de esa chapa, una primera aproximación a una alfombra (metálica) voladora, moderna y de manufactura casera. Estabas orgulloso pero no conforme. Tú querías tripular una nave. Elevarte, volar de verdad, como lo hacen los pilotos.

Y entonces viste en televisión a unos chicos más grandes que tú, elevando bicicletas en triples saltos mortales sostenidas en el aire como colibríes en el atardecer. Se te derramó el «Toddy» sobre la franela de la escuela pero no te afectó, porque se había presentado ante ti la oportunidad de saltar al vacío, de hacer acrobacias en el aire y caer sobre ruedas, a pesar de los rasguños.

Acudiste al «Niño Jesús», a «Santa» y a «Los Reyes Magos» juntos, y prometiste que sería lo último que pedirías en toda tu vida: «Después de esto, no los molestaré más, lo juro». Así dijiste.

Por lo que te habían dicho tus padres y los padres de tus amigos, sabías que había muchos niños en el mundo a los que ellos debían concederle algo todos los años, y que esa máquina mágica, valía por los próximos regalos hasta fueses grande.

Y te cumplieron.

Pero eras tan chiquito que tu mamá influyó en ellos para que tu bicicleta viniera con unas rueditas traseras que según los grandes, «te ayudarían a conducirla sin caerte». Y a partir de ese momento empezaste a conducir en tu bicicleta segura y estable. Y pedaleaste y pedaleaste por muchos caminos predecibles, con rayados de tránsito y sin un solo bache que te permitiera levantar vuelo.

Y ahora estás aquí, adulto, apoltronado en el asiento de esta vida sin alas pero con rueditas, y demasiado obeso, como para cumplirle el sueño a aquel pequeño que quiso volar y nadie lo dejó.

Un día de estos, el «Niño Jesús», «Santa» y «Los Reyes Magos» juntos, tocarán a tu puerta para pedirte cuentas. Pero como tal vez te has acostumbrado demasiado a tu cómoda vida sin grandes riesgos ni pasiones, no sabrás que  con ellos, escondido tras sus ropajes de lana, peluche y oro, estará aquel chiquillo reclamando su triple salto mortal.

Victoria Robert

¿ME QUEJO O NO ME QUEJO?

Siempre, desde tiempos inmemoriales, ha existido esa manera personal de expresar penurias y poner de manifiesto la impotencia para que no duela tanto. La queja en su estado natural, es una de las formas que tenemos de compartir las penas. Razones para quejarnos hay muchas, los motivos pueden ser infinitos y las formas pueden ser tan diversas, como versátil es la existencia humana, animal y vegetal.

Todos nos quejamos. Cuando las flores se marchitan, están haciendo uso de su legítimo derecho a la queja. Pierden su color, aroma y lozanía. Así se lamentan. Pero si mueren porque alguien las arrancó, entonces se arrugan y derriten, mostrando su dolor. Las hojas, hacen huelga durante el otoño. Dejan testimonio de su pesar en su caída, y regalan para el recuerdo una  extraordinaria alfombra de colores sepia. Las hojas son hermosas cuando se quejan.

Muchos animales se quejan en silencio. Cuando dejan de comer o jugar, sabemos que algo anda mal, pero como son tan nobles, procuran no molestar. Simplemente se repliegan, se retiran al rincón más tranquilo y oscuro para transitar por su pena, solos. Algunos también aúllan o braman, o mugen o rugen, como usted quiera. Cada uno según su tamaño, color, forma y hábitat, tiene su llanto, su lamento… su « ¡me duele! ». Los peces se sacuden y se dejan chupar por el océano hasta el fondo. Algunas aves se deprimen y dejan de volar. Los reptiles se desorientan o violentan. Los mamíferos se refugian en su manada o quizá esperen a que su queja sea atendida y confortada por alguien capaz de comprender su padecimiento.

Los humanos no somos muy diferentes ante el dolor. Suspiramos, resoplamos, lloramos o decimos. Y nos quejamos porque  es una manera de reconocer que estamos sufriendo, en la esperanza de que nos den una mano. Cuando es así, cuando la queja responde a la necesidad de sentir alivio, tiene un fin terapéutico. Muchas veces al quejarnos, al expresar nuestras experiencias de displacer como el miedo, la rabia o el dolor, conseguimos calma y descanso. De alegría no nos quejamos y a la tranquilidad, solemos aceptarla casi sin darnos cuenta.

Hay cuerpos que se quejan. Cuerpos encorvados con caras largas y ceños pronunciados que denotan molestia. Cuerpos con el pecho hundido y los hombros adelantados que muestran tristeza. Cabezas gachas y rodillas dobladas que indican derrota.

También hay voces que se quejan sin pronunciar palabras, murmullos con cadencia de lamento. Letanías en tono abatido. Hay voces que lloran sin soltar una sola lágrima.

Pero hay quejas que huelen a sacrificio y en vez de obtener comprensión, producen hastío o lástima, o nos hacen sentir culpables por omisión y nos obligan a hacer cualquier cosa con tal de silenciarlas. Esas quejas manipuladoras, lejos de producir consuelo, suman frustraciones y son inefectivas. Consiguen atención, pero es una atención definitivamente negativa. Es como comerse una gigantesca olla de frijoles y luego dedicarse a inundar el aire del prójimo, con su irreversible perfume.

La mejor manera de neutralizar el influjo de esta fuerza que impone complacencia, es moverse. Frente a las emergencias, dejamos de lamentarnos para ponernos en acción. Y la pulsión por aliviar lo que duele (aunque sea por un instante) vence a esa sensación de fracaso a la que, tantas veces, insistimos en rendirle culto.

Así que cuando te quejes, pregúntate qué necesitas, revisa lo que consigues y  explora cómo te sientes cuando lo haces. Así sabrás cuál es la cualidad de tu queja y comprenderás por qué, en ocasiones eres escuchado y en otras, ignorado.

Victoria Robert

JACK EL PROCRASTINADOR

Has dejado pasar tantas oportunidades y has pospuesto tantas actividades necesarias, que has llegado al punto en donde todo se ha convertido en una emergencia. Dices que funcionas mejor bajo presión y que «es mejor dejar para mañana, lo que tienes que atender hoy». Crees que dejarte llevar como una veleta hacia donde sople el viento, es una cualidad que resguarda tus buenas ideas, tus salidas espontáneas y tus soluciones ingeniosas. Y muchas veces te ha ido bien. Pospones tus compromisos del mismo modo en que te cambias los calzones y te has hecho experto en conseguir excusas que ni tú mismo crees. Eres el clásico tipo que sabe «resolver» cuando tiene el agua al cuello… hasta que se ahoga.

Dejas remojando ideas, trabajos, diligencias y citas médicas. Te haces el loco antes de tomar decisiones que involucren algún tipo de riesgo y contradictoriamente, por no tomarlas, te hundes cada vez más. Porque cuando corres la arruga, la arruga crece y las ocupaciones no atendidas se transforman en pre-ocupaciones, las responsabilidades diferidas se convierten en negligencia, las gestiones olvidadas acumulan deudas y cuando no atiendes tu salud, terminas en la emergencia de un hospital.

Esa cualidad de silbar cualquier melodía mientras miras para otro lado, ese talento para cambiar el tema de manera oportuna, esa habilidad para no confrontar lo ineludible, pareciera expresar pereza. Pero no. Muchas veces es producto del cansancio por la lucha estéril entre lo que «debes» y lo que «quieres». También es por miedo a toparte con un conflicto si asumes una posición poco popular. O es tu incapacidad de poner límites y decir que no, cuando sabes que no puedes cumplir. Entonces, cuando la realidad te toca la puerta y te pide cuentas, deflectas, desvías, haces chistes e inventas razones. Y aprovechándote de tus dotes para hablar y hablar y hablar hasta marear a quien te reclama, logras robarle tiempo a otra de tus tareas que se convertirá en tu más próxima emergencia, mientras te ocupas de la que ya no puedes seguir aplazando.

El problema es que como no te haces cargo del miedo, te haces experto en evitar. No es que te tomes un tiempo para pensar mejor las cosas, es que pretendes ganar tiempo mientras esperas que las cosas se arreglen solas. Y es que usar «el pensar»  como un «pasatiempo», es el más inútil de los recursos.

No te apropias de lo que necesitas, no enfrentas, no desafías,  no te opones, no das la cara y dejas pasar. Eres un «no» maquillado que prefiere pulir sus palabras para describir bonito, lo que es feo.

Y así se te pasa la vida, explicando por qué no has cumplido con lo que aceptaste hacer, mientras dejas de lado lo que necesitas terminar: cerrar una relación laboral que no te valora, terminar con una pareja que ya no da más, ocuparte de la grieta en la pared o del grifo que gotea, poner en orden tu vida aunque te moleste y duela. Elegir y desechar en vez de evadir, hará que ganes y pierdas, pero si haces esperar a los amigos, al jefe, a la familia, algo de ti también es demorado y desespera.

Así que querido Jack, recuerda que cuando procrastinas, te descuartizas sin darte cuenta, y esos pedazos de tu tiempo amputado, no vuelven, no se recuperan, simplemente se lamentan.

Victoria Robert

TÚ Y YO

La consulta terapéutica es un espacio privilegiado para quienes somos requeridos. Para ambos en realidad, pues quien pide consulta, por muy dolorosa que sea la aventura de zambullirse en sus profundidades, siempre recupera algo de sí. Lo hace porque necesita crecer y aprender a valerse por sí mismo en una vida que (más allá de los esfuerzos que hayan hecho los adultos que una vez lo guiaron) no trae manual de instrucciones. Pero la silla del terapeuta suele tener un particular poder otorgado por los pacientes que acuden en busca de ayuda, creyendo que quien la ocupa, ya aprendió, ya aprobó con mención honorífica, las lecciones correspondientes a «Vida 1, 2, 3 y 4 a la n», como asignaturas obligatorias. Además están el resto de las materias electivas adicionales como: pareja, trabajo, padres e hijos, por mencionar las más comunes. Entonces asumen que estamos elevados y, que como tenemos influencias importantes con los sabios celestiales, poseemos la clave para que sean más felices y no esa suerte de madeja enredada y maloliente en la que se ha convertido su existencia, hasta en los rincones más deshabitados de su cotidianidad. Es un privilegio y también una responsabilidad. La mayoría de las veces, nos encontramos con personas vestidas de hombres y mujeres grandes pero muy frágiles, a los que primero hay que acompañarlos a conocer las callosidades de su espíritu, para que aprendan a limarlas, luego ablandarlas y finalmente apreciarse. A partir de allí, lo que sigue es atreverse a cambiar, asumiendo los riesgos de ser quienes son y serán.

La consulta terapéutica, aunque brinda las oportunidades para aprender a sentirse seguro en las infinitas decisiones que comprometen el porvenir, no blinda al paciente. Más bien le muestra que es ineludible exponerse, si es que quiere tener una vida plena (con altos y bajos sí), pero completa.

Entonces recibimos a seres confundidos, perdidos entre miles de preguntas y respuestas que los hunden en el abismo del «no sé». Así, vienen los buenos a ultranza, los vivos sin sensibilidad, los que perdonan por decreto para evitar conflictos, los que perdieron la esperanza. Son seres desconocidos para sí mismos. Entran a terapia justificando su fragmentación, manipulando para obtener cambios afuera sin cambiar adentro. Amputaron aspectos vitales de su personalidad y pretenden, así mutilados, que el entorno les brinde las soluciones,  muletas o prótesis y, además, que no se note. Una suerte de hombres y mujeres con «alma biónica» que esperan salir como nuevos y «sin defectos». Como si ese patrimonio al que juzgan como máculas a esconder, no fuese el soporte de sus atributos y, a veces, su auténtica virtud.

Suelo ver a algunos de mis pacientes como si estuvieran inconclusos. Por ejemplo: al que no reconoce su rabia, lo imagino sin hígado, a quien se le cayó en alguna parte del camino la alegría o la compasión, lo visualizo sin corazón, al que es puro miedo y no encuentra valor, luce ante mí sin piernas, al que es pura bondad e indefensión, carece de dientes y muchas veces, hay pacientes que entran sin cuerpo, apenas una cabeza flotante recorre el espacio terapéutico, sin poder sentarse y descansar.

Y con el transcurrir de las sesiones, cuando empieza a darse la alquimia, y entre los dos, alumbramos nuestro re-nacimiento para ver cómo uno de sus muñones emocionales empieza a crecer, me pongo muy feliz. Y entonces, los veo salir por la puerta cada vez más preparados para encarar sus desafíos, cada vez más enteros, más vivos.

Y yo me quedo sentada en mi silla, mi hermosa y humilde silla de aprendiz, que me ha dado la fortuna de ser parte del camino de estos seres, para también reunir mis propios fragmentos y crecer en esos encuentros… entre tú y yo.

Victoria Robert